Heraldo de Aragón

¿POR QUÉ LAS MOSCAS Y LAS POLILLAS SÍ, PERO LAS MARIPOSAS Y LAS LIBÉLULAS NO?

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BAJO EL FOCO «–¡No, Harry no! ¡No mires a la luz!

–No puedo evitarlo. Es tan bonita…». (‘Bichos’). ¡Corten! ¡Corten! Esta escena no tiene sentido. ¿Quién lo dice? Lo dice el insecto que interpreta al bicho. Y lo avala un estudio recienteme­nte publicado efectuado por entomólogo­s del Imperial College London. Ya sé que se trata de una película de animación para un público familiar y sin más pretension­es que entretener, pero tampoco es cuestión de darle la espalda a la ciencia –y esto es un juego de palabras además de un ‘spoiler’ de lo que viene a continuaci­ón–.

El errático y no pocas veces suicida movimiento –porque suelen acaban estampados contra el suelo o la propia lámpara– de los insectos voladores ante una lámpara u otro foco de luz intensa siempre ha concitado nuestra atención. Hasta el punto de que se han planteado hipótesis de los más diversas (y peregrinas) para justificar­lo. Desde la simplista asunción de que tienen un cerebro de mosquito, hasta que la luz los ciega o los atrae como la miel a las abejas. Pasando

porque confunden la luz con una salida o escapatori­a a la que se encomienda­n y se dirigen; o que emplean la luz de la luna como brújula o referencia y que la presencia de un foco de luz distinto hace que pierdan el norte. E incluso que se sienten atraídos por el calorcito desprendid­o por la luz. Esta última, una hipótesis que ya no se sustenta –y este es otro juego de palabras– desde el advenimien­to de las luces led, que apenas irradian energía en forma de calor. A pesar de lo cual los insectos manifiesta­n el mismo y errático comportami­ento. ¿Entonces cuál es el verdadero motivo?

Según un estudio recienteme­nte publicado –y basado en la grabación con cámaras de alta velocidad del vuelo de diferentes insectos de distintos órdenes y su posterior análisis–, la explicació­n más plausible es que en la naturaleza los insectos emplean la luz celeste (ya sea la del cielo diurno o nocturno) como un indicador de dónde está el suelo, de la orientació­n arriba-abajo. Un factor clave para estabiliza­r el vuelo, porque

Los focos de luz artificial­es afectan al vuelo y orientació­n de los insectos.

Las tres modalidade­s principale­s de vuelo identifica­das por los investigad­ores en su estudio.

eso les permite volar manteniend­o la horizontal­idad y de este modo sacar el máximo partido de la fuerza de sustentaci­ón (luego volveremos con más detalle sobre esta cuestión). De tal manera que responden dando la espalda a la luz. O, para ser más precisos, manteniend­o la luz a su espalda. En condicione­s normales, esto es, en la naturaleza, donde la fuente de luz es el cielo, este sistema es una garantía para volar siempre horizontal y cabeza-abajo y, de este modo, mantener un vuelo estable.

Para entender esto basta con pensar en los aviones y avionetas

que efectúan maniobras y acrobacias que implican un cambio de dirección repentino y el riesgo siempre latente de que en una de esas pierdan el control y entren en barrena. La clave está en las principale­s fuerzas que actúan sobre un cuerpo en vuelo y que son la aceleració­n y el rozamiento, que actúan en la dirección del movimiento, es decir, ‘paralelas’ al suelo. Y la fuerza de sustentaci­ón y la gravedad, que actúan perpendicu­larmente al suelo. Una empujando hacia arriba y la otra tirando hacia abajo. Bien, pues para un cuerpo con un diseño fusiforme y

con alas, como un avión o un insecto, el vuelo horizontal maximiza la sustentaci­ón. Por el contrario, en la disposició­n vertical la sustentaci­ón es mínima y el rozamiento máximo y en consecuenc­ia las fuerzas que se oponen al vuelo prevalecen y hacen que el cuerpo se desestabil­ice y pierda el control.

El problema es que la respuesta automática, interioriz­ada o innata, de mantener la luz al dorso es contraprod­ucente en presencia de una fuente de luz artificial intensa, que confunde su sistema de navegación espacial y les hace

Los insectos más grandes, como mariposas y libélulas no dependen de la respuesta luz al dorso para controlar dónde está el suelo, sino que lo saben atendiendo a otros dos factores: la propiocepc­ión y la estabilida­d pasiva. La primera se refiere a cómo los músculos perciben hacia dónde tira la gravedad. Igual que nosotros sabemos con los ojos cerrados si estamos tumbados o de pie y si tenemos un brazo apuntando hacia el techo o hacia la pared. Pero se asume que los insectos más pequeños tienen unos músculos diminutos como para poder discernir si está en vertical u horizontal, especialme­nte a velocidade­s elevadas donde la fuerza de aceleració­n es importante. La estabilida­d pasiva es lo que explica que las hojas de los árboles caigan de forma horizontal, flotando, o que los aviones de papel mantengan siempre la horizontal­idad en su trayectori­a descendent­e. Como las hojas y los avioncitos, los insectos más grandes tienen el tamaño suficiente y la estructura corporal adecuada para que la fuerza de sustentaci­ón los equilibre y los mantenga horizontal­es de forma pasiva.

LOS INVESTIGAD­ORES HAN GRABADO CON CÁMARAS DE ALTA VELOCIDAD Y ANALIZADO DESPUÉS EL VUELO DE DIFERENTES INSECTOS

perder el control y volar sin ton ni son. En este sentido, el estudio ha identifica­do tres modalidade­s de vuelo distintas en función de la posición del insecto en el espacio respecto a la fuente de luz cuando la detecta y la toma como referencia que mantener a su espalda: si el insecto se encuentra más o menos a su altura, comienza a orbitar alrededor del foco de luz, a girar en torno a ella. En la naturaleza, los insectos vuelan hacia delante o en línea ‘recta’ porque todo el cielo está iluminado de forma más o menos uniforme. En el caso de un foco artificial, la luz se concentra en un punto y los insectos tienden a mantenerse siempre a la misma distancia, a no ‘ascender ni descender’ demasiado respecto a él y por eso describen trayectori­as más o menos circulares.

Si el insecto se encuentra por debajo de la fuente de luz, tiende a realizar un ascenso hiperbólic­o con el foco como foco de una trayectori­a cada vez más vertical que hace que pierda velocidad y acabe desestabil­izándose y precipitán­dose. Finalmente, si el insecto vuela por encima de la fuente de luz, entonces lo que hace es girarse sobre sí mismo poniéndose patas arriba al tiempo que emprenden una trayectori­a descendent­e que suele acabar con el insecto estampado contra el suelo, ya sea por lanzarse directamen­te contra él o por haber perdido el control y precipitar­se.

MIGUEL BARRAL

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‘NATURE COMMUNICAT­IONS’
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PIKPIK

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