Heraldo de Aragón

Una sonrisa en la puerta

- Miguel Gay Vitoria es periodista

Me gusta recordar a mi madre, ya mayor entonces, esperándon­os en el umbral de la puerta de su casa, con una sonrisa inmensa y la ilusión de recibirnos para comer. Se me estampa la imagen de aquella alegría de acogernos y siento todavía el calor de mi abrazo, envolviend­o su fragilidad; esa debilidad que desgastaba su cuerpo pero que era incapaz de vulnerar su firmeza de ánimo. No le molestaba abandonar lo que estuviera haciendo para acudir a atender a sus hijos y nietos mientras subíamos por la escalera.

También yo procuro actualizar ese gesto cariñoso. Escucho el sonido del portero automático con la convicción de saber, antes de descolgar, quién llega a casa de acuerdo con ritmos de vida más o menos ordenados. Sujeto la puerta y espero al ascensor para compartir, como hacía mi madre, el saludo de la bienvenida; en el que ya se perciben los avatares del discurrir de la jornada. Arranca una conversaci­ón entrelazad­a de ocupacione­s profesiona­les y personales a través de la que se desfogan inquietude­s y se alimentan retos y sorpresas, escenario de la confianza de la vida de hogar.

Me impone respeto recuperar el relato sorprenden­te de mi compañía, en el que un conocido suyo aseguraba que a su llegada a casa sentía y valoraba por encima de todo, ante una desafecció­n general, la felicidad de su perro, afecto que, sin duda, aporta aliento, por más que invita también a pensar sobre el listado de valores familiares.

Recibo yo a cambio en mi desembarco el cariño de los míos, pendientes de mi llegada, su aprecio y el interés por el desenlace de una jornada cuyo desarrollo suelo llevar escrito en el rostro. Que aquel con más descaro no duda en desvelar: «Le ha ido mal…». Lo que se resuelve con un desahogo y un justificad­o o no respaldo unánime.

Un pequeño regalo, herencia de mis padres, que aprendí y supe valorar en mi vieja casa, y por el que mantengo un aprecio que, a pesar de los ritmos acelerados, hoy comparten los míos. Y que de paso me empuja a recuperar aquella sonrisa acogedora, nunca olvidada, de una madre en la puerta de casa.

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