Heraldo de Aragón

El hartazgo del presidente

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Desgraciad­amente, la corrupción, en forma de sospechas, denuncias, escándalos, sumarios, juicios, condenas o absolucion­es, etcétera, ha formado parte de la vida política española prácticame­nte desde el inicio de la etapa democrátic­a. Y antes también, claro, pero entonces apenas se hablaba de ella, aunque la había. Y desde luego los partidos no han dejado de usar la mínima sombra de duda en la actuación del adversario como arma arrojadiza contra él. Los unos y los otros, los del PP y los del PSOE y todos los demás, cuando han tenido la ocasión. Tampoco es novedad que en tantos dimes y diretes aparezcan implicadas, con más o menos fundamento, personas muy próximas y familiares de altos cargos políticos. Se lo podrían preguntar a Juan Guerra, el hermano de Alfonso, que en los años noventa hizo correr ríos de tinta con las revelacion­es sobre sus labores como conseguido­r con despacho oficial en Sevilla. O, ahora mismo, al hermano y al novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, a los que también se ha señalado y de cuyas actividade­s se ha extraído abundante munición para la artillería de los enemigos políticos de Isabel Díaz Ayuso. El uso político espurio, interesado y exagerado de cualquier sospecha de corrupción real o supuesta le da un aire sucio a la política española y la hace aparecer como más enfangada de lo que en realidad está. Pero también es verdad que los ciudadanos tienen derecho a conocer situacione­s que, aunque sean legales, resultan chocantes y peligrosas. Nada hay de singular, por tanto, en lo que están viviendo el presidente Sánchez y su esposa. Lo que es inusitado es que el jefe de Gobierno de un país europeo de casi cincuenta millones de habitantes se ponga a sí mismo entre paréntesis, aunque sea solo por cinco días, generando una especie de vacío. Si está harto, puede dimitir o no. Lo que no debería hacer es torear a la ciudadanía, que también está muy harta. Y con mayor razón.

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