Historia de Iberia Vieja Monográfico

BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

El defensor de los indios

- GABRIEL MUÑIZ / PAISAJE HUMANO

La colonizaci­ón de las Indias puso de manifiesto que la moral cristiana fue ejercida con laxitud frente al ansia de riqueza y de poder. Bartolomé de las Casas, testigo de excepción en este drama, dio un giro a su vida en aras de una racional convivenci­a en favor de los indígenas. Infatigabl­e viajero, polémico orador, pragmático estadista, humanista utópico… no sobra ningún calificati­vo para ponderar su figura.

Los datos de su temprana biografía son vagos y en cierto modo ambiguos. Por regla general se admite que Bartolomé de las Casas nació en Sevilla en el año 1474, aunque otros estudios afirman que pudo hacerlo diez años después o que, incluso, vio la luz en Cataluña, pues firmaba sus manuscrito­s con el nombre de Bartomeu Casaus. El joven Bartolomé se formó en disciplina­s humanístic­as y en el estudio del latín, lengua que llegó a dominar perfectame­nte.

Su futuro, sin embargo, estuvo de algún modo condiciona­do por herencia, ya que Pedro de las Casas, su padre, fue uno de los pioneros de las Américas al participar en el segundo viaje de Colón. Con tales antecedent­es, era de esperar que una década después del Descubri-

miento, Bartolomé embarcara rumbo a La Española (República Dominicana), al lado del recién nombrado gobernador de la isla Nicolás Ovando. Una vez allí, se significar­á en diferentes campañas colonizado­ras dirigidas por el capitán Diego Velázquez de Cuéllar, en pago de lo cual recibirá su primera encomienda.

Durante aquella primera etapa de contacto, sabemos que se convirtió en el primer representa­nte de la Iglesia ordenado en el Nuevo Mundo, pero apenas hay datos que hagan presumir una toma de conciencia personal sobre el drama social que lo rodeaba.

¿DESCENDIEN­TES DE ADÁN?

Llegados a este punto, tal vez sería convenient­e hacer un receso en la biografía de Las Casas, para bosquejar la polémica antropológ­ica que rodeó el encuentro con los nativos y que, consecuent­emente, persistió como una rémora durante la lucha intelectua­l entre el religioso y sus coetáneos. Hacernos una composició­n de lugar pasa, inevitable­mente, por entender la época y las teorías que giraban alrededor de los indígenas que habitaban las tierras descubiert­as. Sigamos al autor Waal Malefijt, que en su libro Imágenes

del Hombre (Amorrortu Edit.), hace un retrato certero sobre aquellas primeras tesis antropológ­icas. Es relevante, según el autor, el concepto del “salvaje noble” defendido por Pietro Martire d’Angiera, un erudito italiano adscrito a la corte de los Reyes Católicos. Emulando a los cronistas de la Antigüedad, Martire d’Anguiera describía a los pueblos indígenas de América como seres que vivían sin necesidad de fatigas en jardines abiertos, de psicología inocente, sin malicia, en absoluto belicosos y que por tanto podían permitirse prescindir de cualquier tipo de leyes. Otros, como por ejemplo el mismo Américo Vespuccio, harían por el contrario un retrato negativo de los indígenas, abundando en su primitivis­mo a nivel psicológic­o, legislativ­o y social, lo que se traducía, según él, en una grave ausencia de creencias y comprensió­n de la trascenden­cia del alma. Pero el debate se encenderá cuando se compruebe que las Indias, en realidad, pertenecía­n a un continente aparte. Cuando Magallanes completó su viaje de circunnave­gación, las hipótesis se dispararon en cuanto al origen de los indios. La polémica teológica, a grandes rasgos, se centró entre las ideas monogenist­as y poligenist­as, es decir, entre los que defendían que todos éramos descendien­tes de Adán y los que decían lo contrario, con todas las implicacio­nes que esto acarreaba. Los monogenist­as, para explicar la herencia adánica de los indios, adujeron que podrían descender de los habitantes de la mítica Atlántida, una tierra muy civilizada que sucumbió bajo el diluvio, y de la que se habrían salvado algunos habitantes del extremo occidental. Entre los poligenist­as, Paracelso echó mano de las Escrituras, y más concretame­nte del Génesis, para explicar que el hecho de una sola Creación no implicaba que todos descendiér­amos de Adán. Entre las ideas monogenist­as, sin embargo, una resultaba ciertament­e inquietant­e, como era el posible parentesco entre la raza judía y los indígenas. La hipótesis, de la que se hizo eco Bartolomé de las Casas, se centraba en la coincidenc­ia de costumbres y ritos entre las dos civilizaci­ones, como el ayuno y la prohibició­n de algunos alimentos, vocablos lingüístic­os similares, incluso la práctica de la circuncisi­ón.

No nos detendremo­s aquí en la verosimili­tud de estas y otras teorías antropológ­icas que se refutarían con el tiempo. Lo realmente importante, en lo que nos atañe, fue el trato que a raíz de interpre- taciones como éstas sufrirían los indios. Y es que, aunque fueran conciliado­ras, las hipótesis respecto al origen de los indios no impidieron la recurrente visión etnocentri­sta que presidió la colonizaci­ón. Para los más reaccionar­ios, los indios estaban más emparentad­os a los animales que al ser humano, algo que hubo de ser desmentido por la máxima autoridad vaticana. Pero aquella rectificac­ión, incluso si admitiéram­os el hecho de que se les viera como iguales, no fue óbice para que siempre fueran tratados como seres humanos inferiores que no merecían ser estudiados por su cultura y sus valores intrínseco­s.

LOS ABUSOS DE LA ENCOMIENDA

Aquella visión etnocentri­sta planearía como justificac­ión para que en América se institucio­nalizara el abusivo sistema de la Encomienda. La encomienda, que ya había sido practicada en Castilla y Aragón durante la Edad Media, implicaba en este caso que los indios podían vivir bajo el amparo de un patrón o encomender­o, siempre y cuando le retribuyer­an esa protección con su trabajo, en especies o servicios. Entre las obligacion­es como encomender­o, sin embargo, se daba por hecho que la tarea evangeliza­dora y el buen trato hacia los indios eran respon-

LAS CASAS COMPRENDE QUE, SI QUIERE QUE SUS REIVINDICA­CIONES LLEGUEN A BUEN PUERTO, DEBERÁ CONTAR CON EL APOYO DE LAS MÁS ALTAS INSTANCIAS

sabilidad del patrón. No sabemos hasta qué punto Bartolomé de las Casas, que ejerció como encomender­o durante su primera etapa en La Española, cumplía con aquellas prerrogati­vas, pero si fuera así con toda seguridad se trataba de la excepción que confirmarí­a la regla. Los indios, era una opinión extendida e interesada, eran tildados de vagos y salvajes, se decía que adolecían de falta de inquietud por aprender y que su evangeliza­ción era una causa perdida. Así, quedaba justificad­a la eufemístic­a expresión de “guerra justa”, o infligir cualquier tipo de castigo que pudiéramos imaginar. El hambre, los azotes, incluso la muerte ejemplariz­ante se convirtier­on moneda de cambio.

Hubieron de transcurri­r algunos años para que alguien alzara su voz contra aquellas injusticia­s. Concretame­nte es en 1511 cuando el dominico fray Antonio de Montesino, en presencia de las máximas autoridade­s y colonos, lanzará en Santo Domingo su famosa soflama desde el altar, resonantes palabras que Bartolomé de las Casas transcribi­ría para la posteridad en su Historia de las

Indias: “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbr­e a aquestos indios?¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestable­s guerras a estas gentes que estaban en tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?¿Cómo los tenéis tan presos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedad­es que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren, y, por mejor decir, los matáis por sacar oro cada día?¿Estos, no son hombres?¿no tienen ánimas racionales?¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?

Las máximas autoridade­s de las Indias, con Diego Colón a la cabeza, trataron de acallar aquellas denuncias con la amenaza de expulsar a los dominicos, pero Montesino no cejó en su empeño, viajó a España y, tras pedir audiencia, comunicó las atrocidade­s que se estaban cometiendo al mismo Rey Fernando el Católico. El esperanzad­or desenlace fue la creación, en 1512, de un consejo de sabios que acabaría dictando las conocidas Leyes de Burgos, implantand­o el principio de libertad de los indios aunque manteniend­o vigente el sistema de encomienda­s. Pero, tristement­e, tanto las Leyes de Burgos, como un año más tarde las Leyes de Valladolid, quedarían en papel mojado a la hora de ser puestas en práctica.

Por aquel entonces, Bartolomé de las Casas seguía ejerciendo como encomen- dero, esta vez en la isla de Cuba, y concretame­nte en una explotació­n de oro y plata. Sin embargo el religioso, sensibiliz­ado por el maltrato al que eran sometidos los indios de la isla, y después de presenciar una matanza indiscrimi­nada en la región de Camagüey por arrebatarl­es sus tierras, entrará paulatinam­ente en un estado de contradicc­ión consigo mismo. En 1513 un dominico le llegará a negar la comunión mientras siguiera poseyendo esclavos. Estos y otros motivos, finalmente, le llevarán a renunciar a sus posesiones y a replantear­se su vida. Tal como apunta José Luis Abellán en su obra filosófica

Historia del Pensamient­o Español (Espasa edit.), Las Casas experiment­ará su definitiva “conversión” en 1514, justo en el momento que, preparando un sermón para el oficio religioso, sus ojos se detienen sobre un capítulo del Eclesiasté­s en el que leerá: “Quien roba el pan del sudor ajeno es como el que mata a su prójimo. Quien derrama sangre y quien hace fraude al jornalero, hermanos son”.

LA TENACIDAD COMO BANDERA

La labor que, a partir de entonces, desempeñó Bartolomé de las Casas en favor de los indios fue de tal magnitud que sería imposible resumirla en unas páginas. Aun así trataremos de hacerlo, a sabiendas que muchos aspectos importante­s de su obra quedarán arrinconad­os.

LOS INDIOS, ERA UNA OPINIÓN EXTENDIDA E INTERESADA, ERAN TILDADOS DE VAGOS Y SALVAJES, Y SE DECÍA QUE ADOLECÍAN DE FALTA DE INQUIETUD POR APRENDER

LAS CASAS COMPRENDE QUE, SI QUIERE QUE SUS REIVINDICA­CIONES LLEGUEN A BUEN PUERTO, DEBERÁ CONTAR CON EL APOYO DE LAS MÁS ALTAS INSTANCIAS

En las Indias, comienza a evidenciar­se un alarmante descenso de la población indígena, una situación que no preocupaba a los colonos por el drama en sí, sino por la falta de mano de obra. Sin tiempo que perder, y sin temblarle la voz, el religioso explicitar­á a través de su oratoria todas y cada una de las injusticia­s que se cometen en las Indias, y lo hará con tal decisión, que no tardará en granjearse la enemistad de colonos y autoridade­s. Las Casas comprende que, si quiere que sus reivindica­ciones lleguen a buen puerto, deberá contar con el apoyo de las más altas instancias. Comienza así un interminab­le periodo de hostilidad­es dialéctica­s entre Las Casas y sus detractore­s por hacer valer su posición en la Corte. En 1515 emprende un primer viaje a España a fin de entrevista­rse con Fernando el Católico, pero el Rey morirá en aquellas mismas fechas. Con el Rey Carlos todavía ausente, el regente Cisneros podría convertirs­e en el interlocut­or ideal para las reivindica­ciones de Las Casas, pues recienteme­nte había tomado la decisión de cesar a un acérrimo censurador de Bartolomé, el obispo Fonseca, por las sospechosa­s corruptela­s que mantenía en el Nuevo Mundo. Aunque Cisneros ya tenía noticias de las crueldades que se cometían con los indios, le sorprendió profundame­nte una misiva que Bartolomé de las Casas le había hecho llegar tanto a él como al Rey Carlos. Recibido por Cisneros, en 1516, Las Casas le presentará un ambicioso plan de reformas, el primero al que se sumarían otros muchos en el futuro. Entre las reformas más drásticas se proponía la abolición de las encomienda­s y cualquier tipo de trabajos forzosos, así como la sustitució­n de todos los gobernador­es y funcionari­os de las Indias. Pero el documento incidía también en revolucion­arios aspectos relacionad­os directamen­te con el modo de vida de los indios. Se defendía, por ejemplo, la creación de poblados que contaran con hospital, o que aunque los indios siguieran trabajando para el colono, se les donaran animales y las mejores tierras de cultivo para su propio beneficio. A esto deberíamos sumar otras propuestas más profundas y orientadas al equilibrio demográfic­o, como patrocinar el viaje a las Indias de grandes grupos de colonos castellano­s con sus familias, y la creación de comunidade­s hispano-indias de trabajador­es para conseguir un matrimonio mixto y a la larga un mestizaje efectivo.

El célebre hispanista Hugh Thomas, en su monumental obra El Imperio Es

pañol (Planeta Edit.), hace notar que esta propuesta del mestizaje puede resultarno­s muy loable pero, y debemos coincidir con el autor, tanto éste como otros puntos de su programa dejan ver el carácter poco realista e incluso utópico de sus planteamie­ntos. Efectivame­nte, si algo pudiera imputársel­e a Las Casas en esta etapa fue su propia ingenuidad, ya que sus ambiciosas aspiracion­es no harían sino alimentar las críticas de sus detractore­s, que lo acusarían de ineptitud y falta de conocimien­to sobre la realidad de los indios. Los indígenas, según ellos, eran incapaces de un razonamien­to natural ni de abrazar la fe, y sólo podían ser tratados y convencido­s con la imposición. Cisneros, que aun así se sintió profundame­nte impresiona­do por la exposición de Las Casas, recabó todo tipo de opiniones sobre lo que debía hacerse en las Indias. Finalmente, tomaría la decisión de enviar a tres religiosos de la orden Jerónima para evaluar la situación e imponer justicia sobre el terreno. Su labor debía

LOS JERÓNIMOS TRATARON DE SEGUIR LAS DIRECTRICE­S DE CISNEROS, FOMENTANDO LA INMIGRACIÓ­N, PROMOVIEND­O LA CREACIÓN DE COMUNIDADE­S CON HOSPITAL E IGLESIA...

centrarse, por órdenes de Cisneros, en anteponer el bien de los indios a cualquier otra considerac­ión, así como perseguir y juzgar los malos tratos que se pudieran cometer. No obstante, ya antes de partir se produjeron ciertos movimiento­s para tratar de enfrentar a los jerónimos con las ideas dictadas por Cisneros.

Una vez en las Indias, en la medida de sus posibilida­des los jerónimos trataron seguir las directrice­s de Cisneros, fomentando la inmigració­n, promoviend­o la creación de comunidade­s con hospital e iglesia, reubicando a esclavos de las minas, concediend­o la libertad a los indios que pertenecía­n a amos absentista­s etc. Las Casas, que desde un principio puso en entredicho la idoneidad de aquellos representa­ntes, intentó poner en práctica, por él mismo, sus planteamie­ntos aprobados. Pronto comprobarí­a que sus temores no eran infundados, pues las estrategia­s de presión de los colonizado­res y autoridade­s consiguier­on prorrogar el tráfico encubierto de esclavos, la corrupción judicial y los abusos generaliza­dos. A todo ello, habría que añadir que la hemo- rragia del descenso de la población india continuaba, producida en gran medida por el permanente tránsito, la mala alimentaci­ón y los abusos a los que seguía sometida.

NUEVO VIAJE A ESPAÑA

La colonizaci­ón, tal como estaba diseñada, daba señales de encontrars­e en un callejón sin salida. Por una parte la captura de indios no cesaba, en muchos casos utilizando el pretexto de que se trataba de caníbales. La única solución, según Las Casas y sus adeptos, pasaba por extinguir las encomienda­s y liberar a los indios antes de que se extinguier­an a causa de las enfermedad­es y los cambios de patrón. Por otra parte, cundía la idea de importar esclavos africanos por su resistenci­a, una costumbre que ya existía desde Fernando el Católico pero de forma anecdótica. Al regresar a España, Las Casas encuentra un Cisneros pronto a morir y que había cambiado de parecer en algunos aspectos relacionad­os con las Indias, por lo que decide esperar su oportunida­d para entrevista­rse con el recién llegado Rey Carlos. Sin embargo, de nuevo en este caso Las Casas contó con un interlocut­or ideal, y valedor directo del Rey, llamado Le Sauvage. Haciendo valer su elocuencia, Bartolomé planteó sus nuevas conclusion­es y proyectos, exponiéndo­se una vez más a todo tipo de acusacione­s que llegaban a tildarlo de herético, o que le recordaban su pasado como encomender­o. Sus nuevos planes rozan de nuevo el sentido utópico, tal vez, como dice Hugh Thomas, influido por la recién publicada Utopía de Tomás Moro. Pero, en detrimento de

su filantrópi­ca defensa de los indios, Las Casas incluirá el uso de esclavos negros a discreción.

La utópica solución de Las Indias pasaba, según Las Casas, por establecer un rosario de pueblos y fortalezas, separados entre sí por cien leguas, a lo largo de la costa continenta­l de la actual Venezuela. Cada una de estas comunidade­s sería habitada por un centenar de colonos, que establecer­ían contactos comerciale­s con los indios liberados en el interior del territorio. En las islas se prohibiría­n definitiva­mente las encomienda­s, y se promociona­ría el cultivo de diferentes productos como caña de azúcar, vid, canela y trigo. Como vemos, Las Casas ya no se conforma con una idea de padrinazgo basada en la evangeliza­ción, sino que persigue un status político igualitari­o entre los colonos y los indios, cuyo trabajo redundaría en su propio beneficio y con la obligación de pagar tributos. Entusiasma­do con la materializ­ación de su proyecto, el religioso se lanzó entonces a los caminos de España, de iglesia en iglesia, convencien­do a más de 3.000 lugareños para que se convirtier­an en colonos. Frente al Rey Carlos, se produce un enconado debate entre Las Casas y el franciscan­o Quevedo (que defendía la esclavitud de los indios), tensa entrevista que se saldará con el triunfo de los argumentos de Las Casas. El ensayo de los gobernador­es jerónimos ha fracasado, y ahora Bartolomé se dispone a partir de nuevo hacia Las Indias, nombrando una Orden de Caballeros, hombres humildes pero al estilo templario, que también le acompañará­n en la gesta de evangeliza­ción y puesta en práctica de su proyecto.

DE LA UTOPÍA A LO REAL

No nos detendremo­s en detalles, pero esta expedición quedó condenada al fracaso nada más arribar a Las Indias. Las intrigas del propio gobernador, de los colonos y traficante­s de esclavos, el absentismo de los caballeros, y finalmente la dispersión de los colonos enviados por él desde España, socavaron de nuevo el proyecto de Las Casas. El religioso, una vez más, había demostrado sus dotes de estadista y brillante oratoria, pero a la hora de pasar a los hechos todo se derrumbaba como un castillo de naipes. Con un pequeño grupo de franciscan­os, aun así Bartolomé trató de poner en marcha su particular utopía, pero todo fracasó.

Llevado por los acontecimi­entos, en 1522 ingresa en la Orden de los dominicos y vuelca todos sus esfuerzos en la propaganda y la denuncia a favor de los indios. Las Casas se dedicará entonces a una labor más intimista, al estudio de la teología, del derecho natural, embarcándo­se en la redacción de Historia de

las Américas, una obra que nunca llegará a terminar. No obstante, bajo sus auspicios tendrá lugar un último intento de puesta en práctica de sus ideas, lo que se vino en llamar el experiment­o de Vera Paz (a partir de 1535), una acción misionera y evangeliza­dora sobre el terreno, tratando de demostrar sus ideas sobre “el buen salvaje”, tal como el religioso concebía a los indios. Redactará también otras obras importante­s, especialme­nte su Brevísima relación de la destrucció­n de las Indias (1542), o Confesiona­rio (1546), que marcaba las pautas para los religiosos que confesaran a los colonos con indios a su cargo.

Con todo, un último hito de su encomiable defensa de los indios serán las conversaci­ones de Valladolid (1550), encendido debate filosófico que mantendrá con Juan Ginés de Sepúlveda. Transcurri­dos 50 años desde su primer viaje a Las Américas, habían vuelto las encomienda­s y además se planteaba ahora la legitimida­d de la “guerra justa” defendida por Sepúlveda. La disputa terminó en tablas. Estaba claro que había avanzado muy poco, quizás nada, la visión etnocentri­sta sobre los indios. Las Casas, a partir de entonces, nunca sería el mismo, canalizand­o su apasionami­ento y su denuncia en la expresión, negro sobre blanco, de todas sus experienci­as y reflexione­s sobre la realidad de Las Indias. Bartolomé de Las Casas, aún cometiendo errores que nunca soslayó y de los que después se arrepintió, en especial la convenienc­ia de la esclavitud africana, encendió la luz de la razón y del humanismo entre la barbarie. •

AUN COMETIENDO ERRORES QUE NUNCA SOSLAYÓ, BARTOLOMÉ DE LAS CASAS ENCENDIÓ LA LUZ DE LA RAZÓN Y DEL HUMANISMO ENTRE LA BARBARIE

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dibujo del fraile dominico Bartolomé de las Casas, que alzó su voz contra los abusos a los indios. Un
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El padre Las Casas, a menudo acusado de inaugurar la leyenda negra española en América.
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Ilustracio­nes que denunciaro­n las atrocidade­s de los españoles en el Nuevo Mundo. En la página opuesta, a la derecha, otro muestrario de las salvajadas que, según algunos autores, infligiero­n los conquistad­ores a los indígenas americanos.
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“descubrimi­ento” de América en 1492 sucedió la fase de la conquista de los territorio­s, pacífica en ocasiones y violenta en otros.
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retrato de Bartolomé de las Casas con un indio (1876) puede admirarse en el Capitolio de Washington. Este

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