La España del Cid
LA ESPAÑA DEL CID, como la denominó Ramón Menéndez Pidal, era un mosaico de poderes cristianos y musulmanes en constante pugna. La gran unidad territorial conseguida por Fernando I el Magno apenas duró un suspiro. A su muerte, en el año 1065 y por postrera voluntad del propio monarca, el reino fue dividido entre sus tres hijos. Sancho II recibió el condado de Castilla que quedó elevado a la condición de reino; García obtuvo Galicia y, finalmente, Alfonso VI regentó León y Asturias. Por otro lado, estaban también a su suerte la monarquía de Aragón y el condado de Barcelona. En el bloque musulmán, la fragmentación no resultaba menor. El antiguo califato de Córdoba era ya un recuerdo y había dado paso a una serie de débiles taifas que pagaban tributo a los reyes cristianos a cambio de protección, paz y estabilidad.
En consecuencia, todo quedó bien dispuesto para encender la llama de infinitas intrigas patrimoniales, intereses cruzados, guerras fratricidas y ambiciones territoriales sin demasiado orden ni concierto. Sobre ese mar turbulento enseguida aprendió a navegar, a veces a favor de corriente y a veces contra ella, un caballero burgalés llamado Rodrigo Díaz y apodado el Cid Campeador. Curiosa combinación de términos que revela la gran consideración dada a este guerrero cristiano a uno y otro lado de cada frontera, puesto que “Cid” designaba en árabe a un “señor”, mientras que Campeador fue el sobrenombre romance aplicado a quien demostraba gran destreza en las batallas campales.
Pero por encima de los apelativos grandilocuentes estaba la trayectoria histórica.Y rescatar o desligar la figura auténtica del “que en buena hora nació” de su proyección como mito continúa siendo hoy día una tarea sumamente complicada.