Veinte años del ‘Galacticazo’
Luciano Martín Galletti, autor del decisivo 2-3, Víctor Muñoz, entrenador de aquel Real Zaragoza, y el portero César Láinez rebobinan en el tiempo para evocar la penúltima noche de gloria del equipo
ZARAGOZA. Hay chavales que ya conducen y todavía no han visto al Real Zaragoza competir contra los mejores. No solo vapulear sin piedad a los más grandes equipos de España y Europa, tampoco levantar uno de los nueve títulos que brillan de forma lustrosa en las vitrinas del club. Pero no se llegó hasta esta página para lamentar y llorar las mismas penas de siempre. Estamos aquí para sonreír evocando la penúltima noche de gloria del conjunto aragonés, que llegó tal día como hoy, 17 de marzo, hace ya 20 años.
Aquella lejana noche, en el Olímpico de Montjuic (Barcelona), un Real Zaragoza que mañana cumplirá 92 años de edad protagonizó una de las mayores gestas de su historia tumbando al Real Madrid de los Galácticos. La heroicidad, la victoria por 2-3 (el equipo de Víctor Muñoz ejerció como visitante), viajó a la eternidad bajo la denominación del ‘Galacticazo’, después de que el conjunto aragonés rompiera todos los pronósticos y derrotase a aquella inolvidable constelación de estrellas mundiales.
La clase de David Beckham, la calidad de Zinedine Zidane, la verticalidad de Luis Figo, el oportunismo de Raúl González, la potencia de Roberto Carlos… Todo esto arrasó un Real Zaragoza apoyado en el toque de Savio Bortolini, el hambre de David Villa, la seriedad de Gaby Milito, los kilómetros de José María Movilla o el fútbol de Rubén Gracia ‘Cani’. Pero si por algo será recordada siempre esa final, además de por jugarse menos de una semana después de los terribles atentados del 11-M en la capital de España, es por la inesperada parábola que se sacó Luciano Martín Galletti en el minuto 111, cuando el encuentro parecía caminar irremediablemente a la tanda de penaltis.
Nadie mejor que el Hueso (así era conocido el extremo por su delgada constitución física) para rememorar cómo fue aquel disparo envenenado. «Cuando ‘Movi’ (Movilla, centrocampista que había llegado en el mercado de invierno) me dejó la pelota, estaba convencido de pegarle. Tomé un poco de impulso y golpeé con toda mi fuerza, sabiendo que esa pelota se movía un poco extraño. Hizo una comba hacia fuera, iba muy fuerte, le botó a César y se desató una linda explosión de emociones», evoca el argentino, sumido actualmente en la representación de jugadores, que este domingo se espera que esté en La Romareda.
La celebración de aquel histórico gol, con Galletti correteando sin camiseta y sin rumbo por la pista de atletismo de Montjuic, constituye otra de las imágenes de la final. «Todos los compañeros me perseguían, pero yo quería abrazarme con cada uno de los aficionados que estaban en la grada. Hicimos una piña grande todo el equipo porque fue una noche verdaderamente mágica, los hinchas nos apoyaron un montón desde primera hora en el hotel», afirma el futbolista, artífice de un tanto que reconoce haber visto «bastantes veces».
Beckham y Roberto Carlos
Pero antes de que Galletti enviase al Real Madrid a la lona, el equipo entrenado por el portugués Carlos Queiroz golpeó con contundencia hasta en dos ocasiones. La primera, en el minuto 23, con un inapelable disparo lejano de David Beckham, gran especialista en el balón parado; la segunda, también con un libre directo, que esta vez llevó la inconfundible firma del brasileño Roberto Carlos. César Láinez, portero del Real Zaragoza en aquella final, describe con honestidad ambas acciones.
«Como ganamos, he visto los goles varias veces. El de Beckham tengo la mala suerte de que pega en el palo y acaba entrando. El segundo es una pelota que va por mi palo y hace un extraño. Aquel balón no era nada amigable para los porteros. La primera acción es más virtud del lanzador, pero el segundo, a pesar de la potencia del lanzador, que era máxima, nunca debió entrar por el palo del portero», reconoce Láinez, que también sonríe al relatar cómo vivió el decisivo gol de Galletti.
«El portero siempre vive en soledad, alejado de todo. Yo veo que golpea Luciano y la pelota, como en el gol de Roberto Carlos, hizo un extraño. No alcanzo a ver si entra, pero sí veo cómo se celebra. Mi reacción fue intentar salir corriendo, pero cuando vi que todo el mundo había abandonado el campo pensé: ojo, que la liamos. Salió todo el banquillo detrás de Luciano y yo me fundí en un gran abrazo con Gaby (Milito) y Álvaro (Maior)», señala.
Aquella final fue «uno de los días más especiales» en la carrera de un guardameta al que las lesiones obligaron a colgar los guantes solo un año más tarde (2005). «Sabía que mi carrera estaba llegando a su fin, así que la viví desde el fin de semana previo que jugamos en Madrid. Saboreé cada segundo», recuerda Láinez, convertido