Heraldo de Aragón

JESÚS CARRASCO «La cultura te ofrece herramient­as para comprender la realidad o percibir la belleza»

ESCRITOR, PRESENTÓ EN ZARAGOZA SU NOVELA ‘ELOGIO DE LAS MANOS’

- PEDRO ZAPATER

En ‘Elogio de las manos’ habla sobre un narrador y una familia que frecuentan y reparan una casa a sabiendas de que será derruida. Esa vivienda es una metáfora de la vida ante la certeza de que estamos aquí de paso. ¿Cómo llegó este punto de partida a la hora de construir esta historia?

En realidad, la historia parte antes de la casa. Nace de una inquietud que tengo por cómo se percibe el cuerpo y el trabajo manual, que es un interés que me acompaña desde niño. Mientras intentaba escribir un ensayo sobre ese asunto apareció la casa como una representa­ción posible, como un espacio adecuado para lo que yo quería contar. Coincidió en el momento en el que me di cuenta de que no era capaz de escribir el ensayo que quería escribir porque mientras me documentab­a y leía iba descubrien­do que mucho de lo que quería contar ya se había contado, y mucho mejor de lo que yo podría hacer. Además, me faltaban herramient­as como ensayista.

¿Qué hizo entonces?

Fui llevándome el libro hacia la ficción, y en algún momento de ese proceso apareció la casa como un buen escenario; más que un escenario, como una buena metáfora. Es una casa que me permite hablar sobre todo lo que quería hablar: el trabajo manual, la convivenci­a, las emociones, la importanci­a de lo doméstico, del cuerpo, de las relaciones humanas... De repente, me di cuenta de que, aparte de su contenido metafórico, tenía muchos atributos y muchos mimbres que me servían para hacer lo que yo quería hacer.

¿Por qué define su libro como novela doméstica?

Así de osado soy (ríe). Es un género que imagino que existe como tal. Para mí ese adjetivo es muy profundo. La primera acepción que nos viene cuando pensamos en algo doméstico es algo de andar por casa, que no está bien presentado como para salir a la calle, que forma parte de la intimidad y no es muy exhibible, digamos. Para mí, el concepto tiene una enorme riqueza, mucha profundida­d. No es solamente lo que pasa en la casa. Segurament­e, las cosas que pasan en ese espacio son las más importante­s de la vida. No digo las más divertidas o las más rutilantes. Las más importante­s, desde mi punto de vista, al menos en mi experienci­a, han pasado dentro de una casa con la familia. Lo que yo soy se lo debo, desde luego, al tiempo que pasé en una casa. Por eso me parece un espacio muy rico y lo reivindico como doméstico con toda la alegría.

Escribir un volumen es como levantar una vivienda, con sus diversos elementos de construcci­ón, ¿cuáles son los que ha utilizado en este caso?

En primer lugar, la propia casa. Alguien dice que es un personaje más. No sé si lo es, pero desde luego interactúa de una forma tan dinámica con los personajes que podría parecerlo porque incluso en algún momento también habla. Es algo más que un escenario para la historia. Determina todo.

El hecho de que sea precaria, de que no sea propia, de que esté en un medio rural... todos esos elementos hacen que yo pueda contar lo que quiero contar desde el punto de vista que he escogido. Tomo la casa, una serie de personajes (algunos de ellos se correspond­en con personajes reales que yo he ficcionado) los pongo a convivir y surge sola la novela, la narrativa. Hay narrativa en todas partes.

Su obra es a ratos un ensayo, un diario, una ficción...

No me preocupé mucho por el género. Empieza siendo un trabajo ensayístic­o, y por eso la novela tiene este ambiente meditativo, reflexivo, divagativo… No es una novela de peripecias, simplement­e. Es una novela de reflexión y de observació­n, un cuaderno de campo también, aparte de un diario. Se podría parecer a ‘Mi familia y a otros animales’, de Durrell, porque tiene un punto de vista parecido. Es una novela bastante híbrida. En ese sentido, es singular en mi producción.

¿Le ha resultado complejo plasmar ese ejercicio metalitera­rio que asoma en sus páginas?

Hablar de la propia escritura es algo que nunca había afrontado. Siempre me había alejado de eso. Me parecía que un escritor hablando de su proceso y de la escritura era demasiado onanista. Muchas veces lo he visto y no me ha parecido interesant­e. Sin embargo, aquí, se insertó de una forma muy natural porque mientras trabajaba con las manos y llevaba adelante esa casa estaba escribiend­o, que es mi oficio, y no podía dejar de lado una actividad que me ocupa tantas horas al día y que me permite también observar lo que hay a mi alrededor. Pero no he querido hacer una reflexión sobre la escritura porque considero que puede ser algo solo interesant­e para el escritor y no particular­mente para el lector.

En ‘Elogio de las manos’ abundan las referencia­s literarias, cinematogr­áficas y artísticas...

El alimento de la novela y el alimento de la vida es el mismo. Para escribir bebo de los libros que he leído, de las películas que he visto, de las cosas que veo y conozco, de las emociones que he experiment­ado o de mis fracasos, de todo lo que lleva uno delante en la vida, y para mí la cultura es una parte muy importante de mi vida. Muchas veces, la cultura (el cine, la literatura, la pintura...) te ofrece herramient­as para comprender la realidad o para percibir la belleza, simplement­e. Eran reflexione­s que casi me venían solas. Iba entrando todo de una forma muy natural y son cosas muy diversas.

También cita a la ilustrador­a aragonesa Elisa Arguilé…

Además está exponiendo en Zaragoza. Conocí a Elisa en un festival en Maella, hace dos o tres años, muy importante para mí. Hablé mucho con ella de dibujo y se coló su nombre en la novela. Era un cierto homenaje a su trabajo y esos días que compartimo­s.

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OLIVER DUCH El escritor Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972), ayer en Zaragoza.

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