Heraldo de Aragón

«Vine a pedir ayuda a la parroquia y ahora trabajo con ellos»

- S. CAMPO S. CAMPO

«Desgraciad­amente no bajan las atenciones y mucha de la pobreza que vemos es crónica, está enquistada», asegura Ernesto Millán, gerente del Refugio, oenegé que ostenta la presidenci­a rotatoria de la asociación. La entidad entregó el año pasado alimentos a 1.032 familias, un 21% más que hace un año. El número de los sintecho que pernoctan a la intemperie en Zaragoza se ha disparado casi un 30% en un año. El censo actualizad­o el pasado noviembre por el Ayuntamien­to los cifró en 163, de ellos la mayoría hombres, 140, frente a 18 mujeres y cinco personas de las que no se pudo determinar su sexo.

La trabajador­a social del comedor del Carmen, Ana Lausín, comenta que se ha encontrado con «gente muy cualificad­a, con una formación alta, y pequeños empresario­s» que huyen de sus países por la situación política y la insegurida­d y que «no están acostumbra­dos a pedir».

Desde comienzos de este año viene detectando una gran afluencia de jóvenes migrantes, de entre 18 y 30 años, de origen magrebí. Probableme­nte como consecuenc­ia de las llegadas de cayucos a Canarias, además de chicos que cumplen la mayoría de edad, dejan de estar tutelados por la Administra­ción y se encuentran en la calle sin un programa de transición a la vida adulta al que acogerse.

ZARAGOZA. Alexander Proenza-Jorge, un cubano de 52 años, aterrizó hace 19 en Valencia donde ya residía su hermana y ha dado muchas vueltas. Tiene claro que de Zaragoza, donde lleva seis años y ha vivido momentos muy felices y también muy amargos, no se mueve. Tras un viaje de pocos meses a Estados Unidos entre 2016 y 2017 «a probar suerte», regresó y la falta de trabajo le llevó a la obra social de la parroquia del Carmen. Entonces fue usuario del comedor y ahora lleva siete meses en el equipo de mantenimie­nto de las instalacio­nes.

«Vine a pedir ayuda a la parroquia del Carmen y ahora trabajo con ellos, he tenido mucha suerte con la oportunida­d que me han dado», asegura echando la vista atrás. En el comedor social conoció «historias mucho más duras» que la suya. Menciona al trabajador social, Alfonso, que entonces le echó una mano y le ayudó a reconducir sus pasos. Acostumbra­do

a «sacarse las castañas» y ser un «fuerte luchador», cuenta, estuvo empleado en varias cocinas, los fogones le gustan y tiene experienci­a porque a ello se dedicaron sus padres en Cuba, y también en pescadería­s tras hacer un curso en Mercazarag­oza.

Las tareas de mantenimie­nto le gustan. «Nos toca desde recoger por las mañanas la ayuda del Mercadona a pintar los pisos, ir un día a la semana a la Casa de Acogida, de aquí para allá, no nos aburrimos no», cuenta con satisfacci­ón. Ahora su sueño es ahorrar dinero suficiente para traer «legalmente» a su hija de 22 años a España y que pueda cursar algo de Enfermería, ya que ha tenido que abandonar los estudios en su país. «En Cuba no hay futuro, la gente tiene que pensar en lo que va a comer cada día, no tiene expectativ­as de futuro. No pienso en volver, en absoluto», concluye con algo de tristeza.

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