Historia de Iberia Vieja Monográfico
EL INTERCAMBIO ENTRE DOS MUNDOS
La colonización de América es uno de los episodios más controvertidos de la historia, ya que sus consecuencias, nefastas para unos y providenciales para otros, continúan latentes en la conciencia y en la realidad política y social de los pueblos. Sin emba
Por su propia naturaleza la pregunta en cuestión (qué sería hoy el mundo de no haberse producido el encuentro entre las dos culturas), resulta impredecible. Fueron tan numerosas y profundas las implicaciones que trajo consigo la colonización, que sería bien arriesgado aventurar cualquier hipótesis al respecto.
Constataremos el hecho, en primer lugar, de que tal encuentro no se produjo realmente entre dos continentes, sino entre América y el resto del mundo, ya que el continente europeo, al menos a nivel mercantil, ya mantenía con anterioridad fructíferos intercambios con las tierras y los pueblos más remotos de Oriente, y España asumió, en el momento de la colonización de América, una función eminentemente catalizadora, puente necesario para que se materializara aquella incipiente “globalización”.
LA TIERRA DEL PAN Y DEL OLIVO
Pocos, muy pocos de los productos agrícolas y ganaderos que llevaron los primeros colonizadores españoles a América eran realmente originarios del Viejo Continente. La mayoría de estos productos y
EL VIEJO CONTINENTE CONTABA, ANTES DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA, CON CIERTO DESARROLLO AGRARIO
el conocimiento agrario que implicaban eran, por el contrario, el resultado de una secular expansión comercial que, principalmente desde Oriente, fue iniciada por pueblos como los fenicios, los etruscos, los griegos o los romanos.
Con todo, tanto la variedad de productos disponibles para el consumo (en muchos casos sólo al alcance de las clases más pudientes), así como el valor nutricional que comportaban, siguió siendo en cierto modo arcaico si nos referimos a la población en general. Las gentes del Viejo Continente, pues, siguieron similares pautas de alimentación una generación tras otra. Sumido en la precariedad el pueblo llano dependió, para subsistir, del rendimiento puntual de un puñado de productos, y se mantuvo siempre a expensas de los caprichos de la tierra, de la climatología o de las plagas, que podían dar al traste con toda una cosecha y acarrear irreversibles hambrunas y oportunistas enfermedades.
Un importante punto de inflexión, no sólo respecto al Continente Europeo sino en cuanto a las implicaciones futuras de cara al Descubrimiento, fue lo que algunos historiadores han definido, con gran acierto, como la gran “revolución verde” del mundo árabe. Son los árabes, con su penetración y presencia secular en la Pe- nínsula, quienes modernizan realmente nuestra capacidad agraria. Con ellos, penetran también los primeros tratados de agricultura, conocimientos que los musulmanes ponen en práctica con notable éxito convirtiendo, milagrosamente, nuestros eriales en tierras productivas y fértiles.
Pero, y lo más importante, son ellos quienes traerán desde el Lejano y Próximo Oriente la mayoría de los productos que hoy conocemos, nuevas especies como el arroz, diferentes clases de cítricos, espárragos, membrillos, el café, la palma datilera, frutos secos y otros muchos alimentos que fueron sumándose a una dieta demasiado dependiente de productos como el trigo, la uva, el aceite etc., ampliando y, por decirlo así, democratizando el consumo y aumentando las expectativas de subsistencia local. En España, con la dominación árabe, se produjo una gran transculturación alimentaria, productos que a partir de entonces podríamos agrupar bajo el denominador común de “ibéricos”, y cuyo cultivo sería implementado, con mayor o menor éxito, en las nuevas tierras de América.
Aunque ahondaremos más en ello, por el momento digamos que el Viejo Continente contaba, antes del descubrimiento de América, con cierto desarrollo agrario y con una variedad de productos aceptable para asegurar la subsistencia. Sin embargo, otra cosa bien distinta era el acceso real de la población al consumo de buen número de alimentos, tanto vegetales como animales, lo que se traducía en ciertas carencias proteínicas y vitamínicas que derivaban en un desequilibrio nutricional patente, comportando la proliferación de enfermedades. Las ataduras feudales, y el anquilosamiento cultural, causas directas de la desigualdad social y la injusticia distributiva, continuaban siendo en el Viejo Continente, y a las puertas del Descubrimiento, el “pan nuestro de cada día”. Así, Europa llegó a encontrarse atrapada en un fatal círculo vicioso, donde graves epidemias, como la peste bubónica acaecida en el siglo XIV, provocaron millones de muertes, dando a
su vez como resultado la falta de mano de obra agrícola, lo que conllevaría nuevas y letales hambrunas.
El comercio de ultramar, sin embargo, se mantuvo en auge y representaría, a la postre, la salida a esa etapa oscura y sin aparente solución de continuidad que arrastraba el Viejo Continente durante los siglos XIV y XV. La necesidad de nuevos alimentos y la competencia por hallar nuevas rutas de acceso a las especias (ya que éstas aseguraban el condimento y conservación de los productos), acabará por deshacer este nudo gordiano.
Pero el inesperado descubrimiento de nuevas tierras superaría con creces aquella, en principio, “trivial” aspiración comercial. El viaje de Colón, con el tiempo, se revelaría como una auténtica “tabla de salvación” para aquel anquilosado y sufriente Viejo Mundo. En cierto sentido, y no les faltaría razón, hay quien afirma peyorativamente que los españoles, al llegar a América, llevaban por todo equipaje su particular Edad Media.
AMÉRICA: UNA TIERRA FRUGAL
Del mismo modo que, según afirmábamos, la cultura y los productos que exportó el Viejo Continente implicaban en realidad al resto del mundo, tampoco deberíamos hablar de una América unificada a nivel cultural, sino altamente heterogénea en desarrollo productivo, organización social y política, ciencia y tecnología. Algunos pueblos, por ejemplo, habían alcanzado altas cotas de conocimiento astrológico, mientras otros se encontraban aún en un estadio cultural más propio de la Edad de Piedra. Para hacernos una idea de esta heterogeneidad, según algunas estimaciones, en la América precolombina convivían numerosos pueblos sin ningún tipo de conexión, se hablaban más de 250 lenguas diferentes de norte a sur, y la demografía total del continente podía rondar los 60 millones de almas.
En la misma medida, el panorama alimentario que presidía la América precolombina era muy cambiante o incluso diametralmente opuesto dependiendo de la zona, de la altitud y situación geográ- fica, del desarrollo y la tecnología agraria del pueblo en cuestión. Una serie de productos, sin embargo, destacaban sobre los demás. Entre ellos, el maíz era la base de la alimentación de pueblos como el maya y azteca. Igualmente, el consumo de la yuca estaba muy extendido en gran parte del territorio del actual Brasil, y en tercer lugar, las patatas constituían el producto estrella entre la población incaica.
Pero la lista, como cabe suponer, no se limitaba al cultivo de estos alimentos, pues la dieta de los aborígenes americanos se completaba con otros productos básicos, alimentos que, al igual que los ya citados, con el tiempo tendrían gran repercusión para el resto del mundo. Para no extendernos, en la América precolombina se cultivaba también la batata, la mandioca, la calabaza, el cacahuete, los frijoles o los tomates, todos ellos originarios de América y desconocidos en el Viejo Mundo hasta entonces. Cabe reseñar, igualmente, que en amplias zonas de la América precolombina ya se practicaba con notable éxito una agricultura intensiva gracias al uso del regadío, dando lugar a unos excedentes que abrían la puerta al descanso estacional necesario para la producción artesanal y al intercambio de productos con la consiguiente transculturación intelectual mutua.
Debemos concluir, según los expertos en la materia, que en la América precolombina las poblaciones no contaban con una gran variedad de productos alimenticios a su disposición. Sin embargo, esto no implicaría que a nivel nutricional no gozaran de una dieta equilibrada y saludable, sino todo lo contrario. Además de
EN LA AMÉRICA PRECOLOMBINA LAS POBLACIONES NO CONTABAN CON UNA GRAN VARIEDAD DE PRODUCTOS ALIMENTICIOS A SU DISPOSICIÓN
los alimentos más energéticos ya citados (patata, yuca o maíz), los indígenas obtenían otros aportes necesarios de las verduras, frutas y raíces autóctonas, así como, en menor medida, de la caza y la pesca que eran capaces de obtener.
Es significativo, en este sentido, apuntar que cuando se producen los primeros contactos entre los colonizadores españoles y los indígenas del Nuevo Mundo, a aquéllos les llamará poderosamente la atención la apariencia estética de éstos. Cristóbal Colón, en una de sus primeras misivas a los Reyes Católicos, resalta lo bien formados que eran sus cuerpos, y en otras anotaciones los define como gente de buena estatura, muy hermosa, con las piernas muy derechas y ausencia de barriga.
Y es que, quizás tomándolo como una de las primeras lecciones que recibieron los españoles de los pobladores americanos, la frugalidad alimenticia se significó como una de sus principales virtudes. Según Bartolomé de las Casas, se distinguían por la sobriedad y templanza en el comer y en el beber. Esta frugalidad, dicen los entendidos, se debía a una concepción de la alimentación muy alejada de la de los conquistadores, ya que, contrariamente a ellos, no comían por placer sino por necesidad. Gracias a esta dieta, parca pero equilibrada, por lo general la población indígena era musculada y prácticamente adolecía de problemas y enfermedades asociadas al sobrepeso o la falta de vitaminas.
En este punto, cabe preguntarse si las sociedades precolombinas, tal como estaban concebidas, precisaban o no de la llegada de los españoles para mejorar su particular desarrollo. Aunque diferentes estudios nutricionales ponen el acento en las carencias dietéticas que debieron padecer ciertas poblaciones, hemos de concluir que su subsistencia y estilo de vida estaban salvaguardados.
Para avalar con más rotundidad esta respuesta, sin embargo, habría de decir que gracias a que el continente americano había permanecido aislado geográficamente del resto del mundo, también se encontraba aislado genéticamente. Esto implicaba que, hasta la fecha de la colonización, los indígenas sólo habían estado expuestos a las escasas enfermedades propias de América. Esto cambió radicalmente con la llegada de los colonizadores, que involuntariamente llevaron consigo una larga lista de agentes patógenos que diezmaron a los indígenas.
Para hacer honor a la verdad, los hipotéticos beneficios que obtuvieron los indígenas de la colonización llegarían con el tiempo, quizás ya como sociedad mestiza, y pertenecieron, más bien, al orden técnico, agrario, científico y cultural. Sirva como muestra que en la América preco- lombina desconocían la rueda como medio de transporte. UN ENCUENTRO DESIGUAL Es indiscutible que, con la colonización, América fue escenario de toda clase de iniquidades como consecuencia de los prejuicios y la codicia de los colonizadores frente a la manifiesta desventaja e ingenuidad de los indígenas. Sin embargo, como apuntamos al comienzo de este artículo, nuestra intención es conciliadora, fijándonos en las aportaciones que, mirado en perspectiva, supuso para la raza humana aquel encuentro, por desigual e inicuo que fuera.
Lejos de pretender justificar lo injustificable, los medios empleados para doblegar a los pueblos indígenas se enmarcan