LA MISIVA QUE DESENCADENÓ EL PROCESO
La Carta que Torquemada envió a los inquisidores en 1940 marcaba la culminación de su poder en sus últimos años de vida y desencadenaba uno de los más tristes procesos de la historia de España. A continuación reproducimos parte de la misiva que el Gran Inquisidor firmaba de su puño y letra, por ser un documento imprescindible para la historiografía moderna: “Nos, Fray Tomás de Torquemada, Prior del Monasterio de Santa Cruz de la Orden de los Dominicos, Confesor del Rey y de la Reina Nuestros Señores, Miembro de su Consejo, Inquisidor General de la depravación herética y de la apostasía para los Reinos de Aragón y Castilla (…) mandatario y delegado de la Santa Sede Apostólica, Os hacemos saber: Reverendos y piadosos padres: D. Pedro de Villada, Doctor en leyes (…) Juan López de Cigales, Bachiller en Teología (…) y vos, Fray Fernando de Santo Domingo, Maestro de Teología (…) los tres inquisidores de la depravación herética y de la apostasía en la ciudad y diócesis de Ávila: Que Nos, después de formal y legítima información, os ordenamos que os apoderéis de las personas y cuerpos de: Alonso Franco, Lope Franco, Juan Franco y García Franco, de la parroquia de La Guardia; de Yucé Franco, judío; de Mosé Abenamias, judío de la ciudad de Zamora; de Juan de Ocaña y Benito García, de la parroquia de La Guardia; Confisquéis todas sus propiedades por haber judaizado, apostatado y cometido ciertos actos, crímenes y daños contra Nuestra Santa Fe Católica. Encerrarlos en la prisión de Segovia y tenerles allí hasta que sus causas puedan ser oídas y falladas por nosotros o por personas a las que encarguemos la tarea (…) Y por la presente ordenamos a los reverendos padres de la dicha ciudad y diócesis de Segovia en cuyo poder están dichos prisioneros, que los entreguen y los pongan a vuestra disposición bajo una fuerte guardia. Esto ha sido firmado por nuestra mano, sellado con nuestro sello y escrito por mano de nuestro escribano. Dado en el monasterio de Santo Tomás, fuera y cerca de las murallas de Ávila, el 26 de agosto de 1490. Frater Tomás, Prior et inquisitor generalis”.
El primer cargo era hacer proselitismo de su religión. El segundo era mucho más terrible: la conspiración para asesinar a un niño cristiano
raba que España no sería una gran nación mientras siguieran aquí, formando parte de todas las instituciones, incluida la Iglesia católica, y su intención era convencer a los Reyes Católicos del peligro que representaban. El caso que tenemos entre manos le venía que ni pintado.
Volviendo al mismo, todo indicaba que los inquisidores tenían ante sí un caso de asesinato ritual –ver recuadro–, una leyenda que se forjó desde la Edad Media en Europa en torno a los judíos, que eran acusados de realizar rituales contra la fe cristiana. Los presos fueron trasladados y aunque todo indica que Yucé no fue sometido a tortura física, agotado por el confinamiento –y ya recuperado de la misma enfermedad que le llevó a sincerarse con Antonio de Ávila y el falso rabino–, acabó confesando a los inquisidores que hacía alrededor de tres años había recalado en el pueblo toledano de La Guardia para comprar trigo a Alonso Franco –uno de los cuatro hermanos detenidos– con objeto de hacer pan sin levadura para la Pascua judía, aquel conocido como pan ácimo. Ambos charlaron entonces sobre los rituales judíos, las celebraciones, la sangría del cordero pascual o la circuncisión. Finalmente, el joven acabó declarando, probablemente debido a la presión psicológica, que Alonso Franco le había contado que él y sus tres hermanos habían secuestrado y crucificado a un niño cristiano un Viernes Santo, a modo de parodia de la muerte de Cristo.
El viernes 17 de diciembre de 1490 se inició el proceso en sí de Yucé Franco, que hubo de presentarse ante el Tribunal para escuchar su acusación, que fue leída por el Promotor Fiscal –o acusador del Santo Oficio– don Alfonso de Guevara. El primer cargo que le imputaban era hacer proselitismo de su religión y atraer a los cristianos a la misma. El segundo, más terrible, era la conspiración para asesinar a un niño cristiano un Viernes Santo, blasfemando y ridiculizando la liturgia cristiana. Lo tercero de lo que le acusaban formalmente era de haber robado una hostia consagrada, que sería utilizada en un ritual de hechicería demoníaca junto al corazón del niño mutilado, elementos para confeccionar un hechizo que sirviera nada menos que para causar la enfermedad y la muerte de toda la cristiandad. A