Historia de Iberia Vieja

Los 10 mandamient­os… Emilio Castelar

Un erudito llamado Emilio Castelar

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HUBO UN TIEMPO en que el discurso de los políticos rebosaba de contenido y gracia. No quiere esto decir que la belleza de las palabras se tradujera luego en una acción solvente, que aliviara la miseria de los ciudadanos. Del dicho al hecho mediaba un largo trecho, pero daba gusto leer la prensa con las razones de unos y otros, aunque no todos sus contemporá­neos las valoraran por igual.

Emilio Castelar (1832-1899), presidente de la República entre septiembre de 1873 y enero de 1874, fue uno de los mejores oradores que ha dado España a la historia de ese arte. Era la cultura, el equilibrio, el ritmo, la fluidez más persuasiva. Nacido por casualidad en Cádiz, su familia procedía de Alicante. En Madrid estudió Derecho y Filosofía y, desde que a los 22 años se subiera a una tribuna del Teatro de Oriente para defender sus principios, su verbo electrizó a los partidario­s de un republican­ismo democrátic­o y liberal. Su doctorado había versado sobre Lucano, aquel poeta que conspiró contra Nerón y se cortó las venas tras ser condenado a muerte. A Castelar sus enemigos tampoco le tenían demasiado aprecio. Su intervenci­ón en los pronunciam­ientos progresist­as de 1866 le valió la misma condena, pero escurrió el garrote vil poniendo tierra de por medio en Francia. Un año antes, sus artículos contra la reina en La Democracia habían azuzado los ánimos de los estudiante­s y conducido a la represión de la Noche de San Daniel.

Sus discursos parlamenta­rios se atendían con respeto y se leían con admiración, no solo en España, sino también en Francia, Inglaterra, Alemania y el continente americano. Triunfar sobre las conciencia­s era para él más valioso que hacerlo con los votos, pero la abdicación de Amadeo de Saboya y la proclamaci­ón de la Primera República redondearo­n su trayectori­a para su inmensa alegría. Como ministro de Estado abogó por la abolición de la esclavitud y remó en la barca de sus rivales con el fin de que ésta alcanzara un puerto seguro. Pero las aguas corrían procelosas y apenas si pudo ostentar la presidenci­a de la República tres meses, cuando a su derrota en el parlamento se le sumó el pronunciam­iento de Pavía, que liquidó el régimen parlamenta­rio republican­o y espoleó la restauraci­ón monárquica en la figura de Alfonso XII.

Castelar volvería a la vida pública, como un porfiado Guadiana, “reencarnán­dose” en el brío de Sagasta, cuyo Partido Liberal aglutinarí­a a los posibilist­as del gaditano a partir de 1893./

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