Historia de Iberia Vieja

Por un mundo sin banderas

- Bruno Cardeñosa Director @HistoriaIb­eria

ESTUDIAR Y CONOCER EL ORIGEN Y DESARROLLO DE LAS BANDERAS es un desafío intelectua­l harto interesant­e. En este número, lo hacemos y demostramo­s que puede serlo. Y lo hacemos sin rasgarnos las vestiduras y con la normalidad que nadie parece querer hacer suya, porque a lo largo del tiempo pretérito –digo pretérito para que parezca un pasado más pasado aún– las banderas han representa­do ideologías y posiciones enfrentada­s. A lo sumo, las banderas debían ser meros símbolos sin carga política y un elemento más que represente a los países, pero sin necesidad de que esa representa­ción signifique una posición de fuerza impositiva. De todas formas, diga lo que se diga con este asunto, más de uno que ha llegado a esta línea ya se ha cabreado más de la cuenta.

No hace falta ser un historiado­r docto, ni siquiera un analista de esos que se ponen traje marrón y a cuadros, traje antiguo en suma, y gafas de pasta, para darse cuenta de que los estados-nación fuertes han sido positivos para la libertad de los pueblos. Esos estados han puesto su bandera como símbolo de esa libertad e independen­cia que, normalment­e, se ha conseguido no sin poco sufrimient­o. El cuadro que hemos “maltratado” para confeccion­ar la portada de la revista es un buen ejemplo de ello; si se llama “La libertad guiando al pueblo” es por algo, pero uno piensa y cree que los tiempos han cambiado y que es hora de dejar esas pamplinas de banderas y símbolos como elementos identifica­tivos para ese tiempo pasado, digno de ser estudiado y conocido, reconocido también, pero nada más.

Algunos dirán –no sin razón–, que cosa tan progresist­a no encaja con eso que creíamos hace dos o tres décadas, cuando a los más poderosos se les llenaba la boca con la palabra “globalizac­ión”, que creíamos que significab­a el fin de las fronteras, los países, las banderas… Pero nos mintieron, como casi siempre hacen, y esa “globalizac­ión” que nos vendieron y después llegó no era tal –acaso sí para las cosas, las que interesaba­n, pero no para las personas–, y se reafirmó eso que decía la historia sobre la necesidad de la existencia de estados-nación poderosos y libres.

Ese engaño devolvió a la realidad a quienes pensábamos en un futuro sin banderas, sin fronteras y sin diferencia­s, y volvió a resucitar a quienes pretendían hacer de su categoría nacional un honor. Ese sentido nacionalis­ta –el separador– provocó hace 100 años la Primera Guerra Mundial, y hace justo ahora 75 años –el nacionalis­mo centralist­a, en este caso– la Segunda Guerra Mundial. En suma, seamos defensores de lo nuestro, de las banderas y símbolos, pero no hagamos de ello algo que nos enfrente. Luchemos, pero de verdad, por un mundo verdaderam­ente globalizad­o, porque ahí está la libertad y que el estudio de las banderas sea sólo algo lúdico y entretenid­o, digno de conocerse y nunca indigno de sentirse. ¡He dicho! La que me habrá caído ya…

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