GUIÑOS DE LA HISTORIA Una bofetada sucesión
La lucha por el trono se ha dirimido de muchas formas a lo largo de la historia. Una de los enfrentamientos más eléctricos tuvo lugar en el siglo XIX entre los que apostaban por la futura reina Isabel II y los carlistas. Una popular bofetada al ministro de turno simbolizó la tensión del momento.
Generaciones y generaciones de niños se han desternillado de risa ante un gesto que en el fondo representa, por un lado, una provocación, y por otro implica la humillación de quien lo recibe: la bofetada. Ver aparecer, ya fuese en el circo o en la tele, a un par de extravagantes figuras, con zapatillas infinitas, inabarcables ropajes y nariz –postiza, claro– de boxeador que se lleva todos los mamporros, tiene unas connotaciones patéticamente hilarantes. Pero cuando uno de los bufones estampa un tartazo en el morro de su adversario o le propina un sopapo con su enorme mano abierta, que hace al receptor girar a toda velocidad sobre sí mismo hasta caer de culo en el suelo, la carcajada general es inevitable.
Supongo que la risa ante la desgracia ajena, la humillación, contextualizada dentro de un entorno de chanza, de ficción, es una reacción normal, no en vano, para eso es provocada tal humillación. Porque cuando el contexto no tiene ese carácter, cuando la recibe uno de los hombres más poderosos del país de la mano –bien abierta, por supuesto– de una de las mujeres de mayor personalidad e influencia de la nación, la gracia, me imagino, se reparte: desternillante para quienes defienden las posiciones de la agresora; abrasiva para el ofendido y sus seguidores.
Pongámonos en situación y demos el nombre de los contendientes: a un lado, la agresora, la infanta Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias, cuñada del rey Fernando VII y defensora de los derechos sucesorios de sobrina y nuera, doña Isabel; al otro, el agredido, Francisco Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia durante la restauración absolutista de Fernando VII y fiel a las tesis, en ese periodo, que otorgarían la sucesión al hermano del rey, el infante don Carlos. A tenor de lo que cuentan las crónicas, no hubo K.O; Calomarde no cayó de culo.
¿Pero quién fue ese prohombre agredido?, ¿qué hizo para sufrir tal desafío por parte de alguien de la propia familia real? Francisco Tadeo Calomarde, ya lo hemos dicho, se llamaba. Y fue ejemplo paradigmático de los varios personajes de origen humilde que a finales del siglo XVIII lograron medrar hasta conseguir importantes puestos en la Corte borbónica, con los altibajos que una época tan inestable implicaba. Primero con Carlos IV y, sobre todo, con Fernando VII en el poder, Calomarde va ascendiendo en los momentos de mayor conservadurismo de las políticas y cayendo en desgracia con las revoluciones que hacen tambalearse al régimen absolutista –especialmente durante el Trienio Liberal (1820-1823), cuando hubo incluso de estar escondido ante