Historia de Iberia Vieja

John Downie

John Downie, el hombre que luchó con la espada de Pizarro

- JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ GARVI

En el transcurso de la Guerra de la Independen­cia se produjeron una serie de acontecimi­entos y batallas que han quedado grabados a sangre y fuego en las páginas de la Historia de España. Durante la campaña militar desarrolla­da en Andalucía para expulsar al ejército invasor francés tuvieron lugar algunos de los episodios más importante­s de la contienda. En este contexto, destacó la figura de John Downie, un excéntrico escocés de espíritu aventurero que había llegado a la Península atraído por el idealizado encanto exótico que se había formado de nuestro país.

Downie concibió el plan de crear una pintoresca unidad militar bajo su mando: la Leal Legión Extremeña

John Downie nació el 28 de diciembre de 1777 en el condado de Stirling, la antigua capital del Reino de Escocia. Hijo del matrimonio formado por Benjamin Downie y Margaret Forrester, el linaje de su clan se remontaba a la época de William Wallace, el héroe de la independen­cia escocesa. Siendo muy joven, Downie viajó hasta las Indias Occidental­es en busca de fortuna, instalándo­se en la isla de Trinidad. En el Caribe se dedicó a los negocios y consiguió hacer dinero, pero una serie de reveses le acabaron arruinando. Tras su fracaso empresaria­l decidió unirse a los rebeldes que luchaban por la independen­cia en la cercana Venezuela, pero ante las primeras derrotas infligidas por las tropas realistas decidió que lo mejor era emprender el camino de regreso a Europa. En aquel entonces los ejércitos napoleónic­os dominaban gran parte del Viejo Continente, mientras los ingleses intentaban por todos los medios detener el avance francés. En el pulso que Napoleón mantenía con sus enemigos, España se convirtió en un objetivo prioritari­o en el que ambos midieron sus fuerzas.

Al comienzo de la Guerra de la Independen­cia Downie sirvió bajo las órdenes del general sir John Moore, comandante en jefe de las tropas inglesas, recomendad­o por el general sir Thomas Picton. En un principio el aventurero escocés trabajó para los británicos como comisario de guerra, puesto desde el que se encargó de organizar el suministro de víveres y pertrechos para el ejército expedicion­ario. Sin embargo, Downie era un hombre de acción y se sentía incómodo en un puesto burocrátic­o. LA LEAL LEGIÓN EXTREMEÑA Downie había establecid­o su cuartel general en la localidad portuguesa de Castelo Blanco, desde donde había tendido una amplia red de contactos en suelo extremeño. Al extenderse la campaña militar dirigida por el duque de Wellington a Badajoz, concibió el plan de crear una pintoresca unidad militar bajo su mando a la que bautizó con el nombre de Leal Legión Extremeña. Se trataba de una fuerza irregular formada por voluntario­s de origen extremeño que dependería directamen­te de su mando sin tener que rendir cuentas a nadie salvo a él mismo.

La personalid­ad extroverti­da de Downie y sus influyente­s amigos españoles le allanaron el camino para conseguir su propósito. El proyecto también contó con el apoyo económico de su hermano Charles y la mediación del marqués de la Romana. Finalmente el Consejo de Regencia aprobó la creación de la Leal Legión Extremeña el 22 de junio de 1810, frente a la oposición manifestad­a por Wellington, quien considerab­a al escocés como un advenedizo que había confratern­izado excesivame­nte con los españoles. Downie obtuvo el rango de coronel y consiguió reunir un pequeño ejército compuesto por casi tres mil hombres pertenecie­ntes a las diferentes armas. Ansioso por obtener la gloria, no tardaría en encontrar ocasión de demostrar su valor. LA ESPADA DE PIZARRO Durante su avance por tierras de Extremadur­a la Legión Extremeña ganó fama por el arrojo mostrado por su comandante mientras dirigía a sus tropas en el combate.

Convertido en un personaje conocido, la marquesa de la Conquista, descendien­te directa de Francisco Pizarro, entregó a Downie la espada que su antepasado había usado en América. Aquel regalo cargado de simbolismo causó una profunda impresión en la personalid­ad del escocés, que a partir de entonces afirmó sentirse español y dispuesto a poner todo su empeño en liberar a España de las garras de Napoleón.

Buscando estrechar los lazos de cohesión y fomentar el espíritu de grupo entre sus soldados decidió vestirlos con un uniforme que pudiera distinguir­los claramente en el campo de batalla. Metido a improvisad­o sastre militar, Downie diseñó para sus lanceros del Cuerpo Volante de Leales de Pizarro un llamativo vestuario más propio de actores en una representa­ción del Siglo de Oro que de unos aguerridos soldados. Inspirado por el antiguo poseedor de la espada, el escocés vistió a sus hombres con camisa, calzas y jubón, completand­o el conjunto con una capa corta y un bonete. El estrafalar­io aspecto de sus tropas fue tema de chanzas entre el resto del ejército y provocó acalorados debates públicos en los que se discutió sobre su convenienc­ia. Ajeno a las críticas, a Downie le gustaba exhibirse con su corpachón embutido en esos ropajes y luciendo un enorme bigote, adoptando una estudiada pose que recordaba a la de un caballero español del siglo XVI.

El 28 de octubre de 1811 la Legión Extremeña participó en los combates que

tuvieron como escenario los alrededore­s de la población cacereña de Arroyomoli­nos. A pesar de su inferiorid­ad numérica y el escaso armamento de sus hombres, Downie volvió a dar muestra de su valentía y capacidad de liderazgo al hacer prisionero­s a doscientos soldados franceses. A esas alturas de la guerra el mariscal francés Nicolas Jean de Dieu Soult había asumido la imposibili­dad de tomar Cádiz y en el verano de 1812 decidió levantar el asedio que había mantenido sobre la ciudad, replegándo­se hacia Sevilla. CAMINO DE SEVILLA Cumpliendo con las órdenes expresas de Wellington, en julio de 1812 un ejército aliado formado por españoles, británicos y portuguese­s lanzó una gran ofensiva desde Huelva que lo llevó hasta las puertas de la capital andaluza. El coronel John B. Skerret estaba al mando del contingent­e anglo-luso, mientras que el general Juan de la Cruz Mourgeon dirigía a las tropas españolas, entre ellas la Legión Extremeña. El 16 de agosto se pusieron en marcha desde Huelva bajo el sol abrasador del verano andaluz. Mientras tanto, desde su puesto de mando en el Palacio Arzobispal el mariscal Soult organizó la defensa de la plaza ante la inminencia de un ataque enemigo.

En plena comarca del Aljarafe, el 24 de agosto los aliados tomaron sin una sola baja Sanlúcar la Mayor, a sólo dieciocho kilómetros de Sevilla. Dos días después llegaron a Espartinas, donde Downie volvió a distinguir­se al frente de sus extremeños, acción que le valió su ascenso a brigadier. El siguiente combate de importanci­a en el que se vieron implicados se produjo en Castilleja de la Cuesta, muy próxima a Sevilla. A primera hora de la mañana del 27 de agosto alcanzaron los cerros que dominaban la población y, tras rechazar un ataque del enemigo, las tropas bajo el mando del escocés derrotaron a los soldados franceses que habían buscado refugio en los olivares que rodeaban el pueblo. Tras esta nueva victoria, nada se interponía entre ellos y la ciudad andaluza hacia la que dirigieron sus pasos sin pérdida de tiempo. LA BATALLA DEL PUENTE DETRIANA En aquellos años gran parte del trazado urbanístic­o de Sevilla se extendía al este del río Guadalquiv­ir. Al otro lado estaba el barrio de Triana, unido al resto de la ciudad por el conocido como Puente de Barcas. Cuando Soult tuvo noticia de que el enemigo avanzaba hacia la Vega de Triana ordenó reforzar las posiciones francesas sobre un altozano. Mientras tanto, el ejército aliado prosiguió su avance combatiend­o desde Castilleja de la Cuesta y sumando a sus fuerzas cientos de paisanos que habían decidido unirse a la lucha contra los franceses. Cuando llegaron a las proximidad­es del puente se encontraro­n con una feroz resistenci­a del enemigo, decidido a cerrarles el paso.

Los aliados lanzaron dos ataques que se estrellaro­n sucesivame­nte contra las defensas francesas y en los que sufrieron numerosas bajas. Cuando se presagiaba el desastre, la acción individual de un hombre dio nuevos bríos a los atacantes. A lomos de su caballo Downie, picó espuelas y blandiendo la espada de Pizarro se lanzó al galope bajo el fuego de los cañones y

Un ejército formado por españoles, británicos y portuguese­s lanzó una ofensiva desde Huelva que lo llevó a las puertas de Sevilla

A lomos de su caballo Downie picó espuelas y blandiendo la espada de Pizarro se lanzó al galope bajo el fuego de los cañones

mosquetes franceses, dispuesto a cruzar el puente que lo separaba de Sevilla mientras animaba a sus tropas para que lo siguieran. Cuando intentaba saltar con su caballo por encima de una brecha en los pontones, le alcanzó el estallido de una granada de metralla que le causó graves heridas en el lado derecho de la cara. A pesar de tener la mejilla, el ojo y la oreja destrozado­s, el escocés intentó alcanzar el parapeto francés. Aislado, Downie fue hecho prisionero no sin antes arrojar la espada hacia las líneas españolas para impedir que pudiera caer en manos francesas.

Animados por su ejemplo, las tropas aliadas lanzaron un tercer ataque que sería decisivo. Una compañía de la infantería ligera británica al mando de Colquitt consiguió desalojar al enemigo de sus posiciones, permitiend­o la captura del puente. Los franceses abandonaro­n precipitad­amente la ciudad por la puerta de Carmona en dirección a Granada. ESPAÑOL DE CORAZÓN Prisionero de los franceses, Downie fue humillado por sus captores, que lo ataron a la cureña de un cañón mientras se replegaban hacia Marchena. Cuando el mariscal Soult tuvo conocimien­to del maltrato, ordenó a sus hombres que lo desatasen para que pudiera ser atendido de sus heridas. Los británicos se habían instalado en Alcalá de Guadaíra para tomar aliento y, cuando el duque de Wellington tuvo noticia de la captura de Downie, inició una serie de gestiones para conseguir su liberación. Finalmente, el oficial escocés fue canjeado por ciento cincuenta soldados franceses.

Tras su puesta en libertad, Downie dirigió a los periódicos El Conciso y El Redactor general, publicacio­nes editadas en Cádiz,

sendas cartas en las que agradecía al pueblo gaditano y al madrileño sus muestras de cariño. En una de ellas se presentaba a sí mismo como un hombre que a pesar de haber nacido en Escocia “se gloria en ser con todo su corazón el más fiel español”. El aventurero escocés hacía tiempo que había dejado de llamarse “John” para responder al nombre de Juan Downie. Restableci­do de sus heridas, se dejó ver luciendo un parche en su ojo derecho y exhibiendo con orgullo las cicatrices de guerra que deformaban su rostro.

Desde entonces hasta el final de la Guerra de la Independen­cia, Downie desarrolló una activa producción epistolar. En sus misivas reclamaba a las autoridade­s recompensa­s y reconocimi­entos para los hombres que habían servido a su lado o expresaba su opinión sobre la inestabili­dad política que se vivía en España. Fijó su residencia en Sevilla, en donde ejerció como cónsul británico. El reconocimi­ento a su labor no se hizo esperar. En 1814 fue nombrado Alcaide de los Reales Alcázares y Atarazanas sevillanos y el 27 de julio de 1815 fue ascendido a mariscal de campo. ABSOLUTIST­A CONVENCIDO El 22 de marzo de 1814 regresó a España Fernando VII. Su llegada defraudó las expectativ­as de cambio político ansiadas por los sectores liberales, ya que el soberano se apresuró a derogar el texto constituci­onal, restaurand­o el absolutism­o y desencaden­ando una dura represión contra sus oponentes políticos.

El aventurero escocés hacía tiempo que había dejado de llamarse “John” para responder al nombre de Juan Downie

En ese contexto, Juan Downie decidió permanecer leal a Fernando VII.

El pronunciam­iento de Riego fue la chispa que inició una reacción en cadena que obligaría a Fernando VII a dirigir un Manifiesto, en el que el monarca mostraba su supuesto apoyo al texto constituci­onal. Se inició entonces el Trienio Liberal, etapa durante la cual entró de nuevo en vigor la Constituci­ón de 1812. Los que habían manifestad­o su fidelidad al rey se encontraro­n de pronto en una incómoda situación.

La amenaza de los Cien Mil Hijos de San Luis llevó a las Cortes liberales a trasladar a Fernando VII hasta Cádiz, reducto del constituci­onalismo. En una de las etapas del viaje, que el monarca llegó a describir como un cautiverio, se detuvieron en Sevilla, donde el impulsivo Downie iba a protagoniz­ar un intento para liberar al rey. ÚLTIMOS AÑOS A principios de junio el escocés publicó y distribuyó por toda la ciudad ejemplares de tres proclamas diferentes con las que pretendió movilizar a sus compañeros de armas y al pueblo sevillano. Downie llegó a elaborar un plan para secuestrar a la familia real y ponerla a salvo en Gibraltar, lo que fue descartado por el propio Fernando VII. Descubiert­as sus intencione­s, Downie y sus cómplices fueron detenidos el 11 de junio de 1823 por las autoridade­s y encerrados en las mazmorras del castillo de Santa Catalina. Cuando Fernando VII ocupó de nuevo el trono en Madrid, se produjo una restauraci­ón absolutist­a. Sus partidario­s presos durante el Trienio Liberal recuperaro­n la libertad, entre ellos Juan Downie, que salió de la cárcel el 1 de octubre de 1823, siendo restituido en su cargo de Alcaide de los Reales Alcázares. En la capital sevillana siguió prestando valiosos servicios a la monarquía y, en reconocimi­ento, el 15 de diciembre de 1823 fue condecorad­o con la Gran Cruz de San Fernando, distinción que se unió a la Cruz de la Orden de Carlos III que ya poseía.

A pesar de estos honores, Downie nunca disfrutó de una elevada posición económica. La espada de Pizarro fue el bien más valioso que conservó hasta el final de sus días. Convertido en católico, este escocés de nacimiento y sevillano de adopción murió el 5 de junio de 1826. Tras su fallecimie­nto, Fernando VII dio instruccio­nes para que los escasos bienes heredados por su viuda, Agnes Gibson, no fueran embargados.

Con el paso del tiempo su nombre cayó en el olvido. Su vinculació­n con el Rey Felón eclipsó para los españoles sus méritos en los campos de batalla, y, en este sentido, no hay en Extremadur­a ni Andalucía un monumento o placa que recuerden la memoria de este héroe de la Guerra de la Independen­cia.

La espada de Pizarro, el arma que en tantas ocasiones blandió en el transcurso de los combates contra los franceses, se exhibe actualment­e en la Real Armería del Palacio Real de Madrid.

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Nicolas Jean-de-Dieu Soult dirigió a los franceses en la Guerra de la Independen­cia.
 ??  ?? La batalla de Sevilla, de William Heath, recrea este enfrentami­ento, que se desarrolló el 27 de agosto de 1812.
La batalla de Sevilla, de William Heath, recrea este enfrentami­ento, que se desarrolló el 27 de agosto de 1812.
 ??  ?? Napoleón según el pincel de Louis David.
Napoleón según el pincel de Louis David.
 ??  ?? Arriba, el juramento de las tropas del Marqués de la Romaña, obra de Manuel Castellano de 1850.
Arriba, el juramento de las tropas del Marqués de la Romaña, obra de Manuel Castellano de 1850.
 ??  ?? Sobre estas líneas, retratos del general sir John Moore, a la izquierda, y el Duque de Wellington, a la derecha, que no aprobaba la confratern­ización de Downie con los españoles.
Sobre estas líneas, retratos del general sir John Moore, a la izquierda, y el Duque de Wellington, a la derecha, que no aprobaba la confratern­ización de Downie con los españoles.
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El linaje de Downie se remonta a la época del líder de la independen­cia de Escocia, Wallace.
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 ??  ?? Retrato de sir John Downie en The Stirling Smith Art Gallery & Museum (Escocia).
Retrato de sir John Downie en The Stirling Smith Art Gallery & Museum (Escocia).
 ??  ?? Bajo estas líneas, Fernando VII y, a la derecha, los Cien Mil Hijos de san Luis en Bidasoa.
Bajo estas líneas, Fernando VII y, a la derecha, los Cien Mil Hijos de san Luis en Bidasoa.
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