Historia de Iberia Vieja Monográfico

LOS ESTADOS UNIDOS DE ESPAÑA

La mitad de los estados norteameri­canos tienen huellas españolas en su historia. Y huellas muy importante­s, sin las cuales el desarrollo de este país nunca hubiera sido el mismo. En estas páginas recuperamo­s la historia española de estos estados...

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12 de julio de 1775. La fecha aparece señalada en todos los calendario­s del estado de Washington: el navegante Bruno de Heceta, junto con Juan Pérez y otros aventurero­s a bordo de los barcos Santiago y Sonora, desembarca­n en la futura Grenville Bay, que será bautizada como Nueva Galicia. Fue el primer asentamien­to europeo en el noroeste del Pacífico. Muchos años después, el 28 de octubre de 1790, España y Gran Bretaña firmaron el tratado de Nootka, por el que se ponía fin al monopolio de nuestra presencia y comercio en la zona. Codiciada por tantos buscadores de oro, la historia moderna de Alaska empezó a escribirse con los trazos del ruso Aleksei Chirikov y el danés Vitus Bering en su expedición de 1741. No obstante, el rey ilustrado Carlos III se propuso parar los pies al gigante ruso en el último cuarto del siglo XIX mediante una serie de viajes, como los llevados a cabo por Heceta y Alejandro Malaspina. El primer hombre que exploró la dorada

California, en 1542, fue el navegante portugués Juan Rodríguez Cabrillo, al servicio de la Corona española. El estado pasó a ser una “colonia” de nuestro país entre 1769 y 1821. La presencia de misioneros franciscan­os, desde San Diego hasta San Francisco, marcó su personalid­ad en ese período gracias a la figura del controvert­ido fray Junípero Serra, que desembarcó en sus costas en 1769 al mando de la llamada Sagrada Expedición. Los nativos recibían una rigurosa formación religiosa, si bien los testimonio­s demuestran que las misiones eran institucio­nes opresivas. Oregón recibe su nombre porque sus naturales acostumbra­ban agrandarse las orejas...; y, cómo no, fueron los españo- les los primeros que lo vieron. Desde que el bilbaíno Bartolomé Ferrelo atisbara su costa suroeste –actual Port Orford– hasta que, en 1819, España renunciara por el Tratado de AdamsOnís a sus derechos sobre el territorio de la costa del Pacífico al norte del paralelo 42, los nombres propios de españoles definen su historia. También fueron nuestros “tatarabuel­os” quienes bautizaron el inmenso territorio de Nevada –célebre hoy por la ciudad de Las Vegas–, a causa de la abundancia de nieves en invierno. Junto con otros estados actuales, formó parte del Virreynato de la Nueva España hasta 1821. Mexicanos y españoles comparten el honor de haber sido los pioneros en la “colonizaci­ón” de deUtah.Utah. Una partida encabezada por los franciscan­os Domínguez y Escalante abrió en 1776 una ruta desde Santa Fe hasta Monterrey para promover el cristianis­mo entre sus gentes. Mientras tanto, resonaban los cañones de la Guerra de la Independen­cia, que estalló ese mismo año... Ligada a la figura del padre Kino, un misionero oriundo de Italia, la historia de Arizona no se comprender­ía sin la valentía de personajes como Francisco Vázquez de Coronado (quien, en su expedición para localizar las siete ciudades de Cíbola, pasó por las actuales Oklahoma, Iowa, Kansas y quizá Nebraska) o de su segundo García López de Cárdenas, que, al mando de 25 hombres, descubrió el monumento natural más famoso de Arizona: el Gran Cañón del Colorado, en el norte del estado. La primera expedición española a Co

lorado se fecha en 1598. Su proximidad con Nuevo México hizo que se establecie­ran numerosos asentamien­tos en el sur, pero no fue, desde luego, una aventura fácil. En 1680, los indios Puebla expulsaron a los colonos españoles hasta El Paso. Fue en 1824 cuando el estado pasó a manos de la nueva república mexicana. Sin duda, la historia deNuevode Nuevo México –el quinto estado por extensión del país– no se comprender­ía sin el concurso de los españoles. En 1536, Cabeza de Vaca y sus “náufragos” llegaron a Culiacán (Mexico), tras cruzar el sur de Nuevo México. Las expedicion­es de fray Agustín Rodríguez (1580-1581), fray Bernadino Beltrán y fray Antonio de Espejo (158283) antecedier­on al primer asentamien­to en Nuevo México, el de Juan de Oñate (1598), quien fijó la capital en San Juan de los Caballeros y extendió el llamado “Camino Español”. En 1824, tuvo lugar la ruptura con la metrópoli. El explorador Álvarez de Pineda perfiló en 1519 el primer mapa de la costa de

Texas, nueve años antes de que Cabeza de Vaca llegara a las proximidad­es de Galveston. Coronado hizo acto de presencia en la parte oeste, en busca de las siete ciudades de Cíbola, mientras que, en 1682, quedó establecid­a la primera misión en Corpus Christi de la Isleta. En 1854, los Estados Unidos se lo anexionaro­n como el “estado número 28”. Nuestra influencia se deja notar aún, por ejemplo, con los populares rodeos, en los que antaño participab­an vaqueros españoles y mexicanos. Territorio francés desde sus primeras exploracio­nes, en 1762 los galos cedieron a España las zonas de Louisiana al oeste del Mississipp­i, lo que incluía el sur de actual Minnesota. Sin embargo, nuestro país nunca demostró un gran interés por esta región, distante de sus principale­s centros de poder.

Corría el año 1541 cuando Hernando de Soto se convirtió en el primer europeo en explorar Arkansas. La región cayó pronto bajo el área de influencia francesa. En 1762, los galos acabaron cediendo el territorio de la Louisiana – incluida Arkansas– a España. De mano en mano, el tercer Tratado de San Ildefonso (1800) devolvió estas tierras a sus primeros poseedores. Al igual que Arkansas, Lousiana fue explorada por el conquistad­or Hernando de Soto en 1541. En 1803, se convirtió en otro de los pilares de Estados Unidos tras un colorista itinerario histórico bajo nada menos que... ¡diez banderas! Hernando de Soto exploró el actual estado de Tennessee en 1541. Veintiséis años más tarde, en el verano de 1567, el capitán Juan Pardo, otro explorador español, lo bautizó con el nombre que luego mantendría, tras recorrer una población de nativos americanos llamada “Tanasqui”. La falta de oro hizo que la expedición de de Soto pasara por alto la coloniza ción de territorio­s como Mississipp­i, por la que vagó el infatigabl­e aventurero de Jerez de los Caballeros. Mississipp­i pasaría a la órbita francesa a finales del siglo XVII. Conocida por los españoles desde la famosa expedición de Pánfilo de Narváez de 1528, la batalla de Mobile, que enfrentó en 1540 a los hombres de Hernando de Soto contra los nativos comandados por Tascalusa, fue uno de los hechos más significat­ivos en el sangriento amanecer español de Alabama. El explorador Tristán de Luna alcanzó su río mientras buscaba un poco de comida, y quiso crear un asentamien­to permanente en la bahía de Mobile, que fue devastado tras un huracán. Fueron los franceses quienes se hicieron con las riendas de su destino, allá por 1702, tras levantar Fort Louis. Pedro Menéndez de Avilés, el primer gobernador de la Florida, llegó a la bahía de Santa María –en Virginia– en 1561. Fue en el pueblo de Chiskiack donde convenció a Paquinino, hijo de un jefe indígena que a la sazón contaba 17 años de edad, para conocer el Viejo Continen- te, donde fue exhibido ante la corte, y bautizado con el nombre de Don Luis. Educado por los españoles en México y Madrid, Don Luis regresó en 1570 como guía de los españoles, con el fin de facilitar el asentamien­to de los jesuitas en la península. Pero Paquinino nunca pudo olvidar el peso de su sangre: desertó, y dirigió una campaña contra los conquistad­ores en la que perecieron ocho frailes jesuitas. Los españoles se vengaron con un ataque en 1572 que acabó con la vida de al menos cuarenta nativos. Delaware, el primer estado que ratificó la Constituci­ón de los Estados Unidos –el 7 de diciembre de 1787– fue explorada por el inglés Henry Hudson en 1609, pero sus habitantes recuerdan con orgullo que fueron los españoles y los portuguese­s quienes primero avistaron sus costas. De nuevo Pedro Meléndez de Avilés (1519-1574) estuvo detrás de la exploració­n de un territorio, Maryland, cuya bahía de Chesapeake navegó en 1572. No obstante, la huella española resulta escasa en este estado, que evoca con singular aprecio el viaje que llevó a cabo el italiano Giovanni Caboto en 1498. El siglo XVI se caracteriz­ó por las convulsion­es entre Francia y España por el con trol del sureste de Estados Unidos. Desde la expedición de Lucas Vázquez de Ayllón en la década de 1520 hasta el viaje de Hernando de Soto, que se aventuró a cruzar los Apalaches, se iba preparando el terreno para su colonizaci­ón. Tal ambición alcanzó su punto máximo cuando Juan Pardo dirigió dos expedicion­es (1566-1568) hacia el valle Catawba y las montañas de deCarolina­Carolina del Norte y Tennessee, gracias a las cuales pudo levantar varios fuertes y cumplir su misión evangeliza­dora. La animosidad de los nativos hizo naufragar cualquier tentativa de un asentamien­to permanente, lo que aprovechar­on los ingleses para reivindica­r su dominio, a partir sobre todo del desastre de la Armada Invencible, en 1588. El primer contacto de deCarolina­Carolina del Sur con los aventurero­s españoles tuvo lugar en 1521 en la bahía Winyah. El capitán Francisco Gordillo exploró las costas de este estado, una tarea en la que ahondó, cinco años más tarde, Lucas Vázquez de Ayllón, el explorador que fundó el primer

asentamien­to europeo en Estados Unidos: San Miguel de Guadalupe, cerca del río Peedee. El rápido final de esa colonia coincidió con el suyo propio... De 1569 a 1684, la historia de Georgia estuvo dominada por el afán evangeliza­dor de los misioneros católicos españo les. El sistema colonial asimiló la diversidad de tribus nativas a lo largo de la frontera norte de Florida. La primera misión que se estableció con éxito fue la de San Pedro de Mocama, mientras que la de Santa Catalina de Guale se convirtió, pasado el tiempo, en la capital. Entre las curiosidad­es ligadas a la historia hispana de este territorio, se sabe que Hernando de Soto, en su viaje explorator­io de 1540-42, recorrió algunas partes del mismo, siendo el primer europeo en avistar a los mound builders, una tribu que se extinguirí­a tan solo unas décadas después. La rivalidad por el control de Georgia, punto de gran importanci­a geoestraté­gica por su cercanía con Florida, desencaden­ó en 1739 una cruenta guerra entre Gran Bretaña y España, en el contexto de la llamada guerra de la Oreja de Jenkins.

Florida es tal vez el estado más hondamente ligado a la tradición hispana. Su pronto descubrimi­ento por Juan Ponce de León cuando buscaba la mítica fuente de la eterna juventud, se produjo entre marzo y abril de 1513. Este lugar repleto de flores –de ahí su nombre– inspiró numerosas expedicion­es a lo largo del tiempo, como la que llevó a cabo Pánfilo de Nárvaez por su costa oeste, en 1528. Fue Álvar Núñez Cabeza de Vaca, subcomanda­nte de aquella expedición, quien nos dejó unas vivísimas impresione­s de la región en Naufragios, una obra donde relata los ocho años de penurias que pasó entre Florida y México, tras naufragar cerca de la isla de Galveston (Texas). El rastro español en Florida no solo no se perdió con el correr de los siglos, sino que se revitalizó. Durante la Guerra de la Independen­cia, el gobernador de La Louisiana, Bernardo de Gálvez, venció a los ingleses en la batalla de Pensacola, un acontecimi­ento que significó la devolución de la península a España. Solo en 1819, con el citado Tratado de AdamsOnís, nuestro país reintegró estas tierras a Estados Unidos. •

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