España vs. Inglaterra: cuando la Armada Invencible ganó
La guerra naval que sostuvieron la España de Felipe II y la Inglaterra isabelina durante el siglo XVI ha sido muy conocida por la derrota de nuestra Armada Invencible y por las tropelías de corsarios como Drake y Hawkins. Sin embargo, lo que los autores anglosajones tienden a olvidar es que al final esta guerra acabó desangrando económicamente a Inglaterra, que quedó fuera del concierto internacional los siguientes cincuenta años, y que la ventajosa paz consolidó a España como una gran potencia tras una dura lucha contra Holanda.
En 1568 España era la potencia más importante sobre la tierra, con posesiones en Italia, los Países Bajos, las Américas y Oceanía. Una elevada presión fiscal hacía que estos territorios le rentaban unos 10 millones de ducados al año, casi un tercio más que el magnífico Imperio Otomano o Francia. De aquellos, América aportaba al año aproximadamente unos 1-2 millones de ducados del Quinto Real, y llegaban a España anualmente otros 4-8 millones propiedad de particulares que hacían sus negocios en las Américas y que luego alimentaban la vida económica de la península y el resto de Europa. Por tanto, quien atrapara una flota española del tesoro se apoderaría de un solo golpe tanto del dinero real como del privado, pudiendo suponer los ingresos de varios años de potencias medias como Inglaterra. LA CARRERA DE INDIAS Para España el problema era conseguir transportar esas riquezas de forma segura desde los puntos de producción, principalmente Potosí, en la remota actual Bolivia, y Zacatecas, en México, hasta Cádiz. Las distancias eran inconmensurables, y las instrucciones de Madrid tardaban meses en llegar a su destino. Para ello, se organizó un sistema de convoyes en dos flotas anuales, cada una de unos 10-20 mercantes. Generalmente partía primero la Flota de Nueva España, que recogía el oro mejicano en Veracruz, y posteriormente lo hacía la de Tierra Firme que debía llegar a Cartagena de Indias, en la actual Colombia, para recoger la plata de Sudamérica. Avisado el Virrey del Perú de la llegada de la flota, éste transportaba toda la plata por tierra desde Potosí hasta el Callao, de donde zarpaba una flotilla, que por el Pacífico lo llevaba a Panamá, y de allí pasaba al Caribe gracias a recuas de mulas que cruzaban el istmo. Entonces la Flota de Tierra Firme avanzaba a recogerlo y volvía a Cartagena. Para evitar los huracanes, tanto la Flota de Nueva España y de Tierra Firme invernaban en América, vendiendo los cargamentos que traían desde España, y cargando la plata recibida de las minas y el comercio. Al año siguiente, ambas Flotas volvían a Cádiz, previa escala en La Habana y en las Azores, donde a veces se juntaban para realizar unidas el viaje de vuelta a Cádiz. Todo este despliegue conocido como la Carrera de Indias, era completado por una flota de 6-8 galeones, llamada Escuadra de la Guardia, que escol- taba en el mismo año a alguna de las Flotas cuando partían, y acto seguido a alguna de las Flota del año anterior cuando volvían.
En esta época, Inglaterra estaba regida por Isabel I, que era consciente de las posibilidades comerciales de las Indias para reforzar sus 1-2 millones de ducados de ingresos anuales. De hecho, la necesidad de dinero le forzó en mayo de 1568 a realizar un acto inaudito: se apropió de cinco barcos españoles que llevaban la paga del Ejército de Flandes cuando habían buscado refugio en puertos ingleses por una tormenta. Además, llevaba desde 1564 participando con John Hawkins en aventuras comerciales privadas para romper el monopolio del comercio en las Indias. Al principio, estas operaciones no eran violentas, sino meras actividades de contrabando bajo una ficticia amenaza de ataque para poder justificar las autoridades locales españolas su decisión de comerciar. Sin embargo, en 1568 las autoridades españolas se negaron y Hawkins tuvo que luchar con sus 7 naves (2 carracas) en Río Hacha y Cartagena. Con todos sus
barcos dañados Hawkins fue a San Juan de Ulúa a reparar sus naves. Sin embargo, tuvo la mala suerte de que llegó una flota de 4 naves hispanas (2 galeones) y no 12, como dicen algunos autores ingleses, bajo Francisco de Luján. Éste, conociendo los desmanes de Hawkins fingió una tregua para luego atacar por sorpresa a Hawkins, que a duras penas pudo escapar tras perder 5 de sus naves. LA ERA DE LOS PIRATAS Sin embargo, la piratería continuó: Francis Drake, que había estado sirviendo con Hawkins, organizó expediciones de saqueo con entre 1 y 5 naves ligeras en 1570, 1571, y en 1572-3. Aunque rechazado en Cartagena de Indias, en Panamá, tras un tercer intento, logró capturar parte del tren de mulas que llevaba el tesoro a la Flota de Tierra Firme, y a pesar de que un contraataque español logró recuperar toda la plata, Drake logró escapar con 80.000 ducados como un hombre rico. Contando ya con el apoyo de la reina que pasó a ser su socio comercial, Drake organizó una
Isabel I era consciente de las posibilidades comerciales de las Indias para reforzar sus ingresos anuales
nueva expedición en 1577 para atacar el Pacífico, dando la vuelta al mundo en el proceso. Durante el viaje saqueó Valparaíso y capturó un galeón de la plata del Perú, de modo que al regresar a Plymouth en 1580 llegó con un botín de 600.000 ducados.
Hasta entonces, los ataques ingleses no eran más que alfilerazos para el imperio de Felipe II, más centrado en enfocar sus recursos en otros frentes como Flandes o Francia, y contra los Otomanos. Así, a pesar de existir según Parker más de 100 corsarios operando en los mares, éstos apenas robaban entre medio y 1 millón de ducados al año, de los que sólo 100200.000 pertenecían al Rey. Sin embargo, los ingleses empezaron a convertirse en un problema tras la última expedición de Drake y porque de forma encubierta apoyaban a los rebeldes holandeses, de modo que España organizó en secreto una expedición de tropas papales para apoyar una revuelta católica en Irlanda en 1580 que fracasó. No obstante, España conquistó Portugal en 1580 y rindió Amberes en 1585, de modo que Isabel, asustada, decidió dar otro paso al frente y con el Tratado de Nonsuch mandó un ejército de 8.000 ingleses a ayudar a los holandeses. A la vez, Drake lanzó una escuadra 25 naves (4 de ellos galeones) saqueando Cabo Verde, Santo Domingo, Cartagena de Indias y Florida, y obteniendo 150.000 ducados de botín.
España ya tenía lista su armada de invasión, formada por 130 barcos, de ellos 68 grandes naves de guerra
LA ARMADA INVENCIBLE Felipe II por fin vio la necesidad de poner fin a las actuaciones de Isabel, y empezó la construcción de una gran flota de invasión en 1587. Para impedir su construcción, Drake partió con 23 navíos (13 de ellos de guerra) atacando Cádiz por sorpresa, destruyendo o capturando 24 mercantes y galeones. A pesar del golpe, en 1588 España ya tenía lista su armada de invasión, formada por 130 barcos, de ellos 68 grandes naves de guerra (galeones, naos y galeazas), y el resto puramente de transporte o ligeras (urcas, pataches, y zabras) y 18.973 hombres embarcados bajo el mando del Duque de Medina Sidonia, que partieron desde Lisboa. La flota inglesa, al mando de Charles Howard, contaba con 227 naves en Plymouth y Kent (unas 51 naves de más de 200 toneladas, equivalentes a las naves grandes españolas). Cuando los españoles llegaron al Canal, Howard les dejó pasar y se situó detrás de ellos, a barlovento. Así, al interponerse entre Medina Sidonia y el viento, le robaban la corriente de aire, y podían decidir si acercarse o no a los hispanos para atacar. De restos arqueológicos y registros contables se ha constatado que los españoles sólo dispararon 1 o 2 veces sus grandes cañones por encuentro, mientras que los ingleses lo hicieron unas 12 veces. Esto se explica porque los cañones ingleses iban montados en unas cureñas pequeñas de 4 ruedas, de modo que podrían moverse tras el disparo para poder cargarse de nuevo, a diferencia de las grandes cureñas españolas de 2 ruedas. Por otro lado, la táctica española consistía en lanzar una descarga de artillería a corta distancia y después subir a cubierta para proceder al abordaje. En cam-
bio, los ingleses, sabiéndose inferiores en el cuerpo a cuerpo, buscaban mantener la distancia y bombardear a las naves hispanas desde lejos manteniéndose en sus puestos artilleros. Sin embargo, la táctica inglesa no era más avanzada: simplemente impedía la derrota pero no conseguía la victoria, ya que los barcos eran muy resistentes y solían aguantar estos bombardeos. En cambio, el abordaje era el medio más eficaz de lograr una victoria, ya que su poder destructivo era mayor, como se puede comprobar de estos datos: en los 4 combates contra la Invencible, los ingleses causaron un su conjunto menos de un 4% de bajas, mientras que España causó un 15% con su abordaje a los franceses en Punta Delgada en 1582.
Así, los ingleses no consiguieron detener a la Armada en el Canal, que continuó su marcha en formación, tras perder sólo 2 galeones en 3 combates. Finalmente, en Gravelines los ingleses lanzaron 7 barcos en llamas cargados de explosivos (brulotes) sobre la escuadra española. Medina Sidonia ordenó cortar los cables de las anclas para esquivarlos, lográndolo, pero un temporal se llevó las naves, ya sin sus anclas principales, al norte. En el combate, Media Sidonia sólo perdió otras 3 naves, teniendo luego dar la vuelta alrededor de Inglaterra e Irlanda para volver a España, llegando con 102 de los barcos. Es decir, al final de la expedición se perdieron 28 naves, pero de ellas sólo 5 en combate. Así, no fueron los cañones ingleses los que vencieron la Armada, sino los brulotes.
Durante los siguientes años, agotados ambos bandos, se volvió al enfoque de atacar y proteger las flotas de Indias. En 1591, 22 naves de Howard (6 galeones) intentaron interceptar en las Azores alguna flota del tesoro, pero con tal mala suerte que toparon con 55 naves bajo Alonso de Bazán que se habían juntado entre Flotas de Indias y escoltas. Los ingleses huyeron dejando atrás el galeón Revenge, que fue hundido. Los ingleses han magnificado este encuentro llegando a decir que en la lucha 5 galeones españoles quedaron tan dañados que se hundieron, pero en realidad fueron solo uno y otro barco ligero, y por una tempestad posterior. En 1592 los ingleses lo volvieron a intentar con más suerte, con 16 naves bajo Cumberland. Una parte de ellas, bajo Burrough, logró tomar en las Azores a una carraca portuguesa cargada de especias de la India, con un botín de 500.000 ducados. Sin embargo, también los españoles actuaban como corsarios con gran eficacia: el vasco Pedro de Zubiaur
No fueron los cañones ingleses los que vencieron a la Armada, sino los brulotes, que la dispersaron y dejaron a merced de los vientos
con una docena de naves ligeras controlaba el Cantábrico hasta Bretaña, atacando en 1591 a 2 flotas de 40 mercantes ingleses cada una, tomándoles hasta 20 barcos, otros 6 en 1593, 4 más en 1594 y 6 en 1596. CONTINÚAN LOS DESASTRES Tras este desastre, viendo la diligencia y agresividad en la defensa de las Indias, los ingleses volvieron a atacar de nuevo la península, al considerarla más indefensa: una escuadra de 150 naves y 14.000 hombres bajo Howard y Essex cayó sobre Cádiz,
El tratado supuso un gran éxito para España, ya que propició la ofensiva final de Spínola en Flandes contra los holandeses
tomándola y saqueándola. Los mandos de las 38 naves hispanas estaban ausentes, de modo que sus lugartenientes no pudieron coordinar la defensa. En mitad del combate, los mercantes de la flota del tesoro y los galeones de escolta huyeron al interior de la bahía para quemar sus naves e impedir que fueran capturadas, y las 18 galeras restantes, abandonadas, escaparon para no ser destruidas. El botín fue de 120.000 ducados, pero España no estaba ni muchos menos derrotada. Ese mismo año lanzó una armada de 88 naves (24 de guerra) y 11.000 hombres bajo Martín de Padilla para invadir Irlanda, siendo dispersada por las tormentas en Galicia, con la pérdida de 14 naves. Pero esa flota volvió a ser reequipada y partió de nuevo en 1597 bajo Padilla, esta vez con 160 naves, llegando al Canal sin oposición, ya que la flota inglesa había zarpado a su vez contra las Azores. Sólo otra tempestad logró impedir que la flota de Padilla desembarcara en Inglaterra, teniendo que volver a España, tras perder 12 barcos pero saquear Cornualles. Mientras, la flota anglo-holandesa de Essex de 145 naves y 17.000 hombres fracasaba en su décima expedición para intentar atrapar la flota del tesoro en las Azores: aunque esta vez fue localizada, hábilmente Garibay con 43 naves y 10 millones de ducados logró escabullirse sin pérdidas. Los reproches a Essex por su fracaso y haber dejado Inglaterra indefensa fueron tremendos y se empezó a plantear la necesidad de una paz con España, antes de que la invasión se hiciera realidad.
En 1598 se hizo el último ataque inglés a gran escala a las Indias por parte de Cumberland, que tomó Puerto Rico con 20 naves aunque hubo de abandonarla por la disentería y con un botín escaso. Por otro lado, los ingleses se enfrentaban a una revuelta. Sería en Irlanda cuando en 1601 una escuadra española bajo Brochero, de 33 naves, desembarcó 3.000 españoles en Kinsale. Aunque finalmente la fuerza hispano-irlandesa fue vencida al año siguiente, el nuevo rey de Inglaterra Jacobo I comenzó a negociar un tratado de paz con el también nuevo rey Felipe III. Firmado en Londres en 1604, no implicó pérdida territorial alguna para ninguna de las partes, pero Inglaterra renunciaba a atacar las posesiones españolas y cancelaba las ayudas a los rebeldes holandeses. A cambio, España se comprometía a no reinstaurar el catolicismo en Inglaterra. El tratado supuso un gran éxito para España, ya que propició la ofensiva final de Spínola en Flandes contra los holandeses, con los que se llegó a otra paz en 1609. Inglaterra fue girando hacia una órbita pro-española e incluso se planteó la posibilidad de restaurar el catolicismo. Su intento de volver a la política pro-protestante contra España fracasó estrepitosamente en 1625, y sólo tras 3 guerras civiles, ya con Cromwell en el poder, en 1655, volvió a aparecer en la política europea como gran potencia.