Una sociedad ‘bipolar’
I Carlos Martínez de Aguirre
Uno de los grandes logros de nuestra sociedad tiene que ver con la creciente sensibilidad social hacia la personas con discapacidad psíquica, y las mayores posibilidades de desarrollo personal, formación e integración social y profesional con que cuentan, debidas en parte a importantes avances en los conocimientos relativos a dichas discapacidades, a los medios para potenciar el desarrollo de las personas a las que afectan, así como a una inversión económica significativa por parte de los
Hace unos días falleció el periodista de HERALDO y profesor de la Universidad de Zaragoza Rafael Bardají. Sus alumnos del Grado en Periodismo lo recuerdan gritando en el aula: «¡A la puta calle!, ¿qué hacen en los ordenadores del aula? A por la rabiosa y palpitante actualidad». Parecía un chiste, pero lejos de eso, era el corazón de su enseñanza.
El periodismo, la noticia y la ciudad moderna se criaron juntos. El nerviosismo de la vida urbana (Simmel) y sus ritmos crecientes encontraron en la rapidez e inmediatez del periodismo su alma gemela. París, la gran ciudad del siglo XIX, fue testigo de hombres que, como comentó Charles Baudelaire, caminan, corren, buscan, lo que él llamó la modernidad. poderes públicos. Esto ocurre, por ejemplo, y muy destacadamente, con las personas afectadas por el síndrome de Down.
Pero para eso tienen que conseguir nacer, lo que en nuestro país es francamente difícil: baste señalar que solo el 17% de los niños con síndrome de Down llegan a nacer, porque el 83% restante es abortado, precisamente por padecer ese síndrome. De acuerdo con algunos estudios, España se sitúa así a la cabeza de Europa en el aborto selectivo de niños Down, seguida
Una modernidad, comenta Walter Benjamin, no solo como «el signo distintivo de una época, sino como una energía». Y el periodista de otras épocas se alimentaba de la energía de la sociedad urbana, recorriendo sus calles y sus bares donde se mezclaban artesanos y comerciantes, pintores e intelectuales, dandis y ‘flâneurs’. En aquellas grandes urbes todo circulaba, las personas, las modas, las ideas, el dinero, el transporte. Y en medio de ese gran río, el periodista se formó deambulando.
Las ciudades han cambiado mucho, se han convertido en un espacio informacional (Castells), cruce de todas las redes que unen pantallas de todo tipo. Se las diseña para ser pantallas, para ser imagen. Las ciudades son ‘instagrameables’, por Portugal (80%) y Dinamarca (79%). En el otro extremo, se situaría Irlanda, con solo el 8%. Hay así una progresiva y silenciosa desaparición en nuestro país de todo un grupo de seres humanos a los que, teóricamente, cuidamos con esmero y dedicación: una suerte de ‘solución final’ que acabará con la efectiva desaparición de las personas con síndrome de Down, y de la riqueza que aportan a la sociedad, desde muchos puntos de vista.
La ‘bipolaridad’ social es evidente, porque lo que estamos haciendo como sociedad es dar todas las facilidades para que no lleguen a nacer, pero si superan esa peligrosísima primera fase (y recordemos que no llegan a superarla el 83%), entonces les atendemos, les cuidamos, les apoyamos, y nos volcamos con ellos.
Esto se agrava cuando se pretende convertir el aborto en un derecho fundamental, como ha propuesto recientemente el Parlamento Europeo: si esto fuera así, resultaría que ese 83% de seres humanos con síndrome de Down no nacidos son eliminados a través del ejercicio de un sedicente ‘derecho humano fundamental’ de otro ser humano. Otras consideraciones aparte, como jurista no soy capaz de concebir un derecho cuyo contenido consista en la eliminación de una vida humana, aunque sea no nacida: menos aún, si se pretende que ese derecho sea nada menos que un derecho humano (en lo que todavía está lejos de alcanzarse el consenso, afortunadamente). con edificios y lugares emblemáticos que funcionan como escenografía. Y aunque se suele creer que las imágenes guardan similitud con otra cosa (lo real, lo que sucede, lo que se puede contar, la noticia), la ciudad contemporánea es un teatro social de mentes conectadas a través de las pantallas de sus dispositivos. En ellas, se cree, el periodista ya no necesita caminar ni correr, porque se conecta. Su energía ya no procede del nerviosismo de la ciudad sino de las imágenes fantasmagóricas que parecen abolir algo que pueda ser real. Por eso la ciudad contemporánea se lleva bien con los publicistas.
Esta es una causa de la crisis del periodismo: el periodista no necesita ir ‘a la calle’. Las empresas casi no lo pagan, el periodista parece tener suficiente con mirar las redes sociales, buscar en Google, hacer unos intercambios de mensajes y en algún momento visitar alguna de las instituciones políticas oficiales. Hoy las noticias participan de la condición de pantalla, son para ser vistas rápidas y mezcladas con cualquier cosa. Por ello, parece no haber diferencia entre noticias y publicidad.
En ocasiones se dice que es una crueldad traerlos a un mundo en el que van a ser muy desgraciados. Permítaseme un recuerdo, de hace ya bastantes años. Unos buenos amigos nuestros tenían (y tienen) un hijo con síndrome de Down, de alrededor de un año; fueron invitados a un programa de la televisión regional, precisamente sobre las personas con este síndrome. Intervenía también una joven de unos 25 años con síndrome de
Down, a la que llamaremos María, y varias personas más. Una de ellas, era un médico, que usó en repetidas ocasiones esa idea (es una crueldad dejarles nacer), prácticamente reprochando a mis amigos que hubieran traído al mundo a su hijo Down, porque iba a ser inevitablemente desgraciado, maltratado y marginado. María contó su experiencia de vida y las cosas que hacía con su familia, entre la atención y las sonrisas de todos. El programa finalizó con una pregunta hecha por la presentadora a María: «¿María, eres feliz?». Y María, con una sonrisa de oreja a oreja, dijo: «Yo soy feliz en todos los lugares en los que estoy». Pero nuestra sociedad parece empeñada en negar esa felicidad al 83% de los que podrían tenerla.
El periodista ya no huele las noticias, no toca a los protagonistas, no escucha a los testigos, no mira a sus ojos, no camina por fuera de las vías centrales, no se pierde en la noche. Caminar la calle para Rafa Bardají era convertirse en un periodista que auscultaba lo palpitante de la realidad. Buscaba testificar la rabia de los desahuciados y de los pobres, las mujeres maltratadas y los inmigrantes. Atestiguaba en nombre de las personas y las situaciones que están ausentes en las estadísticas con las que argumentan las instituciones políticas. Enviar a la calle es un modo de defender la energía de la gente, de las injusticias y del sufrimiento. El periodista de calle molesta, sus noticias no son agradables. El periodista de pantalla crea imágenes que serán juzgadas por su armonía y amabilidad. La sociedadpantalla tiene en el publicista su mejor amigo. Y con Rafael se va la invitación a ser, como diría Alberto Cortez, «callejero por derecho propio».