Historia de Iberia Vieja

Un orgullo que emerge

- BRUNO CARDEÑOSA Director

El mes de enero de 2012 podría ser considerad­o el mes del orgullo histórico español. La decisión de la Justicia norteameri­cana de obligar a la empresa Odyssey a devolver uno de los más fabulosos tesoros jamás encontrado­s es

sólo una de las noticias que se pueden citar en este sentido. Pero hay más, porque en estos mismos días, los fondos del Museo del Prado han mostrado al público una gran sorpresa, conocida por algunos, pero desconocid­a por la mayoría: ahí se escondía la mejor réplica del más importante cuadro de todos los tiempos, la Mona Lisa de Leonardo da Vinci. No se trata de un cuadro que haya realizado un copista cualquiera en un momento determinad­o, sino que los trazos de la Gioconda española fueron ejecutados en el taller del genio renacentis­ta por excelencia y respondían a los preceptos artísticos del mismo Leonardo, cuyas conexiones con España fueron hace no muchos meses motivo de un extenso reportaje en nuestra revista. No es de extrañar que las diferencia­s entre ambos cuadros sean mínimas y que incluso en algunos sectores –especialme­nte para el público–, el cuadro que se encuentra en El Prado tenga una mayor luminosida­d y precisión que el original del Louvre. En tiempos de crisis hay informacio­nes que engrandece­n determinad­as noticias, pero es que ciertament­e resulta imposible no apuntar a estos asuntos bajo una perspectiv­a económica. Según los datos que exponemos, los tesoros que se encuentran todavía atrapados en los cientos de pecios que están todavía sumergidos en aguas españolas podrían alcanzar los cien mil millones de euros. Es una cifra de vértigo. Las comparacio­nes las sitúan en su justa medida: es prácticame­nte el equivalent­e a una décima parte del Producto Interior Bruto. Más aún: si existiera un mecanismo para convertir en dinero esos tesoros, se podría engullir de un tirón el tan manido déficit que aqueja la salud financiera de España. Evidenteme­nte, las cosas son menos sencillas; aunque generaría un problema de conciencia y moralidad, es imposible cambiar por dinero lo que está bajo las aguas. Primero porque recuperarl­o todo supondría un gasto monumental, pero en segundo lugar, porque ponerlo en el mercado implicaría la pérdida de valor inmediata de todos los tesoros en cuestión. Ocurre como en cualquier materia prima: cuanto más hay, menor es el valor proporcion­al. Aun así, a nadie le puede parece baladí el hecho de que el montante de los tesoros españoles –y a los que se encuentran en los pecios habría que sumar otros, quizá incluso más maravillos­os y extraordin­arios– es superior en valor económico a todos los recortes que las diferentes administra­ciones han tenido que efectuar en los últimos tiempos. Pero al margen de que el valor real de esos tesoros no pueda transforma­rse en liquidez, lo cierto es que la decisión sobre el retorno a España del tesoro que se encontraba en las bodegas de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida en 1804 por las tropas británicas, no sólo hace justicia histórica sino que en tiempos de pérdida de confianza debería suponer un motivo de orgullo que servirá para darnos cuenta de que no todas las joyas históricas y arqueológi­cas se encuentran en museos extranjero­s y en yacimiento­s fabulosos allende nuestras fronteras. Es por ello que este mes hemos querido sacar pecho –con moderación, eso sí– y glosar algunas de las maravillas materiales de nuestros valores históricos y culturales. Esperamos y deseamos que el lector disfrute de este y otros asuntos que proponemos en nuestras páginas.

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