Sánchez se envuelve en la «regeneración democrática» para seguir con nuevo impulso
El presidente concluye su retiro con la decisión de seguir en Moncloa y apunta como clave «la «movilización social»
MADRID. No estalló la bomba, pese a lo que ya empezaban a temerse miembros de su propio Gobierno. Tras cinco días de reclusión y hermetismo absoluto, que tuvieron en vilo hasta casi el último momento incluso a su núcleo duro, Pedro Sánchez compareció ayer a las 11:00 horas en el Palacio de la Moncloa para anunciar que ha escuchado las llamadas a la resistencia y los gritos de apoyo de buena parte la sociedad progresista, y que, junto a su mujer, Begoña Gómez, ha decidido seguir al frente del Ejecutivo «con más fuerza si cabe» y una misión: acometer la «regeneración pendiente» de la democracia española y demostrar «al mundo» cómo se combate la «ola reaccionaria» que lo recorre y amenaza.
En qué medidas o leyes se plasmará, en concreto, la ofensiva anunciada por el presidente del Gobierno es aún una incógnita, pero el discurso con el que ya explicó en su carta del pasado miércoles su inédita decisión de «parar y reflexionar» sobre su continuidad y el modo en que su partido lo asumió sin matices invitan a pensar que la polarización que ya domina la política española no hará sino crecer. «¡Pedro, quédate! ¡Merece la pena que ganen los buenos!», llegó a esgrimir la vicepresidenta primera y número dos de los socialistas, María Jesús Montero, el sábado, en el
Buenas tardes. Como saben, el pasado miércoles escribí una carta dirigida a toda la ciudadanía. En ella les planteaba si merecía la pena soportar el acoso que desde hace diez años sufre mi familia a cambio de presidir el Gobierno de España. Hoy, tras estos días de reflexión, tengo la respuesta clara.
Si aceptamos todos como sociedad que la acción política permite el ataque indiscriminado a personas inocentes, entonces no merece la pena. Si consentimos que la contienda partidista justifique el ejercicio del odio, de la insidia y de la falsedad hacia terceras personas, entonces no merece la pena. Si permitimos que las mentiras más groseras sustituyan comité federal excepcional reconvertido en una explosión de emotividad de dirigentes y militantes abrazados en las calles.
Cuando, empleando un tono impredecible en un político que hasta el momento siempre había hecho gala de su resiliencia, Sánchez pulsó la semana pasada el botón de pausa, lo justificó por el modo en el que los ataques «por tierra, mar y aire» de la «derecha y la ultraderecha» estaban afectando ya a su familia. Esa misma mañana había trascendido que un juez había abierto diligencias previas en torno a Gómez a raíz de una denuncia por tráfico de influencias presentada por el pseudosindicato Manos Limpias, liderado por el ultraderechista Miguel Bernard. «Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos diez años sufriéndola. Es grave, pero no es lo más relevante. Podemos con ella», dijo, sin embargo, ayer.
A pesar de que en las jornadas previas la mayoría había dejado claro que no querría un fin abrupto de la legislatura, no todos sus aliados parlamentarios acogieron con igual entusiasmo la noticia de su continuidad, dada a conocer con apenas dos horas de antelación al Rey en la Zarzuela y con aproximadamente media a quien, de lo contrario, habría tenido que ser su sucesora en funciones, María Jesús Montero, al secretario de Organización de su el debate respetuoso y racional basado en evidencias, entonces no merece la pena. Por muy alto que sea, no hay honor que justifique el sufrimiento injusto de las personas que uno más quiere y respeta, y ver cómo se intenta destruir su dignidad sin el más mínimo fundamento.
Tal y como les anuncié, necesitaba parar y reflexionar sobre todo ello. Y sé que la carta que les envié pudo desconcertar, porque no obedece a ningún cálculo político. Y es cierto. Soy consciente de que he mostrado un sentimiento que en política no suele ser admisible. He reconocido ante quienes buscan quebrarme, no por quien soy sino por lo que represento, que duele vivir esta situación que no deseo a nadie. También porque sea cual sea nuestro oficio, nuestra responsabilidad laboral, vivimos en una sociedad donde solo se nos enseña y se nos exige mantener la marcha a toda costa. Pero hay veces en que la única forma de avanzar es detenerse, reflexionar y decidir con claridad por dónde queremos caminar.
He actuado desde una convicción clara. O decimos basta o esta degradación de la vida pública determinará nuestro futuro condenándonos como país. Es cierto que he dado este paso por motivos personales, pero son motivos que todo el mundo puede entender y sentir como propios, porque responden a valores troncales de una sociedad solidaria y familiar como es la española. Porque esto no es una cuestión ideológica. Estamos hablando de respeto, de dignidad, de principios que van mucho más allá de las opiniones políticas y que nos definen como sociedad. Esto nada tiene que ver con el legítimo debate entre opciones políticas. Tiene que ver con las reglas del juego. Si consentimos que los bulos deliberados dirijan el debate político, si obligamos a las víctimas de esas mentiras a tener que demostrar su inocencia en contra de la regla más elemental de nuestro Estado de derecho. Si permitimos que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico, teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido. Si, en definitiva, permitimos que la sinrazón se convierta en rutina, la consecuencia será que habremos hecho un daño irreparable a nuestra democracia.
Exigir resistencia incondicional a los líderes objeto de esa estrategia es poner el foco en las víctimas y no en los agresores. Y confundir libertad de expresión con libertad de difamación es una perversión democrática de desastrosas consecuencias. Por tanto, la pregunta es sencilla: ¿queremos esto para España? Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos diez años sufriéndola. Es grave, pero no es lo más relevante. Podemos con ella.