El séptimo arte… Jackie
El séptimo arte con Josemanuel Escribano
NO HACE falta recordar –y si no, para eso está Jackie– el magnicidio de Dallas, que sacudió al mundo entero: el 22 de noviembre de 1963, el presidente Kennedy moría abatido por los disparos de un tirador apostado en un edificio cercano. El trágico acontecimiento, y los que le siguieron, conmocionaron al planeta y todavía no se han agotado los ríos de tinta que corren sobre el suceso. Ni de celuloide: baste recordar filmes notables como Acción ejecutiva (David Miller, 1973), La conspiración de Dallas (Ruby) (John Mackenzie, 1992), Parkland (Peter Landesman, 2013), alguna curiosidad como Timequest (Robert Dyke, 2000) y, por supuesto, JFK (Oliver Stone, 1991).
La película de Pablo Larraín es completamente distinta en su realización y su punto de vista: el de Jackie Kennedy. Cuenta cómo, pocas fechas después del asesinato de su marido, recibe a un periodista para realizar la que será la entrevista más importante de su vida. A lo largo de la conversación, la joven viuda, todavía con secuelas del trauma pasado, recuerda los fatídicos momentos del atentado y las tremendas horas posteriores hasta desembocar en el controvertido y multitudinario entierro del presidente. A su retina acude el paseo en el coche descubierto, los disparos, el cuerpo de su marido arrebatado de su lado, la confusión, la precipitada jura del vicepresidente Johnson, su soledad, su miedo y su asombro cuando ve a Jack Ruby matar al supuesto asesino de su marido. Con una calma angustiada, en una atmósfera casi onírica, Jackie revive su paso por la Casa Blanca, desde sus inicios como primera dama hasta sus asumidas rutinas a lo largo de tres complicados años, siempre con la figura de John al fondo; y la tragedia, y el posterior apoyo de su cuñado Robert, tan cercano. Y se interroga acerca de un futuro que no acierta a imaginar fuera de los focos y de la mirada del mundo entero.
LOSTIEMPOS DEL RELATO
El guion no sigue una línea narrativa continua, sino que va salpicando los acontecimientos según la protagonista los trae a su memoria; es un artificio que
El puzle permite comprender en toda su magnitud el trance por el que pasaron los estadounidenses y quien fue su primera dama
podría llevar a la confusión pero que funciona perfectamente, en parte porque los hechos son de sobra conocidos y sobre todo por la habilidad de Larraín para manejar los tiempos del relato; de esta manera, los giros caprichosos de los recuerdos –también removidos por las preguntas del periodista– van permitiendo encajar el puzle de situaciones, momentos y sentimientos que se entrecruzan en la pantalla y que permiten al fin comprender en toda su magnitud el trance por el que pasaron los estadounidenses y, sobre todo, la que fue su primera dama e icono de un estilo, una cultura y un modo de vida de personalidad arrebatadora.
Es extraordinaria la recreación de escenarios y personajes, más allá del parecido físico; lo que interesa es, sobre todo, que el universo fílmico responda al aliento de la historia y acoja sin fisuras a su protagonista; así se asienta la formidable interpretación de Natalie Portman, con un gesto contenido que sugiere tanto como revela de una figura sorprendente, mucho más interesante de lo que se mostraba en aquellos años. Y, todo junto, compone otra reveladora película de Pablo Larraín: un director tan inteligente como exigente, que no hace concesiones y que acostumbra a poner el dedo en la llaga.