Españoles en la guerra de Crimea
En los últimos meses Crimea ha ocupado las primeras páginas de los diarios por el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania. Esta estratégica península ha supuesto tradicionalmente para la flota rusa la salida al Mar Negro, y de allí al Mediterráneo. Entre 1853 y 1856 fue escenario de una guerra que enfrentó al Imperio ruso contra Gran Bretaña, Francia y Turquía. A pesar de la magnitud y la trascendencia de la contienda, sus causas y consecuencias, lejanas en el tiempo, son apenas recordadas. Y todavía es menos conocida la participación de soldados españoles en los combates.
Aprincipios de la década de los cincuenta del siglo XIX, la debilidad del Imperio otomano, considerado el “hombre enfermo” de la época, minado por los nacionalismos balcánicos y desprovisto de la estructura de un estado moderno, estimuló el deseo del zar Nicolás I de extender su imperio a su costa. El monarca estaba convencido de que en caso de un enfrentamiento ruso– turco las principales potencias europeas se abstendrían de intervenir. El pretexto para declarar la guerra se presentó cuando volvieron a surgir antiguas disputas entre el clero católico y el ortodoxo sobre el derecho a administrar los principales enclaves cristianos en Palestina, dominio turco, donde se sitúan los principales hechos narrados en la Historia Sagrada.
Presionado por Napoleón III, el sultán Abdulmecit I adjudicó ese derecho al clero católico. Nicolás I exigió al sultán una solución favorable a los intereses rusos en la cuestión sobre los Santos Lugares y el reconocimiento de un protectorado religioso ruso sobre las poblaciones ortodoxas del imperio otomano. Ante la negativa turca, el ejército del zar ocupó Moldavia y Valaquia, principados situados en la cuenca del Danubio, al tiempo que rechazaba el ultimátum presentado por el Gobierno del sultán. El 4 de octubre de 1853 el Imperio turco declaró la guerra a Rusia con un inicio de las hosti-
lidades en el Cáucaso y en la desembocadura del Danubio. Durante los primeros compases de la guerra los turcos sufrieron una sucesión de fuertes reveses que hizo presagiar su inmediata derrota.
Ante el riesgo de que las victorias rusas desestabilizaran el equilibrio en Europa, Gran Bretaña y Francia, naciones que mantenían un floreciente comercio con los turcos, decidieron intervenir en la contienda y el 28 de marzo de 1854 declararon la guerra a Rusia. En enero de 1855
En 1853 el Imperio turco declaró la guerra a Rusia con un inicio de las hostilidades en el Cáucaso y la desembocadura del Danubio
se sumó a los aliados el Reino de Piamonte-Cerdeña, interesado en hacer notar su presencia en el ámbito europeo. Mientras tanto Austria, si bien no intervino directamente en la guerra, movilizó treinta mil soldados en Transilvania, una presencia de tropas que obligó al Gobierno ruso a dar la orden de evacuación de los principados del Danubio que había ocupado. En el otro extremo de Europa, España
declaró su neutralidad, postura que parecía lógica, aunque el Gobierno pudiera mantener ocultas otras intenciones. COMISIÓN MILITAR A mediados del XIX, España parecía haber superado el trauma que supuso la invasión napoleónica, la pérdida de la mayor parte de las posesiones en América y el régimen absolutista de Fernando VII. A pesar de las recientes Guerras Carlistas, la monarquía de Isabel II parecía asentada sobre la relativa estabilidad de un régimen liberal. En política exterior, España intentaba recuperar el papel de potencia europea que hacía tiempo que había perdido. Para lograr una mayor presencia de nuestro país en la toma de decisiones internacionales, los gobernantes pensaron que la Guerra de Crimea podía servir para recuperar parte del prestigio perdido.
Se decidió el envío de varios barcos de guerra de la División Naval de Operaciones del Mediterráneo al Mar Negro con la excusa de velar por los intereses de nuestro país en Oriente. Tras ello se estudió la formación de una comisión militar que viajara a Crimea para evaluar el desarrollo de las operaciones. En esos días el general Prim vivía en París autoexiliado, pero al conocer las intenciones del Gobierno español presionó al general Francisco Lersundi Hormaechea, entonces Ministro de la Guerra, para que lo pusiera al mando de la comisión militar, creada por Real Orden del 12 de junio de 1853.
Los gobernantes pensaron que la Guerra de Crimea podía servir para recuperar el prestigio internacional perdido por España
En aquel momento las relaciones entre España y Rusia atravesaban por un difícil momento. El zar Nicolás I había apoyado a la causa carlista y no había reconocido a Isabel II como reina. Esta circunstancia había enturbiado el clima de entendimiento entre las dos naciones, crisis diplomática que la declaración de la neutralidad española no contribuyó a solucionar y que se vio agravada por el envío de los observadores de la misión a la zona en conflicto. Encabezada por el general Prim, la comisión estaba compuesta por una docena de oficiales, una treintena de asistentes y una escolta formada por un sargento y un pelotón de doce soldados, a los que había que añadir como agregados militares a un oficial francés y otro inglés, además de un turco y un piamontés. En 1853 la comisión
Isabel II se sentía en la obligación moral de prestar su ayuda a los aliados, tras el apoyo de estos durante las guerras carlistas
española desembarcó en Constantinopla. Inmediatamente se trasladó al frente del Danubio, donde alguno de sus miembros tuvo la oportunidad de entrar en acción. BAUTISMO DE FUEGO Entre los oficiales que formaban parte de la delegación española además de Prim estaban el coronel Federico Fernández de San Román, el teniente coronel Carlos Dentere y el comandante Pita del Corro, ayudante de campo del primero. El 2 de noviembre de 1853 Dentere se incorporó a una misión de reconocimiento turca que tenía como objetivo inspeccionar las líneas enemigas cerca de la localidad rumana de Oltenitza. Detectada su presencia, fueron atacados por un grupo de cosacos a los que las tropas otomanas hicieron retroceder, iniciándose una persecución. En un momento determinado los feroces jinetes plantaron cara a sus perseguidores, comenzando un intenso tiroteo en el que el teniente coronel Detenre tuvo que defenderse con sus pistolas, abatiendo a dos cosacos. Tras esta escaramuza los turcos regresaron a su campamento, donde el militar español fue efusivamente felicitado por su acción.
Este episodio supuso el bautismo de fuego de la delegación, preludio de una mayor implicación de sus miembros en los combates. Durante la batalla que se desarrolló en los alrededores de Oltenitza los militares españoles acompañaron a las tropas del Imperio otomano, brindándoles asesoramiento sobre cómo llevar la campaña y llegando a situarse en primera línea del frente. La actitud de los españoles contradecía la supuesta neutralidad de nuestro país, lo que provocó las quejas de las autoridades rusas que denunciaron el que consideraron excesivo ardor guerrero exhibido por la misión comandada por Prim. Ante el aumento de la tensión en el exterior y las críticas de algunos sectores conservadores dentro del país, el Gobierno de España ordenó la retirada de la delegación en la Navidad de 1853. A título personal el vehemente conde de Reus no tardó en regresar a Constantinopla, donde el sultán lo condecoró y le obsequió con un valioso sable. Aquel gesto volvió a poner en entredicho la neutralidad española mientras aumentaban las presiones para que nuestro país entrase en la guerra al lado de Francia y Gran Bretaña. PREPARATIVOS DE GUERRA Los gobiernos inglés y francés habían manifestado su adhesión al bando isabelino durante las Guerras Carlistas. Francia había enviado a la Legión Extranjera a combatir en Cataluña y unos diez mil voluntarios ingleses, irlandeses y escoceses habían formado parte de la Legión Auxiliar Británica que había luchado contra los carlistas. El Gobierno de Isabel II se sentía en la obligación moral de prestar su ayuda a los aliados en la guerra.
El ejército inglés andaba escaso de soldados y sus autoridades propusieron al embajador español el reclutamiento de voluntarios en nuestro país para engrosar las filas de su cuerpo expedicionario en Crimea. La oferta fue transmitida por lord Clarendon, Ministro británico de Asuntos Exteriores, pero no fue bien acogida en Madrid. El Gobierno español manifestó sus preferencias por el proyecto francés de crear una Legión Española en Crimea compuesta por veinte mil hombres. Este ejército estaría financiado,
armado y equipado por los aliados, dependiendo de su Estado Mayor a la hora de determinar su participación en las operaciones militares pero combatiendo bajo el mando directo de oficiales españoles. Francia y Gran Bretaña se comprometieron a pagar una compensación económica de cincuenta millones de reales.
El Consejo de Ministros debatió el tema a principios de 1855, barajándose el nombre del general Juan de Zavala y de la Puente como candidato a comandante del contingente. El prestigioso general llegó a entrevistarse con Napoleón III para perfilar los detalles. Mientras, la prensa
La declaración de un armisticio llegó antes de que la Legión Española en Crimea se convirtiera en una realidad
española tuvo conocimiento de los planes del Gobierno, desatando una corriente de duras críticas que generaron entre la opinión pública una fuerte oposición a la implicación directa de España en el conflicto.
Nuestro país se estaba beneficiando económicamente de la Guerra de Crimea, suministrando productos y mercancías a los contendientes, negocios que peligraban si España decidía intervenir. Estas dudas influyeron en el Gobierno que demoró la toma de una decisión y la declaración de un armisticio llegó antes de que la Legión Española en Crimea fuera una
realidad. Sin embargo, varios cientos de españoles llevaban combatiendo en la península del Cáucaso desde hacía tiempo. EN LA LEGIÓN EXTRANJERA A pesar de las reticencias de un amplio sector de la opinión pública española, el Gobierno envió a la zona en conflicto una segunda comisión de observadores compuesta por varios oficiales. El capitán Tomás O’Ryan Vázquez y el teniente Andrés Villalón Echevarría, ambos del Arma de Ingenieros, formaban parte de la delegación encuadrados en el Cuartel General anglo-francés. Los dos fueron autores de un detallado informe titulado Memoria sobre el viaje militar a la Crimea. En sus páginas se mostraban sorprendidos ante la presencia de soldados españoles en las filas del ejército francés. La mayoría de estos soldados eran carlistas que habían combatido en España. Al terminar la guerra se vieron obligados a exiliarse a Francia, siendo internados en campos de concentración donde llevaban una vida miserable. Sin medios de subsistencia, muchos de estos veteranos decidieron alistarse en la Legión Extranjera francesa. Encuadrados en el Primer y Segundo Regimientos, formaron parte de la Brigada Extranjera que fue enviada a Crimea. En total eran unos cuatro mil quinientos legionarios de los que novecientos eran españoles. Los voluntarios españoles fueron destinados en el Cuarto Batallón donde sirvió una gran mayoría. Junto con los zuavos argelinos, los legionarios de
Sometidos al bombardeo de la artillería rusa en las trincheras, los españoles mostraron una lealtad y un coraje inquebrantables
nuestro país participaron en las principales batallas de la guerra, incluyendo la de Alma, donde se produjeron las primeras bajas españolas, y el sitio de Sebastopol. Curtidos en mil penalidades, soportaron con entereza los rigores de una campaña que se caracterizó por la falta de suministros, las temperaturas extremas y las epidemias, factores que causaron más bajas entre las filas aliadas que los combates.
Sometidos al bombardeo de la artillería rusa mientras malvivían en las trincheras, los españoles demostraron un coraje y una lealtad inquebrantable. Situados siempre en primera línea, se distinguieron en los ataques a la bayoneta y en la lucha cuerpo a cuerpo, especialmente en el asalto definitivo al bastión de Malájov, uno de los reductos de las defensas rusas de la ciudad. La victoria aliada en esta batalla marcó el final del asedio. LOS NOMBRES DE LOS HÉROES Considerados por los mandos franceses como excelentes soldados, entre los españoles que lucharon en Crimea destaca el nombre de Antonio Críspulo Martínez. Durante la Primera Guerra Carlista sirvió bajo las órdenes de Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, adquiriendo una valiosa experiencia militar. Tras el final de la guerra se alistó en la Legión Extranjera, sirviendo en Argelia. Llegó a Crimea con el rango de capitán en el Segundo Regimiento. Al final de la contienda había ascendido a teniente coronel, terminando su carrera en el ejército francés con los entorchados de general. Fue condecorado con la Legión de Honor, la Medalla Inglesa de Crimea, y la Medalla al Valor Militar de Cerdeña.
El caso de Antonio Críspulo Martínez no fue el único. El sargento Olivera, antiguo capitán de caballería en las Guerras Carlistas, también se distinguió en los combates, recibiendo la Medalla Militar francesa. En su informe, O’Ryan y Villalón realizaron una lista que contenía los nombres de muchos de los españoles que combatieron en Crimea. Aparecían casi quinientos compatriotas entre oficiales, suboficiales y tropa. Cincuenta y cinco habían muerto en combate o mientras estaban prisioneros, a los que
Durante su estancia como observador pudo ver los horrores de un conflicto muy alejado de la imagen idealizada que tenía
había que sumar otros treinta y seis víctimas de las enfermedades. En la relación también figuraba el empleo y las medallas recibidas. El total de condecoraciones sumaba una Legión de Honor con el grado de Oficial, otra con la categoría de Caballero, una de la Orden turca de Medjidié, entregada al general Prim, ocho de la Medalla Militar Francesa y doscientas treinta y siete de la Medalla Inglesa de Crimea. En la relación no se habían tenido en cuenta las condecoraciones y distinciones a título colectivo o los nombres de aquellos que habían merecido figurar en una orden general del ejército en campaña. Debido a la pérdida de archivos, los registros que O´Ryan y Villalón pudieron consultar se limitaban a un solo regimiento, por lo que suponían que el número de españoles que participó en los combates en Crimea debió de ser el doble de la cifra que aparecía en su informe, calculando que el total de bajas posiblemente alcanzó un tercio del contingente de voluntarios de nuestro país. POR CUENTA PROPIA También algunos oficiales españoles decidieron vivir el conflicto en primera persona, solicitando la baja voluntaria a sus superiores para viajar a la península del Cáucaso. El caso más conocido es el de José María de Murga y Mugartegui, que llegaría a ser conocido como el Moro Vizcaíno.
Nacido en 1827, en 1843 Murga ingresó en la Academia General Militar, sirviendo como oficial de los Húsares de Pavía. Al estallar la Guerra en Crimea su espíritu aventurero le llevó a viajar hasta Oriente donde entró en contacto con la cultura islámica. Durante su estancia como observador tuvo la oportunidad de ver los horrores de un conflicto muy alejado de la imagen idealizada que tenía antes de su partida. En su correspondencia quedó recogida la evolución que experimentaron sus sentimientos, hablando inicialmente de la buena impresión que le causaron la caballerosidad entre oficiales para después describir el horror de una matanza que llegó a considerar absurda.
El caso de Murga no fue el único. Más peculiar es todavía el del conde de Negri, destacado militar del bando carlista que, exiliado en Cerdeña, se alistó en el ejército piamontés. Al entrar en guerra con Rusia fue enviado como oficial de artillería, participando en varios combates, entre otros en la batalla de Chernaya. Finalizado el conflicto regresó a Cerdeña, donde continuó prestando servicio en el ejército de su nación de adopción.
Al margen de las aventuras personales de estos oficiales, los avatares que llevaron a algunos españoles hasta los escenarios de la Guerra es aún más sorprendente. Vicente Pallarols era un prestigioso orfebre platero nacido en Barcelona que había emigrado a Buenos Aires. El estallido del conflicto le sorprendió en su ciudad natal y sin pensárselo dos veces decidió unirse a las fuerzas que luchaban contra Rusia. Admitido en las filas del Ejército británico, luchó en las batallas de Alma y Balaclava y en el sitio de Sebastopol. Terminada la guerra se estableció en Malta, donde fundó un taller de platería.
Las necesidades bélicas de los aliados demandaban un gran número de equinos para las unidades de caballería y también mulos para cargar con los equipos y suministros del ejército expedicionario.
Ante la escasez de animales en sus países de origen tuvieron que recurrir a otros proveedores. Fue entonces cuando los comisionados franceses y británicos se dedicaron a recorrer Andalucía buscando lo que necesitaban, comprando en tierras andaluzas cientos de caballos y mulas. Antes de embarcarlos se dieron cuenta de que iban a necesitar hombres para manejarlos. De esta forma muchos muleros aceptaron la oferta de trabajar para los aliados como auxiliares y partieron para unirse a las fuerzas que combatían en Crimea. EL FIN DE LA AVENTURA Tras un año de duro asedio Sebastopol fue tomada en septiembre de 1855. En marzo de ese año había fallecido el zar Nicolás I y su sucesor, Alejandro II, se vio obligado a negociar la paz como resultado del fracaso de sus ejércitos y el descontento de la opinión pública. En febrero de 1856 se iniciaron las negociaciones en París y el 30 de marzo se firmó un tratado que garantizaba la independencia y la integridad del Imperio otomano, al tiempo que obligaba a Rusia a realizar una serie de concesiones territoriales y comerciales en la región.
Solo es seguro que los cuerpos de los que nunca regresaron reposan para siempre en esta región del Cáucaso
Con la firma de la paz se produjo la retirada de las fuerzas aliadas de la península de Crimea. Con ellas regresaron los soldados españoles que habían sobrevivido. Muchos de ellos continuaron su carrera en la Legión Extranjera francesa, sirviendo en Argelia y otros destinos. Un puñado de ellos decidió volver a España, aportando su valiosa experiencia en las campañas que el Ejército emprendió en el Norte de África. No se sabe el número total de españoles que participaron en esta guerra lejana ni el de los que murieron en combate o por culpa de las enfermedades. Los únicos datos fiables son los aportados por O’Ryan y Vilalón en su informe, cifras que como ellos reconocieron eran incompletas. Solo es seguro que los cuerpos de los que nunca regresaron reposan para siempre en esa región del Cáucaso.