Ramón Mercader El español que eliminó a Trotsky
Sólo los gritos de su víctima le salvaron de morir allí mismo. Pese a la gravedad de la herida que tenía en la cabeza, producida por un puntiagudo piolet que le había atravesado parte del cráneo, Lev Davidovich Bronstein, más conocido como León Trotsky, aún tuvo fuerzas para advertir a sus guardaespaldas de que no mataran a su agresor, el joven a quien conocía como Jacques Mornard: “No le matéis –advirtió–. Hay que averiguar quién le envía”. Pero Mornard, aquel joven, alto y apuesto periodista con pasapor- te belga, no dijo ni una sola palabra sobre quién había ordenado el asesinato del revolucionario ruso. De hecho, durante la investigación policial y el posterior juicio se limitó a repetir lo mismo que había mecanografiado en una carta de confesión –seguramente escrita en previsión de que los guardaespaldas de Trotsky lo fulminaran– que llevaba consigo el día del crimen: su nombre era Jacques Mornard, un “devoto seguidor de Trotsky” que había sufrido un terrible desengaño al descubrir el verdadero rostro de quien hasta entonces consideraba un héroe.
De nada sirvieron los interrogatorios, los exámenes mentales o las más que probables torturas: su versión de los hechos siempre fue la misma, y de su boca nunca salieron otras palabras que aquellas. Esa era su identidad real, y nadie le había ordenado cometer el crimen.
Un silencio que mantuvo durante los veinte años que pasó en la prisión mexicana, e incluso después de recuperar la libertad. Aparentemente no le importó que a comienzos de los años 50 un médico y criminólogo mexicano que investigaba su caso hubiera