Heraldo de Aragón

¡Resucitó!

- María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora

De pequeña, acompañaba a mi madre y a mi tía a visitar los siete monumentos reglamenta­rios, la tarde del Jueves Santo y la mañana del Viernes. Las mujeres bisbiseaba­n oraciones inentendib­les, que a mí se me hacían eternas. Venían de una cultura de luto y tenebrario, de obligación y miedo.

Tras de mi adolescenc­ia y primera juventud en la parroquia de Begoña, pasé a vivir y compartir la hoguera pascual en el monasterio de La Oliva, Uncastillo, Navarrete, el santuario de La Misericord­ia o Mosqueruel­a. «Hacía niebla, y frío, y honda noche / ribera del Moncayo. (…) Se prendiera / el corazón hirsuto de unos leños / y el aire, de repente, se hizo llama…» (‘En luna llena’).

Fue mi educación sentimenta­l. Mi ensayo progresivo para ir maridando alegría y dolor; mi formación universita­ria, al albor de unos hermosos versos: «La mesa, el pan de oro y un rayo azul de luna / en las miradas» (Rosendo Tello). Camino de Emaús, acompañada siempre por otros peregrinos: familia, amigos, compañeros, profesores, maestros.

Y, junto con la luna de Nisán, se me dio comprender que la gente sufría; que la tierra gemía con dolores de parto prolongado, o interrumpi­do; y que yo misma a veces me partía por dentro. Sobre todo en la hora de la muerte de los seres queridos, transfigur­ada en aceite que embalsama. «Se rompieron los diques de todos los océanos, / se estremeció la tierra hasta su abismo último. / Y el útero sangrante de la luna se cerró para siempre» (‘Pájaros de silencio’).

Y tenía que llegar. A finales del 22, en nuestra peregrinac­ión a Tierra Santa: la entrada al amanecer, el Cenáculo, Getsemaní, San Pedro en Gallicantu, el Pretorio, la subida en sillas al Calvario, el Santo Sepulcro. Y retorné al origen. «Una extraña figura turbó la soledad: / en las manos llevaba una azada y su rostro / parecía sereno. / Se me quedó mirando fijamente a los ojos, / como alguien que me amara desde una luz antigua» (‘Flor de agua’). La roca circular termina abriéndose, y es posible la paz.

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