SUS ÚLTIMOS DÍAS
Al no conseguir ningún tipo de apoyo económico para construir su aparato, y así demostrar que él había sido el verdadero padre del ingenio volante, Pere de Son Gall decidió pasar a la acción y convertir su obsesión en algo físico. Así, dedicó los pocos dineros con que contaba, junto con lo que fue logrando vendiendo algunas de sus fincas, a montar sucesivos prototipos dotados de motores de motocicleta y, posteriormente, con un motor de avión. Viajó por Europa intentando encontrar las piezas adecuadas e incluso lanzó una campaña publicitarias por los pueblos cercanos a Llucmajor para conseguir apoyos. Además, cobraba una pequeña cantidad a todo el que se asomaba a su propiedad para ver la máquina, todo con la intención de mejorar su prototipo, una máquina que, manejada a distancia, podía elevarse unos cuantos metros del suelo en medio de un gran estruendo. Pero finalmente nada pudo lograr, su máquina no avanzaba y el tiempo fue pasando. Llegó la era de los helicópteros y de los reactores, a nadie le interesaba ya un inventor “loco” como Pere de Son Gall, que terminó por encerrarse en sí mismo, añorando con oscuro dolor la época en la que había soñado con revolucionar el mundo. Una idea a la que dedicó toda su vida y su hacienda, e incluso los veinte mil duros que había logrado ganar a la lotería en 1946, como bien recordó Baltasar Porcel, un golpe de suerte que no pasó de ahí, después de gastar mucho dinero en juegos de azar con los que esperó conseguir lo suficiente como para construir un gran cometagiroavión.