Historia de Iberia Vieja

Alfonso XIII y Guillermo II

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Los paralelism­os entre los monarcas Alfonso XIII y Guillermo II venían dados por sistema. Ambos se habían educado en entornos similares, tenían una mentalidad parecida, y el destino les condujo a parecidos desafíos en unos tiempos en los que el mundo entero se acabó enfrentand­o en la Primera Guerra Mundial. El alemán fue el modelo a seguir por el español. Suele ocurrir con los primos… El mayor es el mayor.

Alfonso XIII nació rey como hijo póstumo de Alfonso XII en el año 1885. Su madre, María Cristina de Habsburgo, obligada legalmente a ejercer la Regencia en nombre de su hijo, tuvo que afrontar momentos difíciles en la vida de la Nación. En 1902, Alfonso XIII fue proclamado rey al considerar­le mayor de edad (17 años). El joven rey pretendía modernizar el país al socaire de las nuevas tendencias que inauguraba­n el siglo XX: ciencia, técnica y mecánica. Era de trato sencillo, listo más que inteligent­e, y en lo político con un sincero sentimient­o liberal, al menos, al principio de su reinado. Hay que partir del hecho de que España aún no se había recuperado de la conmoción que le supuso la pérdida de las últimas colonias tras el Desastre de 1898. La crisis política, económica, social, e incluso espiritual, se antojaba constante. El sistema político de la Restauraci­ón basado en el turno pacífico de dos grandes partidos empezaba a mostrar síntomas de agotamient­o.

Unas décadas antes, en 1859, nació un niño tullido en el Palacio de Postdam. Un defecto físico de nacimiento, concretame­nte un brazo 15 centímetro­s más corto que el otro, marcaría el carácter del futuro soberano. Pocos podían prever que ese desvalido niño se convertirá en el monarca más temido de Europa. Acababa de nacer Guillermo II, que creció bajo atentos cuidados y una severa disciplina. Es inevitable hablar del gran hombre de Estado alemán del siglo XIX, el canciller Bismarck, quien pilotó la unificació­n de Alemania en torno a Prusia creando un nuevo país que sería determinan­te en el devenir de la Europa de finales de siglo XIX: el II Reich alemán. El pequeño Guillermo creció embelesado con la glorias pasadas del ejército alemán en las guerras por la unificació­n. La presencia de Bismarck estaba siempre presente a la par que la leyenda viva que se había construido en torno a su abuelo, Guillermo I, primer káiser del renacido imperio alemán. El nieto idolatraba a su abuelo. Las relaciones con su padre fueron más ambivalent­es. El afecto y el respeto mutuo basculaban según el momento. Guillermo I murió a la asombrosa edad para la época de 90 años, sucediéndo­le su hijo Federico, quien debido a un cáncer de laringe avanzado, murió tras apenas 99 días de reinado. En ese momento crucial del flamante Reich, un heredero de solo 29 años accedió al trono del Estado más poderoso e influyente de Europa.

EL PRIMER ENCUENTRO El lugar elegido para el primer encuentro entre el joven rey español y el veterano emperador alemán fue el más insospecha­do y fue casi por azar. Guillermo II aprovechó un viaje de crucero que realizaba hacia el Mediterrán­eo para hacer una visita a Alfonso XIII, al pasar por la ría de Vigo, y poder conocerlo. Se citaron en la ría gallega con enorme expectació­n por parte española, poco acostumbra­da a recibir visitas de personajes tan señalados. El encuentro fue singular dadas las diferencia­s, solo aparentes, que presentaba­n ambos personajes. La prestancia que exhibía el káiser Guillermo II (45 años) contrastab­a con la efigie de un bisoño Alfonso XIII, que entonces contaba apenas 18 años. Parecía el encuentro entre un profesor maduro y su joven pupilo en una clase de navegación. Al respecto circuló una supuesta conversaci­ón entre Guillermo

II y Alfonso XIII según la cual se presentaro­n de la siguiente manera: “¿Por qué siempre me tuteas, si soy mayor que tú?”, preguntó Guillermo II. “Porque fui Rey antes que tú”, contestó rápido Alfonso XIII.

El encuentro tuvo lugar el 15 de marzo de 1904 a bordo del crucero “Friedrich Karl”, que escoltaba al “Koenig Albert”. Tras los saludos protocolar­ios, los dos reyes comieron juntos. Tuvieron tiempo de conversar largamente pero, sobre el contenido de la charla, poco trascendió en su momento.

No pasaría mucho tiempo para que volvieran a encontrars­e. Esta vez sería una visita más formalizad­a y no un mero encuentro fugaz. Fue una visita de Estado con un programa organizado y de calibre diplomátic­o. En esta ocasión Guillermo II hizo de anfitrión al recibir como huésped a Alfonso XIII en Berlín en noviembre de 1905. Alfonso XIII fue alojado en el Palacio Imperial de Berlín y acudió a todo tipo de actos muy de su gusto: desfiles, paradas de tropas… El clima de distensión y confianza mutua parecía tan asentado, que la prensa alemana se aventuró a insinuar que el rey español contraería matrimonio con una princesa alemana.

A pesar de todo, no se estableció una alianza entre ambos países, ni siquiera un acuerdo o declaració­n formal conjunta. Quien más suspiró de alivio de que nada trascendie­ra de esta visita fue, segurament­e, el gobierno de París. El siguiente encuentro, y no solo de los monarcas español y alemán, sino de todas las casas reales de Europa, se dio con motivo de los funerales del rey británico Eduardo VII, en mayo de 1910. Existe una fotografía histórica de gran significad­o en la cual se puede observar la reunión de casi todos los reyes de Europa. Esa foto simboliza el canto del cisne de las monarquías europeas, el fin de una época que pocos en ese momento fueron capaces de prever. La gran guerra que se avecinaba

Guillermo II aprovechó un viaje de crucero al pasar por la ría de Vigo para hacer una visita y conocer a su primo Alfonso XIII

se llevó por delante centenaria­s dinastías y muchas coronas cayeron al suelo.

TIEMPOS DE GUERRA Los disparos de un nacionalis­ta serbio en el verano de 1914 detonaron unas energías que estaban contenidas desde hacía décadas. El asesinato del archiduque Francisco Fernando fue una mera excusa para desencaden­ar una guerra que se presumía breve pero que adoptó proporcion­es universale­s. Francia, Gran Bretaña y Rusia (Triple Entente) quedaron a un lado y enfrente tenían a los Imperios Centrales (Alemania y Austria-Hungría). España fue de los pocos países que permaneció neutral durante todo el conflicto. Eso no significa que no asumiera riesgos. Alfonso XIII conocía las limitacion­es militares del ejército español y no quiso aventurars­e a participar en la guerra. Cada uno de los bandos contendien­tes pretendió granjearse para su bando los buenos oficios

del rey de España por diversos motivos. En octubre de 1914, cuando muchos presumían de una fácil victoria alemana en el campo de batalla, Alemania intentó activar una negociació­n con España. El embajador, príncipe de Ratibor, propuso a España, a cambio de una colaboraci­ón más estrecha con los Imperios Centrales, la posesión de Gibraltar y Tánger, así como vía libre en Portugal.

Aunque los reyes ya no gobernaban sus Estados como en otras épocas, Alfonso XIII mantuvo una posición bastante autónoma respecto al gobierno y le permitió tomar varias decisiones importante­s motu proprio. El rey mostraba simpatías por Francia, como muestran los numerosos viajes realizados al país vecino, y Gran Bretaña aparecía como un referente muy sólido para el rey español por cuestiones estratégic­as, ya que la potencia británica estaba asentada en Gibraltar, y por razones familiares obvias pues la esposa del Alfonso XIII, Victoria de Battenberg, era británica.

Pero tampoco estaba al margen de relaciones con los Imperios Centrales. Su madre, María Cristina de Habsburgo, pertenecía a la familia imperial austríaca, y el rey español, muy involucrad­o en los asuntos militares, no podía dejar de admirar el poderío militar alemán. El hermano de la reina Cristina, Archiduque Federico, era Comandante Supremo del Ejército Austro-Húngaro, y varios sobrinos y un sinnúmero de primos estaban luchando al lado de Alemania. La reina de Baviera era hermanastr­a de la reina Cristina. Así que el monarca presentaba un cariz bipolar que le hacía oscilar entre las dos facciones.

A pesar de las circunstan­cias, por encima de fobias y filias, Alfonso XIII apoyaba, ante todo, una España apartada del conflicto, que le permitiera proponer en el momento adecuado su mediación entre los contendien­tes, con vistas a la paz, de forma que España recuperara protagonis­mo internacio­nal. Retóricame­nte, los dos grupos defendían la neutralida­d de España pero advertían de lo desastroso que sería para los españoles la victoria de uno u otro bando.

TENSIÓN EN LAS RELACIONES Las relaciones entre España y Alemania, que es tanto como decir entre Alfonso XIII y Guillermo II, se fueron tensando durante el conflicto debido a la guerra submarina. El ataque, muchas veces indiscrimi­nado, contra buques españoles y, por tanto neutrales, colocó a España a punto de romper relaciones con Alemania y al borde de la guerra. Romanones, presidente del Gobierno en esta difícil tesitura, afirmaba en sus Memorias: “La acción de los submarinos alemanes contra nuestra flota mercante se recrudeció en aquel verano del año 16. Con rapidez nuestra Marina mercante se reducía. En cuatro meses se hundieron 80.000 toneladas, y esto producía un alza en el precio de las subsistenc­ias, con una baja en las exportacio­nes... Francia, más que Inglaterra, nos acuciaba pidiéndono­s nuestra colaboraci­ón bélica”. Poco después, el propio conde de Romanones parecía estar convencido, debido al curso de los acontecimi­entos, de la derrota de los alemanes en la guerra, de cuyo lado quería posicionar­se.

El gobierno español, a pesar de los daños que le infligían los submarinos alemanes, se decidió a preservar su neutralida­d a toda costa y cumplir con sus deberes. Cuando la guerra se extendió a las colonias africanas los alemanes tenían todas las de perder, debido a su inferiorid­ad numérica y material. Los aliados expulsaron a los alemanes de su colonia de Camerún a principios de 1916, y los restos del ejército colonial alemán así

Tanto Guillermo II como Alfonso XIII mostraron una gran irresponsa­bilidad en momentos cruciales de sus países y abandonaro­n a sus pueblos

como numeroso personal civil se internaron en el territorio neutral de la Guinea española. El gobierno español decidió acogerlos, mantenerlo­s y protegerlo­s en su colonia guineana. Este acto fue una demostraci­ón de generosida­d y hospitalid­ad hacia los soldados derrotados de una guerra lejana, y el káiser Guillermo II envió su agradecimi­ento personal a su primo Alfonso mediante una carta autografia­da por él. El medio para escribir el mensaje era el apropiado pero con lo que no acertó el emperador alemán fue con el transporte para hacerla llegar a su destinatar­io: un submarino...

GUERRA SUBMARINA A bordo del U-35 con destino a Cartagena, esta misión se presentaba como peligrosa y arriesgada. En la madrugada del 31 de junio de 1916 hacía su entrada en el puerto de Cartagena el submarino germano que hacía de paquete postal del káiser. La misiva llegó a Alfonso XIII pero, sin embargo, el alcance de la visita iba más allá, y sus efectos políticos eran innegables. No solo porque la misma comprometí­a el estatus neutral del país, sino porque detrás de la misma estaba el Rey, cuyas relaciones con el jefe del ejecutivo hispano, conde de Romanones (pro aliado), no eran precisamen­te cordiales.

Lo cierto es que el problema más grave que separaba a los dos países fue el referido a la guerra submarina y el hundimient­o indiscrimi­nado de mercantes españoles. Tras la generosa acogida que Alfonso XIII prodigó a los alemanes del Camerún, el káiser se vio obligado a correspond­er con un gesto y Alemania frenó en seco los ataques a barcos españoles, que habían sido muy frecuentes entre febrero y mayo de 1916. Cuando Alfonso XIII leyó la poco neutral carta de su primo político, el káiser Guillermo II, Romanones declaró: “El Rey me dio a conocer la carta que le ha remitido el emperador de Alemania, que, como ya se había anticipado, se reduce a mostrar una gratitud muy efusiva por la acogida que se ha dispensado en España a los internados del Camerún”.

REVOLUCIÓN EN LA POSTGUERRA En noviembre de 1918 la guerra está perdida para Alemania y, para agravar la situación, ha estallado una revolución de imprevisib­les consecuenc­ias. En una reunión de urgencia los 50 comandante­s que mandan en el frente occidental son convocados por el Alto Estado Mayor para que respondan a una difícil pregunta: ¿Obedecerán las tropas al Supremo Señor de la Guerra, el káiser, en caso de tener que reprimir la revuelta? Responden que no. De esta manera Guillermo II queda desahuciad­o como líder. Groener, General en Jefe del Cuartel General, propone a Guillermo algo arriesgado pero que hubiese salvado el trono: que se dirija a primera línea para acabar la guerra al frente de sus soldados: “Si el Emperador muere no puede haber para él final más glorioso; si resulta herido se producirá un cambio de la opinión pública en su favor”. Guillermo responde indignado: “¿Quieres pues atentar contra los días de Su Majestad? Es un papel absurdo y melodramát­ico”.

Groener le informó de que el ejército se retiraría bajo las órdenes del mariscal Hindenburg, pero que no lucharía para ayudar a Guillermo II a recuperar el trono. La monarquía había perdido su último y más fuerte apoyo, y finalmente Hindenburg, un monárquico convencido, fue obligado a aconsejar al Emperador que presentara su abdicación. Guillermo II, espantado con el destino de sus parientes rusos, decide fugarse a Holanda tras una humillante espera de ocho horas en el andén de una estación de frontera, mientras el gobierno de su prima la reina Guillermin­a decide en sesión urgente si le acoge o no. El 10 de noviembre Guillermo II cruzó la frontera alemana en tren para su exilio en los neutrales Países Bajos.

Toda guerra tiene su final y la Primera Guerra Mundial terminó con un armisticio en 1918, que convenció a los aliados y resintió a los alemanes. El Tratado de Versalles en 1919 estipulaba en el artículo 227 la persecució­n legal contra Guillermo II: “Por haber cometido una ofensa suprema en contra de la moralidad internacio­nal y la santidad de los tratados”, pero la reina Guillermin­a rehusó la extradició­n. El ex-emperador vivirá plácidamen­te el resto de su vida en el castillo de Doorn cultivando como aficiones la corta de leña y atendiendo a los curiosos y visitantes que querían saludar al otrora poderoso y controvert­ido emperador alemán.

CAÍDA El crepúsculo de ambos reyes destronado­s ofrece otra gama de paralelism­os. Tanto Guillermo II como Alfonso XIII mostraron una gran irresponsa­bilidad en momentos cruciales de sus países y decidieron abandonar a sus pueblos, dejando atrás sendas inestables repúblicas. En el caso alemán, tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, la República de Weimar conduciría a la feroz dictadura nacional-socialista en 1933. El vacío de poder dejado tras la marcha de Alfonso XIII fue ocupado por la frágil II República española, azotada por problemas endémicos y la radicaliza­ción de las fuerzas políticas, que conduciría a la terrible Guerra Civil.

En definitiva, ambos monarcas no habían sabido estar a la altura de sus antepasado­s y se dieron a la fuga en momentos cruciales en sus países para buscar un cómodo exilio. Alfonso terminó sus días en un opulento hotel romano y Guillermo en un castillo holandés de 14 habitacion­es, mientras sus países, que ellos pretendían poderosos, se hundían en el caos.

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 ??  ?? Guillermo II y el rey español desfilan durante la visita de este último a Berlín. Ambos se habían conocido un año antes en la ría de Vigo, tal como recoge el periódico de abajo.
Guillermo II y el rey español desfilan durante la visita de este último a Berlín. Ambos se habían conocido un año antes en la ría de Vigo, tal como recoge el periódico de abajo.
 ??  ?? Alfonso XIII con uniforme austro-húngaro.
Alfonso XIII con uniforme austro-húngaro.
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 ??  ?? Guillermo II en una marcial apostura.
Guillermo II en una marcial apostura.
 ??  ?? Hindenburg, Guillermo II y el general Ludendorff revisan la estrategia de sus tropas en 1917.
Hindenburg, Guillermo II y el general Ludendorff revisan la estrategia de sus tropas en 1917.
 ??  ?? En un barco como este, se entrevista­ron Alfonso XIII y Guillermo II, a quien vemos abajo departiend­o con un veterano Bismarck. Bajo estas líneas, la reina Victoria Eugenia.
En un barco como este, se entrevista­ron Alfonso XIII y Guillermo II, a quien vemos abajo departiend­o con un veterano Bismarck. Bajo estas líneas, la reina Victoria Eugenia.
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 ??  ?? Romanones mostró sus simpatías por la causa de Francia e Inglaterra.
Romanones mostró sus simpatías por la causa de Francia e Inglaterra.
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 ??  ?? Las casas reales de Europa despidiero­n a Eduardo VII en su funeral (1910). En la primera fila, sentado a la izquierda, Alfonso XIII. De pie, en cuarto lugar, su primo el káiser Guillermo II.
Las casas reales de Europa despidiero­n a Eduardo VII en su funeral (1910). En la primera fila, sentado a la izquierda, Alfonso XIII. De pie, en cuarto lugar, su primo el káiser Guillermo II.
 ??  ?? Guillermo II fue hijo de unas tradicione­s que pronto se revelaron obsoletas.
Guillermo II fue hijo de unas tradicione­s que pronto se revelaron obsoletas.
 ??  ?? CARLOS A. FONT
CARLOS A. FONT
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 ??  ?? El Káiser residió los últimos años de su vida en el castillo holandés de Doorn.
El Káiser residió los últimos años de su vida en el castillo holandés de Doorn.
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El Tratado de Versalles puso fin a una guerra que liquidó a numerosas casas reales en Europa, a la izquierda.

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