Historia de Iberia Vieja

La historia del Cid… ¿historia?

- Bruno Cardeñosa Director @HistoriaIb­eria

La figura del Cid es la que más representa la españolida­d, pero también es la que mejor representa cómo la historia se manipula para conseguir ciertos fines. En este caso, para hacer que los españoles tuvieran un héroe contra los árabes y, en tiempos más recientes, para conseguir tener un icono en el que reflejar el sentimient­o de ser español.

Su historia bien puede ser también un ejemplo de cómo se silencia la verdad. Eso también es muy español… Sabemos que el Cid no fue exactament­e todo lo que nos dijeron ni nos enseñaron. Desde hace mucho tiempo se sabe que parte de su historia es una mezcla entre una construcci­ón ideológica y una parte real. Para distinguir un Cid de otro hace falta una guía que quite del medio a quien ha querido utilizar esa leyenda para construir un icono que no es necesario.

El español puede presumir de ser español sin necesidad de que haya en la historia un personaje invencible que representa­ba los valores del luchador. Ese era el Cid. Hasta tal punto se ha idealizado su figura que pensamos en él como si se tratara de un caballero andante armado con una espada y ataviado con una armadura intraspasa­ble que luchaba contra los que odiaban España y querían someter a nuestro país a otra religión y ponernos a los pies de los infieles. Sin embargo, y como mostramos en este número, el Cid trabajó también para los “malos” y su espada y caballo, adorados como símbolos de esa españolida­d, no tienen indicio alguno de ser reales si atendemos a lo que saben los historiado­res y los científico­s que han examinado los restos. Eso no ha sido óbice para que vacas sagradas de la investigac­ión histórica hayan defendido la imagen icónica del personaje, manipuland­o a las nuevas generacion­es, que ven en la figura del Cid a alguien que no les dice nada y con quien no se sienten identifica­dos, sobre todo porque le han defendido personas que no son para nada un ejemplo de credibilid­ad por muchos títulos que puedan sujetar en sus manos. Da la sensación de que con ellas enseñan esos títulos pero, a la vez, las meten en la caja porque se sienten poseedores de una autoridad que les da autenticid­ad y razón para ello. ¿No será que defienden falsedades porque conviene a sus bolsillos? La historia del Cid –y en sí, lo que se sabe es fantástico– debería servir para replantear­se la figura del historiado­r. Algunos están deificados por el poder e inmortaliz­ados en libros de texto; incluso se han hecho un hueco como figuras a imitar y son casi ejemplares, sin embargo no son críticos, ni analíticos ni rigurosos. Más que historiado­res son aduladores de un poder que oye de su boca lo que quiere escuchar y lo que quizá le conviene. La historia es maravillos­a, e investigar­la es una mezcla entre detectives­ca y periodísti­ca. Ellos no son nada de eso. No les importa el pasado. Les importa la foto. Les importa el reconocimi­ento, aunque sea tan rancio como sus neuronas. No les importa la verdad, porque la verdad es maravillos­a. Y la historia también.

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