UN HOMBRE QUE NACIÓ INVENTANDO
Alejandro Goicoechea Omar nació en la vizcaína Elorrio en 1895, siendo hijo del farmacéutico del pueblo. Pronto descubrió dos de las pasiones que alimentaron sus desvelos a lo largo de toda su vida. Por una parte lo militar, por otra la ingeniería. ¿Acaso podría haber encontrado mejor escuela que la de Ingenieros del Ejército a la que ingresó siendo muy joven? Sirvió con el grado de capitán en Marruecos y, llegada la década de los veinte del siglo pasado, logró un cargo civil, a saber, el importante puesto de la jefatura de materiales y tracción del ferrocarril minero Bilbao-La Robla, esa infraestructura a la que he dedicado ya espacio en esta misma sección hace tiempo y que parece haber atraído grandes mentes de la ingeniería por doquier a lo largo de su historia. Alejandro ocupó ese cargo hasta el año 1936 y, a lo largo de todos aquellos años no se limitó a optimizar los recursos de la línea ni a hacer números en una oficina. Desarrolló nuevas técnicas de soldadura que ya se empleaban en Europa y, gracias a su ingenio, logró construir en 1926 el primer vagón sin remaches de ningún tipo, pues todas las piezas en él se encontraban soldadas. El nuevo modelo de vagón fue exitoso y, con él, logró una patente. Fue a partir de sus experimentos con el viejo tren de La Robla cuando en su mente surgió la idea de crear novísimos ferrocarriles para pasajeros que fueran mucho más seguros que los de la época, vehículos con un centro de gravedad muy bajo que fueran prácticamente imposible que descarrilaran, además de ser rápidos en vías convencionales. Nació así su diseño de lo que, con el tiempo, se convirtió en el Talgo.