Invasión de Polonia
EL MUSEO del Alzamiento de Varsovia es uno de los lugares más estremecedores de Europa. En 1944 –y ante la atroz indiferencia de los soviéticos–, la ciudad eligió morir de pie antes que vivir de rodillas, plantando cara a las fuerzas alemanas que unos años antes habían violado sus fronteras en una suerte de blitzkrieg o guerra relámpago.
La población fue sometida en apenas un mes. La brutalidad de las operaciones –que la Wehrmacht había diseñado con el nombre de Caso Blanco y en la que la superioridad de la Luftwaffe, su fuerza aérea, se hizo muy pronto patente– no impidió que los polacos enseñaran los dientes en estos otros “campos del honor”; si bien todo lo que consiguieron fue posponer el momento en que la soga anudaría, al fin, sus cuellos. Cuando dos grupos del ejército soviético penetraron por el este del país el 17 de septiembre de 1939 –“a río revuelto, ganancia de pescadores”, debieron de pensar– la capital asumió que tenía los días contados. El 12% de los edificios de la ciudad quedó destruido a finales de septiembre de 1939.
Durante la Segunda Guerra Mundial, murieron seis millones de civiles y 850.000 militares de nacionalidad polaca. Muchos cayeron durante la invasión –seis mil soldados y 25.800 civiles– y muchos, muchísimos más, en Auschwitz y otros campos de concentración. Víctimas de los bombardeos, de las represalias indiscriminadas, de las ejecuciones sumarias. Víctimas de una locura de la que ahora se cumplen 75 años. Nunca más.