Heraldo de Aragón

Cinco días sin Sánchez

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En esta carrera infinita a lo insólito que vive la política española, el pasado miércoles, pasadas las siete de la tarde, Pedro Sánchez consideró que estaba en su derecho de hacer un parón y publicó en X, sin membrete ni preguntas, que se lo iba a pensar. Y comenzó un tictac de especulaci­ones ante una comunidad internacio­nal estupefact­a, con los ministros a lágrima viva ante el líder herido y el PP con cara de mosqueo por si el presidente, con un nuevo truco de magia, se la colaba otra vez.

Fue tanta la intriga (hay que admitirle al presidente su habilidad para la tensión dramática) que frisando el lunes casi nadie las tenía todas consigo, sobre todo en su partido. Pero Sánchez es Sánchez, fiel al personaje. Quien el miércoles era marido doliente el lunes se levantó como ‘killer’ con dos pistolas, aunque las balas fueran de fogueo.

Dando por supuesto lo de la polarizaci­ón y el cesarismo, con el comité federal del sábado convertido en enfebrecid­o conclave del culto al líder, la pregunta era: ¿y todo esto para qué? A dos semanas de las catalanas y a poco más de un mes de las europeas, sin presupuest­os y con las alianzas parlamenta­rias cogidas con alfileres, la corrupción llegando a la orilla y su mujer en los papeles, a Sánchez le podría haber apretado la necesidad de meter miedo a sus socios, forzar a su partido a cerrar filas y llamar a la movilizaci­ón de un electorado socialista desconcert­ado. Especialis­ta en construcci­ón de relatos, quiso ser de nuevo la víctima frente a las injusticia­s del sistema y repetir lo que ya hizo en su carrera por la secretaría general en 2016 o para levantarle el Gobierno a Feijóo en julio del año pasado. La épica de Sánchez otra vez. El héroe.

Igual le sale, pero de momento ha conseguido que España (y su partido) vean cara a cara el final del ciclo sanchista, visualicen su debilidad y confirmen la frivolidad de quien deja al país cinco días sin presidente y no duda en recurrir a su familia para surfear el presunto lodazal que dice denunciar. Josep Tarradella­s, expresiden­te de la Generalita­t, dijo que «en política se podía hacer de todo menos el ridículo». Pablo Iglesias, que sabe oler la sangre, se lo repitió ayer. No cabe bochorno mayor.

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