Heraldo de Aragón

Afinidades

- Cristina Grande

Me dio envidia Julio José Ordovás con su copa de vino blanco en la mano mientras miraba el mar Mediterrán­eo. La envidia es un buen revulsivo a veces. Sin pensarlo mucho nos plantamos en la Costa Dorada. Cambiar de aires me vendría bien, que cada día estoy más enclaustra­da entre la plaza del España y el río Ebro. Las preocupaci­ones, sin embargo, también son viajeras, y dependient­es de su progenitor­a, y no quieren quedarse solas en casa. El sol brillaba lo justo y el mar estaba en calma, como adormilado en esa horizontal­idad que ensancha el corazón de la que hablaba Julio Jóse en su columna.

Pedí un vermú en vez de vino blanco, y quizás también en eso debí haber imitado al maestro. Entre los escritores que me gustan los hay con los que comparto afinidades, una cierta forma de estar en el mundo. También sentí esa afinidad con Jesús Carrasco en la presentaci­ón de ‘Elogio de las manos’, que es de esos libros delicados que te dejan un poso de bienestar. «Y se refina un libro como se refina una mesa, con sucesivas pasadas hasta que queda fina al tacto», dijo el autor que trasciende el elogio del trabajo manual a cualquier trabajo bien hecho. Se trata de hacer la cosas lo mejor que uno sabe. Por otro lado también elogió la chapuza y el apaño, que es a fin de cuentas lo que nos permite seguir con nuestras vidas de forma más liviana.

El vermú se me subió a la cabeza en seguida. El mar mozartiano de Julio José podría tornarse wagneriano en cualquier momento. Mi espíritu seguía agitado. Un velero navegaba con total tranquilid­ad muy cerca de la costa. Amarré a él mis pensamient­os abruptos y oscuros. Por la noche zarparía y con algo de suerte podría dormir tranquila.

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