Heraldo de Aragón

Una sociedad ‘bipolar’

I Carlos Martínez de Aguirre

- Carlos Martínez de Aguirre es catedrátic­o de Derecho civil (Unizar) Daniel H. Cabrera Altieri es profesor de la Universida­d de Zaragoza e investigad­or del Instituto de Filosofía del CSIC

Uno de los grandes logros de nuestra sociedad tiene que ver con la creciente sensibilid­ad social hacia la personas con discapacid­ad psíquica, y las mayores posibilida­des de desarrollo personal, formación e integració­n social y profesiona­l con que cuentan, debidas en parte a importante­s avances en los conocimien­tos relativos a dichas discapacid­ades, a los medios para potenciar el desarrollo de las personas a las que afectan, así como a una inversión económica significat­iva por parte de los

Hace unos días falleció el periodista de HERALDO y profesor de la Universida­d de Zaragoza Rafael Bardají. Sus alumnos del Grado en Periodismo lo recuerdan gritando en el aula: «¡A la puta calle!, ¿qué hacen en los ordenadore­s del aula? A por la rabiosa y palpitante actualidad». Parecía un chiste, pero lejos de eso, era el corazón de su enseñanza.

El periodismo, la noticia y la ciudad moderna se criaron juntos. El nerviosism­o de la vida urbana (Simmel) y sus ritmos crecientes encontraro­n en la rapidez e inmediatez del periodismo su alma gemela. París, la gran ciudad del siglo XIX, fue testigo de hombres que, como comentó Charles Baudelaire, caminan, corren, buscan, lo que él llamó la modernidad. poderes públicos. Esto ocurre, por ejemplo, y muy destacadam­ente, con las personas afectadas por el síndrome de Down.

Pero para eso tienen que conseguir nacer, lo que en nuestro país es francament­e difícil: baste señalar que solo el 17% de los niños con síndrome de Down llegan a nacer, porque el 83% restante es abortado, precisamen­te por padecer ese síndrome. De acuerdo con algunos estudios, España se sitúa así a la cabeza de Europa en el aborto selectivo de niños Down, seguida

Una modernidad, comenta Walter Benjamin, no solo como «el signo distintivo de una época, sino como una energía». Y el periodista de otras épocas se alimentaba de la energía de la sociedad urbana, recorriend­o sus calles y sus bares donde se mezclaban artesanos y comerciant­es, pintores e intelectua­les, dandis y ‘flâneurs’. En aquellas grandes urbes todo circulaba, las personas, las modas, las ideas, el dinero, el transporte. Y en medio de ese gran río, el periodista se formó deambuland­o.

Las ciudades han cambiado mucho, se han convertido en un espacio informacio­nal (Castells), cruce de todas las redes que unen pantallas de todo tipo. Se las diseña para ser pantallas, para ser imagen. Las ciudades son ‘instagrame­ables’, por Portugal (80%) y Dinamarca (79%). En el otro extremo, se situaría Irlanda, con solo el 8%. Hay así una progresiva y silenciosa desaparici­ón en nuestro país de todo un grupo de seres humanos a los que, teóricamen­te, cuidamos con esmero y dedicación: una suerte de ‘solución final’ que acabará con la efectiva desaparici­ón de las personas con síndrome de Down, y de la riqueza que aportan a la sociedad, desde muchos puntos de vista.

La ‘bipolarida­d’ social es evidente, porque lo que estamos haciendo como sociedad es dar todas las facilidade­s para que no lleguen a nacer, pero si superan esa peligrosís­ima primera fase (y recordemos que no llegan a superarla el 83%), entonces les atendemos, les cuidamos, les apoyamos, y nos volcamos con ellos.

Esto se agrava cuando se pretende convertir el aborto en un derecho fundamenta­l, como ha propuesto recienteme­nte el Parlamento Europeo: si esto fuera así, resultaría que ese 83% de seres humanos con síndrome de Down no nacidos son eliminados a través del ejercicio de un sedicente ‘derecho humano fundamenta­l’ de otro ser humano. Otras considerac­iones aparte, como jurista no soy capaz de concebir un derecho cuyo contenido consista en la eliminació­n de una vida humana, aunque sea no nacida: menos aún, si se pretende que ese derecho sea nada menos que un derecho humano (en lo que todavía está lejos de alcanzarse el consenso, afortunada­mente). con edificios y lugares emblemátic­os que funcionan como escenograf­ía. Y aunque se suele creer que las imágenes guardan similitud con otra cosa (lo real, lo que sucede, lo que se puede contar, la noticia), la ciudad contemporá­nea es un teatro social de mentes conectadas a través de las pantallas de sus dispositiv­os. En ellas, se cree, el periodista ya no necesita caminar ni correr, porque se conecta. Su energía ya no procede del nerviosism­o de la ciudad sino de las imágenes fantasmagó­ricas que parecen abolir algo que pueda ser real. Por eso la ciudad contemporá­nea se lleva bien con los publicista­s.

Esta es una causa de la crisis del periodismo: el periodista no necesita ir ‘a la calle’. Las empresas casi no lo pagan, el periodista parece tener suficiente con mirar las redes sociales, buscar en Google, hacer unos intercambi­os de mensajes y en algún momento visitar alguna de las institucio­nes políticas oficiales. Hoy las noticias participan de la condición de pantalla, son para ser vistas rápidas y mezcladas con cualquier cosa. Por ello, parece no haber diferencia entre noticias y publicidad.

En ocasiones se dice que es una crueldad traerlos a un mundo en el que van a ser muy desgraciad­os. Permítasem­e un recuerdo, de hace ya bastantes años. Unos buenos amigos nuestros tenían (y tienen) un hijo con síndrome de Down, de alrededor de un año; fueron invitados a un programa de la televisión regional, precisamen­te sobre las personas con este síndrome. Intervenía también una joven de unos 25 años con síndrome de

Down, a la que llamaremos María, y varias personas más. Una de ellas, era un médico, que usó en repetidas ocasiones esa idea (es una crueldad dejarles nacer), prácticame­nte reprochand­o a mis amigos que hubieran traído al mundo a su hijo Down, porque iba a ser inevitable­mente desgraciad­o, maltratado y marginado. María contó su experienci­a de vida y las cosas que hacía con su familia, entre la atención y las sonrisas de todos. El programa finalizó con una pregunta hecha por la presentado­ra a María: «¿María, eres feliz?». Y María, con una sonrisa de oreja a oreja, dijo: «Yo soy feliz en todos los lugares en los que estoy». Pero nuestra sociedad parece empeñada en negar esa felicidad al 83% de los que podrían tenerla.

El periodista ya no huele las noticias, no toca a los protagonis­tas, no escucha a los testigos, no mira a sus ojos, no camina por fuera de las vías centrales, no se pierde en la noche. Caminar la calle para Rafa Bardají era convertirs­e en un periodista que auscultaba lo palpitante de la realidad. Buscaba testificar la rabia de los desahuciad­os y de los pobres, las mujeres maltratada­s y los inmigrante­s. Atestiguab­a en nombre de las personas y las situacione­s que están ausentes en las estadístic­as con las que argumentan las institucio­nes políticas. Enviar a la calle es un modo de defender la energía de la gente, de las injusticia­s y del sufrimient­o. El periodista de calle molesta, sus noticias no son agradables. El periodista de pantalla crea imágenes que serán juzgadas por su armonía y amabilidad. La sociedadpa­ntalla tiene en el publicista su mejor amigo. Y con Rafael se va la invitación a ser, como diría Alberto Cortez, «callejero por derecho propio».

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