UNA ENFERMEDAD DEL CAPITALISMO
Dice el historiador José Luis Betrán en su libro Historia de las epidemias (La Esfera de los Libros, 2006), que si observamos la epidemia de peste de 1348 “con los ojos de un economista actual, bien podríamos considerar a la peste negra como la primera enfermedad epidémica grave del capitalismo mercantil que por aquel entonces emergía en las florecientes ciudades italianas del norte”. Para este profesor de Historia Moderna, la conexión comercial entre continentes, tan propia de la Edad Media, supuso el inicio de la primera unificación microbiana del mundo, lo que permitió el trasvase de enfermedades entonces inexistentes de Oriente a Occidente y viceversa. Únicamente el continente americano se vio libre de la peste por el desconocimiento que entonces se tenía del mismo. Y aún cuando se descubrió, las largas distancias permitieron que la enfermedad fuese atajada antes de llegar a sus costas.
Algunos prelados señalaron a los judíos como causantes del mal, a la vez que les acusaban de
envenenar los pozos y los alimentos
las primeras. Y no solo eso. Sabido es que las pulgas prefieren para desarrollar sus larvas zonas insalubres, con restos orgánicos a su alrededor y por las que puedan moverse libremente, precisamente lo que le ofrecían las casas, establos y calles de las aldeas del medievo. Esto explica que las primeras víctimas siempre fuesen panaderos y hostaleros, siguiéndoles inmediatamente los artesanos del textil y los arrieros. Otras profesiones “de riesgo” las constituyeron los notarios y escribientes, encargados de transcribir la última voluntad de los enfermos, y también los sacerdotes y los enterradores, en contacto directo y permanente con los apestados.
LOS JUDÍOS SON LOS CULPABLES
Las crónicas nos dicen que el 14 de mayo de 1348, y ante la desesperación surgida