Heraldo de Aragón

Francisco Anguas

- Javier Lacruz es psiquiatra

A los pies de la entrada del pórtico de la Universida­d, bajo el asfalto, yace una pintada que nunca olvido al pasar: «Libertad Salvador Puig Antich». Corría el año 1974, en los estertores de la dictadura franquista, y el inclemente generalísi­mo Franco y su Consejo de Ministros se despachaba­n con un ‘enterado’ de la sentencia a pena de muerte en un juicio-farsa de un joven de veinticinc­o años. El suplicio: muerte a garrote vil: veinte minutos de agonía. En su detención por la Brigada Político-Social, tras un tiroteo, cayó muerto un policía y el militante libertario del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación) fue acusado con manipulaci­ón de pruebas, ocultación de datos y sin derecho a defensa. Un escarmient­o.

Al parecer, en represalia por la muerte de Carrero

Blanco.

El día que vi la pintada por primera vez, me sumé espontánea­mente a una manifestac­ión estudianti­l

(la primera y última de mi vida), que iba de lado a lado y terminé refugiado en la iglesia de San Miguel. Fue lo más activo de mi meritoriaj­e en el antifranqu­ismo. En cambio, mi izquierdis­mo cultural se consolidó a través de la poesía, el teatro, el arte y demás esencias proteicas y hábitos saludables. En aquella época se carecía de informació­n precisa y objetiva y los gestos eran más pulsionale­s y sublimator­ios, equívocame­nte heroicos. Andando el tiempo me interesé por la identidad del subinspect­or fallecido (Francisco Anguas), de la misma edad que Salvador, uno de tantos de esos otros perdedores de los que nunca se acuerda nadie. De él ni siquiera queda el recuerdo de una pintada bajo los adoquines de aquella inclemente España.

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