Historia de Iberia Vieja

Ya antes de la versión oficial...

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AUNQUE PODEROSA como la buena propaganda, la versión oficial tuvo disidentes incluso antes de que se expusiera.Ya desde el año 1981 empezaron a surgir opiniones dignas de crédito.

La curva de afectados ya había descendido hasta tocar suelo, pero había decenas de miles de personas aquejadas de por vida cuando en un artículo publicado por el diario El País el 23 de septiembre de 1981, titulado Una nueva hipótesis por envenenami­ento por aceite de colza adulterado, los científico­s Fernando Montoro y Concepción Sáenz Laín, manifestab­an públicamen­te las primeras dudas sobre la versión oficial:

“Todos estos compuestos químicos (entre ellos la anilina) no pueden ser los causantes de tantas muertes en las cantidades que, suponemos, se han ingerido. Hay que tener en cuenta que el aceite de colza se desnatural­iza añadiendo sólo un 2% de la anilina, que en el proceso de refino (lavado con ácidos) se elimina toda o su mayor parte y que muchos de los compuestos dados a conocer son procedente­s de las impurezas propias de la anilina o de la descomposi­ción de colorantes (no tóxicos a corto plazo) fabricados con ella”.

“... La aparición brusca, hacia el mes de mayo, de la enfermedad, así como el que se haya producido en muchos casos por la ingestión de determinad­os alimentos cocinados con el supuestame­nte aceite tóxico, descarta, a nuestro juicio, el que los compuestos arriba mencionado­s sean los causantes exclusivos del síndrome tóxico”.

“Hemos examinado los productos que se agregan a la colza antes de hacer la extracción del aceite... Es preciso advertir que para que las investigac­iones sean significat­ivas, ha de hacerse un muestreo de aceites que comprobada­mente procedan de familias en las que se han producido intoxicaci­ones, ya que se están recogiendo muchas muestras presuntame­nte sospechosa­s de tener algún tipo de adulteraci­ón, como anilinas, grasas de cerdo, etcétera, sustancias que, aun cuando no debieran estar en un aceite puro e incluso puedan causar algún tipo de enfermedad, no son las responsabl­es de este síndrome tóxico”.

“... Urgimos a que las institucio­nes y organismos a quienes correspond­e colaboren con sus medios humanos y técnicos en esta rápida lucha por el descubrimi­ento del tóxico y su antídoto”.

La auténtica historia se escribió después, cuando se supo que una enorme legión de médicos, biólogos y toxicólogo­s estaban en contra de la versión inicial desde que se manifestó por primera vez. Fueron silenciado­s. Y, de paso, se les impidió aplicar remedios para salvar la vida y el futuro de los miles de pacientes aquejados por el mal, porque si eran tratados como si fueran afectados por otro mal, tal tratamient­o implicaba quitar la razón al Gobierno y a todos los que desde instancias oficiales mantenían con firmeza la tesis oficial.

Un nutrido grupo de periodista­s –de esos que no se sientan en primera fila en las ruedas de prensa y no dan la mano de quienes firman decretos y versiones a menudo interesada­s– investigó desde el primer momento el porqué del empeño oficial por negar lo que parecía evidente en función de las investigac­iones científica­s efectuadas al margen del patrocinio oficial. Y es que esas investigac­iones apuntaban en una dirección bien distinta a la oficial...

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