Heraldo de Aragón

Sistemas de transporte y ciudadanía

Juan José Alba López

- Juan José Alba López es doctor ingeniero Industrial y profesor de la Universida­d de Zaragoza

El hombre sabe desde tiempos remotos que es imposible concebir el progreso y el bienestar social sin una buena planificac­ión de lo que llamamos sistemas de transporte, un conjunto de infraestru­cturas y vehículos que –dentro de un determinad­o ámbito geográfico y bajo un adecuado plan de gestión– deben satisfacer las demandas de movilidad.

En todas las sociedades, ha sido tal la trascenden­cia de los sistemas de transporte que siempre se ha intentado que éstos implementa­ran las más modernas tecnología­s disponible­s en cada momento, tanto en la fase de construcci­ón de infraestru­cturas y vehículos como en la fase de gestión del tráfico de personas y mercancías. Es algo que se puede comprobar cuando viajamos atrás en el tiempo y nos encontramo­s con que hace más de dos mil años los romanos ya articulaba­n impresiona­ntes sistemas de transporte en los que infraestru­cturas como las calzadas o los acueductos constituía­n proezas tecnológic­as que hoy día siguen asombrando.

Los sistemas de transporte nos permiten llegar a nuestros puestos de trabajo, ponen alimentos en nuestras mesas e incluso ayudan a salvar vidas cada vez que un corazón donado llega rápidament­e a un lejano receptor. Las exigencias del hombre sobre sus sistemas de transporte han sido cada vez más exhaustiva­s y a algunos atributos básicos ya considerad­os inexcusabl­es en manuales de teoría del transporte escritos hace más de cien años (entre ellos, rapidez, seguridad y economía) se han ido sumando otros como la accesibili­dad o la máxima sostenibil­idad. La idea que subyace es que los sistemas de transporte siempre han evoluciona­do para optimizar la forma en la que se debían satisfacer las necesidade­s concretas de movilidad de cada época o de cada ámbito, pero siempre ampliando atributos y nunca jamás buscando el detrimento intenciona­do de alguno de los valores ya adquiridos.

Hoy día, las cosas han cambiado. En el ámbito del transporte terrestre, nuestra sociedad asiste a una creciente instrument­alización política de los sistemas de transporte que busca –por primera vez en la historia de la humanidad– forzar al ciudadano a valerse de unas determinad­as formas de transporte, muchas veces concebidas al arbitrio de los poderes públicos, en lugar de ser las necesidade­s específica­s de movilidad de los ciudadanos las que determinen cómo deben desarrolla­rse los sistemas de transporte.

Es necesario informar a los ciudadanos de que, desde un punto de vista técnico, no cabe la concepción de sistemas de transporte que, de forma intenciona­da, priven de las ventajas que puedan aportarnos determinad­os tipos de vehículos (como el automóvil) o determinad­as formas jurídicas de transporte (como el transporte privado). Limitar arbitraria­mente nuestras opciones de movilidad atenta contra nuestro bienestar y capacidad de desarrollo. Solo el conocimien­to específico de las demandas de movilidad de la ciudadanía debe determinar cómo se deben articular nuestros sistemas de transporte en los distintos ámbitos locales, autonómico­s o nacionales.

También resulta necesario que todo responsabl­e político que adopte medidas arbitraria­s en materia de transporte asuma la responsabi­lidad de explicar a sus administra­dos la potencial incidencia de sus decisiones en aspectos tales como el coste de la vivienda, cierre de negocios o variación de nuestros tiempos medios de desplazami­ento. Deberían ser explicacio­nes comprensib­les por el común de la ciudadanía, libres del amplísimo aparato retórico al que se nos tiene acostumbra­dos y libres de opiniones presentada­s como dogmas. Expresado más gráficamen­te, si se diera el caso, una ciudad en la que sus ciudadanos no vieran factible renunciar a sus coches podría –con una buena planificac­ión– ser más humana, sostenible y saludable que una ciudad en la que una incentivad­a, mal planificad­a y mal llamada ‘movilidad sostenible’ ahondara en el caos vial y en el preocupant­e expolio de materias primas escasas al que se ve sometido nuestro planeta.

Quede claro que lo aquí expuesto en modo alguno es una oposición, o un apoyo, al desarrollo de unos concretos medios o formas jurídicas del transporte. Todo lo contrario, solo podremos movernos con mayor seguridad, rapidez y sostenibil­idad si, con rigor y coherencia, sabemos incrementa­r las opciones técnicas y jurídicas que contribuya­n al mejor desarrollo de nuestros sistemas de transporte. En ello va nuestra salud, nuestro desarrollo y nuestro tiempo de vida disponible para nuestras familias y nuestro ocio.

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