El asedio de Numancia
Numancia, que había nacido a partir de un asentamiento celtibérico posteriormente convertido en castro, hacia el año 350 antes de Cristo ya tenía una considerable cantidad de habitantes por lo que empezaba a nacer como ciudad, en la que en el siglo II antes de Cristo podían vivir unas 2.000 personas. Estaba rodeada por una muralla con cuatro puertas y varios torreones. Tenía dos calles principales orientadas norte-sur y las demás al esteoeste, empedradas con cantos rodados, y trazadas para poder cortar el viento del norte.
Las casas, agrupadas por manzanas, como promedio eran de 50 metros cuadrados. Solían contar con una sala principal para cocinar y descansar, una despensa, una entrada con vestíbulo, y podían tener un corral anexo. Los muros eran de piedra, los suelos de tierra apisonada, los techos de paja de centeno, y contaban con elementos de madera, barro, adobe y paja.
Parece que su economía era predominantemente ganadera, sobre todo bueyes, cabras, ovejas y conejos. En cambio la agricultura no tuvo un importante papel en su desarrollo, por lo que cuando necesitaban trigo o cualquier otro producto del campo, lo compraban en enclaves vecinos. Su dieta era a base de carne, cereales, frutos, legumbres, cerveza hecha a partir de trigo fermentado, y vino con miel.
PRIMEROS ENFRENTAMIENTOS
El primer enfrentamiento de Numancia con Roma se produjo en el año 153 antes de Cristo, al permitir que en la ciudad se refugiaran fugitivos de los romanos. La cercana ciudad de Segeda, que mantenía un tratado de vasallaje con Roma por el que tenía que pagar impuestos y enviar soldados para servir en el ejército romano, en dicho año se negó a pagar y empezó a levantar una muralla de ocho kilómetros. Aquello no gustó a Roma, que envió a la Península al cónsul Fulvio Nobilior con un fuerte ejército para castigar a Segeda.
Cuando Fulvio llegó con su ejército, los habitantes de Segeda corrieron a refugiarse en Numancia, con lo que la ciudad, que hasta entonces había vivido en paz, se vio metida en la guerra. Numantinos y segedenses, al mando del segedense Caro, atacaron al ejército de Fulvio, al que infligieron una gran derrota con más de 6.000 muertos, aunque en el combate también murió Caro. Fulvio estableció entonces el asedio de Numancia, hasta que recibió el refuerzo de soldados y diez elefantes enviados por el rey Masinisa, Numibia, aliado de Roma, y atacó de nuevo utilizando los elefantes. Pero cuando parecía que las cosas iban bien para los romanos, una gran piedra hirió a uno de los elefantes, que enfurecido cargó contra su propia gente y causó el caos en las tropas romanas, lo que aprovecharon los celtíberos para contraatacar, causando a los romanos una nueva derrota con unos 4.000 muertos.
El primer enfrentamiento se produjo en el año 153 a.C., al permitir que en la ciudad se refugiaran fugitivos de los romanos
A partir de entonces, Roma envió nuevos cónsules a España: Claudio Marcelo, Cecilio Metelo, Pompeyo Aulo, Popilio Lenas y Hostilio Manciano, y Numancia tuvo que repeler continuos ataques y asedios, intercalados con algunos periodos de paz. Manciano atacó en el año 138 antes de Cristo, y sufrió una gran derrota ante los celt beros con los que tuvo que capitular para salvar su vida y la de sus hombres, por lo que fue humillado por Roma, que lo dejó maniatado ante las murallas de Numancia. A la vista de la derrota de Manciano, los siguientes cónsules – Lépido Porcina, Furio Filo y Calpurnio Pisón– actuaron en otros lugares, pero no osaron atacar a Numancia.
PUBLIO CORNELIO ESCIPIÓN EMILIANO
Esta situación humilló a Roma, que tras tantos años de lucha no era capaz de doblar la voluntad de aquel reducto ibérico, lo que fue comentado por Cervantes en El cerco de Numancia:
Avergonzaos, varones esforzados, porque, a nuestro pesar, con arrogancia, tan pocos españoles, y encerrados, defiendan este nido de Numancia. Deciséis años son, y más, pasados que mantienen la guerra y la ganancia de haber vencido con feroces manos millares y millares de romanos.
Para poner remedio a la situación, en el 134 antes de Cristo, Roma encargó la destrucción de Numancia a Publio Cornelio Escipión Emiliano, llamado El Africano Menor, que formó un primer ejército de 4.000 voluntarios con los que se desplazó a la Península. Lo primero que hizo a su llegada, en enero del 134 antes de Cristo, fue reorganizar el ejército que Roma tenía desplegado, sometiéndolo a una férrea disciplina y a un duro adiestramiento. Y recibió el refuerzo de 15.000 hombres del rey númida Yogurta.
EL CERCO DE NUMANCIA
Cuando consideró que su ejército estaba preparado, Escipión se trasladó a las inmediaciones de Numancia, evitando encuentros con tropas peninsulares que pudieran entorpecer su misión. Y se
Roma encargó la destrucción de Numancia a Publio Cornelio Escipión Emiliano, El Africano
Menor, que formó un ejército de 4.000 voluntarios
posicionó frente a la ciudad en octubre del 134 antes de Cristo.
Su estrategia no fue atacar a la ciudad de Numancia. En su lugar decidió ponerle un duro cerco, para que los numantinos no pudieran recibir ni víveres ni refuerzos, lo que les llevaría a la rendición por la falta de recursos. Para empezar, atacó los lugares de los alrededores donde los numantinos se aprovisionaban, recogió lo que consideró necesario para la manutención de su gente, quemó el resto y arrasó los campos de cultivo.
Organizó siete reductos o campamentos alrededor de la ciudad: Castillejo, Travesedas, Valdevorr , Peña Redonda, Rasa, Dehesilla y Alto Real, y dos castillos ribereños: Molino de Garrejo y Vega de Garray, para cerrar el cauce del Duero.
Construyó fosos, terraplenes, empalizadas, un grueso muro de unos nueve kilómetros rodeando Numancia con unas 300 torres, y unió los siete campamentos, que cerraron totalmente los accesos de aprovisionamiento y apoyo a la ciudad.
Utilizó un buen sistema de señales que permitía comunicar alarmas, transmitir órdenes y mover soldados con rapidez. Dotó a las torres con ballestas, catapultas y otras máquinas de guerra, organizó guardias, y dispuso ballesteros y honderos por todo el perímetro. Y como el Duero era un punto por donde los sitiados podían recibir refuerzos y víveres, en sus orillas construyó los dos castillos de Molino y Vega, con estructuras de vigas, chuzos y lanzas para cerrar el lecho del río.
Escipión llegó a contar con más de 60.000 soldados, entre romanos, peninsulares y de otros países, además de 12 elefantes para ser utilizados como torres móviles. Para el asedio dividió a sus fuerzas en tres grupos: uno de
Decidió ponerle un duro cerco, para que los numantinos no pudieran recibir ni víveres ni refuerzos
Los numantinos incendiaron la ciudad y en su mayor parte pusieron fin a sus vidas antes de entregarse a los sitiadores
30.000 hombres para proteger el cerco alrededor de Numancia; otro de 20.000 para efectuar salidas y contraataques; y el tercero de 10.000 como reserva.
EL ASEDIO Los numantinos –unos 4.000 soldados y otros 4.000 allegados leales– soportaron el fuerte asedio con valentía. En algún momento parlamentaron con Escipión, que exigió su rendición sin condiciones, por lo que siguieron aguantando. Con el tiempo, y por la falta de víveres, llegaron al canibalismo. Hasta que después de varios meses de sitio, en el verano del año 133 antes de Cristo, a la vista de su desesperada situación por el hambre, las enfermedades y la falta de todo lo necesario para sobrevivir y continuar la lucha, decidieron finalizar el sitio. Incendiaron la ciudad y en su mayor parte pusieron fin a sus vidas antes de entregarse a los sitiadores. Solo unos pocos supervivientes fueron mostrados como trofeos y vendidos como esclavos. De este momento, Apiano de Alejandría dejó escrito lo siguiente en su obra Las guerras ibéricas:
“Al principio muchos se mataron con diversos géneros de muerte, según su gusto; los demás al tercer día salieron al sitio señalado, que fue un espectáculo terrible y atroz de todos modos. Tenían los cuerpos inmundos, cubiertos con los cabellos, costras y lacería que despedían hedor: los vestidos que les cubrían, derrotados y no menos pestíferos. No obstante ser este un espectáculo digno de compasión a los romanos, con todo les causaba espanto su vista, porque veían aun en ellos pintada la rabia, el dolor, el trabajo y el remordimiento de haberse comido unos a otros”.
Finalizada la campaña, Escipión regresó a Roma, donde desfiló con medio centenar de numantinos cautivos para celebrar su victoria contra aquella ciudad, que había sido una pesadilla para el imperio.