Todavía hay 20.000 afectados por el síndrome tóxico
Hace más de 37 años, la muerte de un niño fue el comienzo de la mayor tragedia sanitaria de nuestro pasado. En las siguientes semanas murieron cientos de personas más. Fue una sangría brutal. Las autoridades culparon al aceite de colza de ser el responsable de ese “envenenamiento
masivo”; los empresarios responsables de intoxicar el aceite –que lo intoxicaron, eso es indudablemente cierto– se sentaron en el banquillo de los acusados en un juicio que comenzó hace justo 30 años y que concluyó con una sentencia que no gustó a casi nadie, especialmente a las víctimas del síndrome tóxico. No hubo justicia para ellos.
En este número exploramos las versiones que inundaron España antes y después de este trágico suceso que muchos no tuvieron la “ocasión” de vivir pero del que, quien más, quien menos, todo el mundo ha oído hablar. Fue uno de los momentos más terribles del final de la Transición. En las escuelas se estudiarán aquellos hechos, aunque los libros de texto quizá no cuenten toda la verdad. A veces, la historia la escriben los vencedores y en este caso venció la “versión oficial”, pese a que incluso antes existieron otras teorías que de forma casi unánime contaron con el beneplácito de casi todos los científicos que se acercaron al tema. Los síntomas que tenían los enfermos no correspondían a una intoxicación alimenticia; sin embargo, la tesis que gozó de mayor penetración en la sociedad fue la del aceite de colza. La posibilidad de que las víctimas hubieran sido atacadas por un químico experimental o propio de la guerra química se diluyó y ha quedado relegada al saco de la llamada “teoría de la conspiración” que, de forma objetiva, al menos en este caso, es la tesis más científica e histórica.
Pero eso no importa ahora. Lo que debe importar en que todavía hay más de 20.000 personas que sufrieron los efectos del síndrome tóxico. Y que de ellos no se acuerda nadie. Su vida es un infierno: viven atacados por mil síntomas, cansancio, dolencias diversas, problemas en los órganos, neuropatías, mareos, insomnio, daños óseos, envejecimiento acelerado, etc… “Vamos a morir a la edad de todos, pero nuestra calidad de vida es nefasta”, me ha comentado horas antes de cerrar esta edición Carmen Cortés, portavoz y coordinadora de la Plataforma Seguimos Viviendo, que reclama dignidad y atención a los enfermos del síndrome tóxico. Están olvidados por las autoridades y por todos. Son conscientes de que hubo y hay diversas hipótesis para explicar el origen del mal, pero eso no les importa. Lo que les importa es que nadie se acuerde de ellos y sólo haya una consulta médica en toda España, que nadie les ayude, que las autoridades pasen de ellos… Todavía son 20.000. Deben ser la memoria colectiva y el presente del episodio más negro de nuestra reciente historia. Debemos quererles, amarles, protegerles… Ellos son lo más importante. De todos depende acordarse de ellos. Debemos buscar luz sobre lo que les causó ese mal, pero sobre todo debemos dar luz sobre sus vidas. Hay que buscarlos, firmar sus peticiones, comprenderlos, escucharlos… No es difícil. Es hacer justicia y empatizar con la víctima. Que no se olviden de ellos por segunda vez.