La lupa sobre la historia… Los Campos Elíseos de Madrid y Barcelona
ESCRIBIR SOBRE LOS CAMPOS ELÍSEOS REMITE A PARÍS, A UNA DE LAS AVENIDAS MÁS CONOCIDAS DEL MUNDO, CUYO ORIGEN SE ENCUENTRA EN 1724. TAL ES SU FAMA QUE SU NOMBRE HA SOLAPADO COMPLETAMENTE EL RECUERDO DE LOS OTROS CAMPOS ELÍSEOS, ENTRE ELLOS LOS QUE SE REPARTIERON POR ESPAÑA EN EL SIGLO XIX. CON MUCHA PEOR SUERTE QUE LA PARISINA. PORQUE LA MAYORÍA DE LOS NUESTROS APENAS DURARON UN SUSPIRO.
YESO QUE NACIERON CON BRÍO DE SOBRA. LAS GRANDES CIUDADES COMENZABAN A DEMANDAR ESPACIOS EN LOS QUE SUS HABITANTES PUDIERAN DISFRUTAR DE ENTRETENIMIENTOS AL AIRE LIBRE EN LOS MOMENTOS DE OCIO.
Los jardines públicos crecen como espacio de socialización entre los residentes mientras el pueblo reclama nuevas atracciones en su entorno. En Madrid, un artículo de Mariano José de Larra en Revista Española, en el año 1834, pidiendo la expansión de “jardines de recreo” en los que los visitantes puedan pasear relajadamente, además de disfrutar de espectáculos teatrales o bailes, tuvo mucho que ver en su propagación. Ese mismo 1834 se abrió uno de los más populares de la primera mitad de siglo, el Jardín de las Delicias, ubicado en el actual Paseo de Recoletos y en el que hasta había grutas y un pequeño estanque. Apenas un año después, y en las inmediaciones de lo que hoy es la Glorieta de Bilbao, se inauguraba otro pequeño oasis en esa capital que no dejaba de crecer. Sus mesas de recreo, su frondosidad y su divertido trazado laberíntico lo convirtieron en un reducido remanso en las tardes y noches primaverales y estivales, muy frecuentado por las clases medias. En todos había que pagar una pequeña cantidad para poder acceder, y era habitual sentarse en alguna de sus mesitas a merendar mientras se daba cuenta de una buena conversación con música de fondo o representaciones teatrales en el interior.
Sin embargo, fue en 1853, y en Barcelona, cuando se abrió un parque de recreo realmente ambicioso, los referidos Campos Elíseos, que hasta tenían un sobresaliente parque de atracciones en su interior, con una de las primeras montañas rusas que se pudieron ver en España.
La dimensión de este proyecto de ocio se observa ya en el arquitecto elegido para diseñarlo, Josep Oriol Mestres, quien fuera coautor del Gran Teatro del Liceo y, un par de años después de sus Elíseos, creador de la fachada neogótica de la catedral barcelonesa. Ubicados en el entorno del actual paseo de Gracia, se disponían a lo largo de alrededor de seis hectáreas y su interior era un verdadero campo elíseo, un vergel de la alegría repleto de actividades. El abono de un par de reales en la entrada ponía frente a los ojos de los visitantes todo tipo atracciones. Accediendo a las
instalaciones recibía una estampida de sensaciones recogidas en glorietas, estanques, pérgolas y todo tipo de recintos donde divertirse con juegos como el billar, caballitos, columpios o una espectacular sala de baile y conciertos, con capacidad para 500 personas, que, incluso, en 1862, llegó a ser protagonista del estreno en Península del mismísimo Richard Wagner. Y lo dicho, la otra joya de los jardines, una inquietante, y hasta peligrosa, montaña rusa de madera, en la que la vagoneta llegaba a alcanzar los 50 kilómetros por hora. Una aventura desconocida hasta entonces en la ciudad. Pero la diversión no puede luchar con el crecimiento urbano ni con el negocio, y, pese a que en sus primeros años el espectacular jardín de recreo continuó creciendo en atracciones –incluso se puso en marcha un circo–, poco a poco fue decayendo y la ampliación urbanística de Barcelona y la necesidad de construir nuevos edificios en el terreno que ocupaba, le dieron el golpe de gracia. Los Campos Elíseos de Barcelona cerraban definitivamente en 1872.
EL CASO MADRILEÑO
Más tiempo duraron sus hermanos madrileños, si bien es cierto que su origen es también posterior, un poco a imitación de los de la Ciudad Condal. En este caso, el Ayuntamiento solamente aceptó el proyecto por un periodo provisional, porque Madrid se encontraba en pleno proceso de ampliación urbanística. Es más, sería el actual Barrio de Salamanca el que acabara con los Campos Elíseos madrileños, que se situaban en un espacio que hoy limitarían las calles Goya, Velázquez, Alcalá y Castelló. Cuando se inauguraron en junio de 1864, la vegetación no había crecido lo suficiente para ofrecer al visitante el frescor que demandaban las altas temperaturas veraniegas de Madrid. Pese a ello, las funciones del teatro levantado en el parque, bautizado como “el Rossini”, que inauguró un baile de Théophile Gautier, y donde apenas unas semanas después de puesto en marcha el célebre maestro Barbieri dirigió con sumo éxito la ópera de Rossini Guillermo Tell, se convirtieron en uno de los pasatiempos más aplaudidos por los madrileños, llegando a competir en prestigio y público con el Teatro Real. Al igual que los de Barcelona, los Campos Elíseos capitolinos costaban dos reales la entrada, precio que se doblaba a partir de las cinco de la tarde. Y no faltaba tampoco su vertiginosa montaña rusa. Junto a ella, una bucólica ría, la fonda, un café, columpios, tiro de pistola y de palomas, una casa de baño y hasta una plaza de toros. Un oasis hermano al barcelonés. Sin embargo, poco duró el fulgor del parque. La Revolución de Septiembre de 1868, que vería nacer el Sexenio Revolucionario, afectó negativamente al dinamismo ciudadano y las visitas a sus instalaciones. El progresivo desinterés por las atracciones, y el final de la concesión, unido al crecimiento del nuevo barrio de Salamanca, acabó con el cierre definitivo de los Campos Elíseos madrileños a finales de 1880.
HASTA NUESTROS DÍAS
Pero no todos los Elíseos decimonónicos estaban abocados al cierre. Es más, algunos permanecen hoy abiertos con la misma denominación, si bien con diferente estructura. En Lleida, el Parque de los Campos Elíseos lleva abierto desde 1864, pese a que algunos de los elementos emblemáticos originarios, como su espectacular lago, ya no existen. También Bilbao tuvo sus Campos Elíseos, sobre cuyos terrenos se construyó el recientemente rehabilitado Teatro Campos Elíseos Antzokia.
LA OTRA JOYA DE LOS JARDINES BARCELONESES ERA UNA INQUIETANTE, Y HASTA PELIGROSA, MONTAÑA RUSA DE MADERA, EN LA QUE LA VAGONETA ALCANZABA LOS 50 KM/H UNA BUCÓLICA RÍA, LA FONDA, UN CAFÉ, COLUMPIOS, TIRO DE PISTOLA, UNA CASA DE BAÑOS Y HASTA UNA PLAZA DE TOROS HACÍAN LAS DELICIAS DE LOS MADRILEÑOS