Heraldo de Aragón

El Caballo Blanco galopa desde hace 60 años

En el centro de Zaragoza se encuentra este clásico bar con una coqueta bodega

- POR MARIANO MILLÁN

Alfonso Mayayo era un niño de Longás que sufrió una mala caída que le dejó en reposo un tiempo. Un practicant­e acudía a diario para curarlo sobre una yegua blanca y para animarle le decía que cuando se pusiera bueno le dejaría montar en ella y cabalgar. Esta historia dio nombre a El Caballo Blanco, un bar del centro de Zaragoza que ahora cumple 60 años.

Con vistas a la iglesia de San Miguel y a la plaza del mismo nombre, este establecim­iento se fundó en el verano de 1964. «Ofrece el mejor jamón de Teruel y los ricos vinos de la tierra –se informó en la ‘Hoja del Lunes’–. Es distinto a los que actualment­e existen». Parte de la decoración de entonces todavía se conserva, como el emblemátic­o caballo que preside el bar.

Entonces ya se anunciaba una barra repleta de tapas y bebidas de todo tipo. «Las empanadill­as de bonito y las croquetas de jamón y bacalao están desde el inicio», asegura Ana Cris Mayayo, segunda generación al frente de este bar junto a sus hermanos Alberto y Alfonso. Sus propuestas son tradiciona­les: tortilla de patatas, torreznos o ensaladill­a rusa casera.

Sin embargo, detrás de estos clásicos bocados se encuentran recetas que sorprenden, como croquetas de pepinillo y anchoa, de cuatro quesos con un interior de turrón o de chistorra con huevo frito. Las presentaci­ones también son vanguardis­tas, por ejemplo, tienden las anchoas y los boquerones como si fueran ropa.

Hace unos días consiguier­on un oro en Gastropasi­ón por su tapa de bacalao, fueron finalistas del certamen de patatas bravas y aguardan con ilusión el concurso de croquetas de Zaragoza al que se presentan con dos propuestas. Además de su gastronomí­a, en los últimos tiempos han realizado cambios para ser más accesibles a todos los clientes, como mesas que se ajustan a la altura deseada con un juego de poleas para personas con discapacid­ad.

En 2010 cambió de manos y en 2022 la familia Mayayo volvió a tomar las riendas. «Estamos orgullosos de que El Caballo Blanco se haya convertido en un lugar de referencia, es una identidad –asegura Mayayo–. Yo me he criado aquí».

Antes de 1964, el local de El Caballo Blanco era una «agencia comercial de venta de tractores y maquinaria agrícola» que se convirtió «en pocos días y casi por arte de magia, en una brillante y luminosa cafetería», se contó en la misma página de la ‘Hoja del Lunes’ de julio de 1964. Entonces ya pronostica­ron «un éxito sin precedente­s de público», tanto por el «exquisito gusto» como por la «enorme cueva». Con el cambio de manos ese ‘encanto subterráne­o’ ha recobrado la vida, ya que hasta hace unos meses ese sótano era un almacén. Bajar cada uno de los escalones es un paso hacia una parte de las entrañas del Casco Histórico de la ciudad. «Es una bodega preciosa del siglo XIX, donde guardamos todos los vinos y es un espacio muy coqueto que lo alquilamos para fiestas privadas», cuenta Mayayo. «Hay muy pocas así en Zaragoza», concluye Ana Cris.

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GUILLERMO MESTRE Ana Cris Mayayo, detrás de la barra de El Caballo Blanco.

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