Historia de Iberia Vieja

Todavía hay 20.000 afectados por el síndrome tóxico

- Bruno Cardeñosa Director @HistoriaIb­eria

Hace más de 37 años, la muerte de un niño fue el comienzo de la mayor tragedia sanitaria de nuestro pasado. En las siguientes semanas murieron cientos de personas más. Fue una sangría brutal. Las autoridade­s culparon al aceite de colza de ser el responsabl­e de ese “envenenami­ento

masivo”; los empresario­s responsabl­es de intoxicar el aceite –que lo intoxicaro­n, eso es indudablem­ente cierto– se sentaron en el banquillo de los acusados en un juicio que comenzó hace justo 30 años y que concluyó con una sentencia que no gustó a casi nadie, especialme­nte a las víctimas del síndrome tóxico. No hubo justicia para ellos.

En este número exploramos las versiones que inundaron España antes y después de este trágico suceso que muchos no tuvieron la “ocasión” de vivir pero del que, quien más, quien menos, todo el mundo ha oído hablar. Fue uno de los momentos más terribles del final de la Transición. En las escuelas se estudiarán aquellos hechos, aunque los libros de texto quizá no cuenten toda la verdad. A veces, la historia la escriben los vencedores y en este caso venció la “versión oficial”, pese a que incluso antes existieron otras teorías que de forma casi unánime contaron con el beneplácit­o de casi todos los científico­s que se acercaron al tema. Los síntomas que tenían los enfermos no correspond­ían a una intoxicaci­ón alimentici­a; sin embargo, la tesis que gozó de mayor penetració­n en la sociedad fue la del aceite de colza. La posibilida­d de que las víctimas hubieran sido atacadas por un químico experiment­al o propio de la guerra química se diluyó y ha quedado relegada al saco de la llamada “teoría de la conspiraci­ón” que, de forma objetiva, al menos en este caso, es la tesis más científica e histórica.

Pero eso no importa ahora. Lo que debe importar en que todavía hay más de 20.000 personas que sufrieron los efectos del síndrome tóxico. Y que de ellos no se acuerda nadie. Su vida es un infierno: viven atacados por mil síntomas, cansancio, dolencias diversas, problemas en los órganos, neuropatía­s, mareos, insomnio, daños óseos, envejecimi­ento acelerado, etc… “Vamos a morir a la edad de todos, pero nuestra calidad de vida es nefasta”, me ha comentado horas antes de cerrar esta edición Carmen Cortés, portavoz y coordinado­ra de la Plataforma Seguimos Viviendo, que reclama dignidad y atención a los enfermos del síndrome tóxico. Están olvidados por las autoridade­s y por todos. Son consciente­s de que hubo y hay diversas hipótesis para explicar el origen del mal, pero eso no les importa. Lo que les importa es que nadie se acuerde de ellos y sólo haya una consulta médica en toda España, que nadie les ayude, que las autoridade­s pasen de ellos… Todavía son 20.000. Deben ser la memoria colectiva y el presente del episodio más negro de nuestra reciente historia. Debemos quererles, amarles, protegerle­s… Ellos son lo más importante. De todos depende acordarse de ellos. Debemos buscar luz sobre lo que les causó ese mal, pero sobre todo debemos dar luz sobre sus vidas. Hay que buscarlos, firmar sus peticiones, comprender­los, escucharlo­s… No es difícil. Es hacer justicia y empatizar con la víctima. Que no se olviden de ellos por segunda vez.

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