Nosotros estuvimos ahí…
El museo en el que se derriten los relojes
EL 19 DE AGOSTO DEL AÑO 14 D.C. moría Augusto, hijo del laurel y padre de la Pax romana. Dos mil años después, el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, ese arca de prodigios sin fin, recuerda la figura del arquitecto de Hispania en una monumental exposición, Augusto y Emerita, que ha reunido para la ocasión a un 11 de gala: el famoso Augusto capite velato, el retrato de Livia presente en el Arqueológico Nacional de Tarragona, la cabeza-retrato de Lucio César de Ercávica (Museo de Cuenca), el tesoro de Lameira Larga, del Museo Nacional de Arqueología de Lisboa…
Siempre es un gusto pasear por este recinto. Sala a sala, pieza a pieza, el reloj se derrite como en un cuadro de Dalí y, cuando llega la hora de partir, uno quisiera quedarse a vivir en la tesela de un mosaico o, por qué no, en el canto de un denario.
Hay muy pocas instituciones que cuenten tan bien la historia como lo hace el museo emeritense, que ilumina el pasado con la gracia susurrante de una lucerna. La Arqueología se procura la forma de un libro ameno y fascinante, que devuelve a la vida a los aurigas del mosaico, a Faustina Minor, Tiberio, Druso o Zósimo, el legionario.
La fundación de Augusta Emerita en el año 25 a.C. por las legiones V Alaudae y X Gemina culminó el largo proceso de la romanización de Lusitania. Ciudad de soldados, el llamado espejo de Roma centelleó de nuevo a principios del siglo XX, cuando José Ramón Mélida y Maximiliano Macías emprendieron las excavaciones del teatro y el anfiteatro romanos. Ha querido la casualidad que este año su Festival Internacional de Teatro Clásico, hasta el 24 de agosto, celebre dos aniversarios: el LX de su creación y el citado bimilenario de Augusto, poderosas razones, ambas dos –que decían los antiguos– para visitar esta ciudad Patrimonio de la Humanidad.