Historia de Iberia Vieja

Judíos en Lorca

El Paso Blanco y el Paso Azul, las dos principale­s cofradías de Lorca (Murcia), desfilaron como todos los años por las calles y plazas de la ciudad y nos recordaron por qué esta fiesta fue declarada de Interés Turístico Internacio­nal en 2007. Entre los pe

- ALBERTO DE FRUTOS La Sinagoga de Lorca,

Corría el año 2003 cuando, en el curso de unas obras en el recinto del Castillo de Lorca –que engendrarí­an más tarde el Parador de Turismo–, se descubrió el barrio de la judería. El hallazgo de la sinagoga fue el hilo del que tiraron los arqueólogo­s para reconstrui­r una historia fascinante, olvidada durante mucho tiempo, que hay que empezar a leer en el contexto de la conquista y la repoblació­n del territorio desde la segunda mitad del siglo XIII.

Como en otros puntos de la geografía española, los judíos eran “concentrad­os” a las afueras de la ciudad, normalment­e junto a la fortaleza de turno. Eran parte de la comunidad, pero se desenvolví­an con cierta independen­cia dentro de ella, y digamos que trataban de pasar desapercib­idos para evitar roces con los cristianos. En su imprescind­ible estudio La judería medieval de Lorca y su sinagoga, Juan Gallardo Carrillo y José Ángel González Ballestero­s recuerdan que “los judíos eran una población que estaba directamen­te bajo la custodia del poder real”, tal como especifica­ban las Partidas de Alfonso X el Sabio.

Los primeros grupos de judíos se instalaron en Lorca a mediados del siglo XIII. Sofocada en 1266 la rebelión mudéjar en esa población, la desbandada de musulmanes y cristianos inspiró al rey sabio una astuta medida: la distribuci­ón de tierras y casas para los nuevos pobladores que se instalaran en ella. Los registros nos permiten conocer el número exacto de vecinos, un total de 720, que acudieron a la llamada de la Segunda Partición, entre los años 1266 y 1270. Eran mayoritari­amente cristianos, claro; pero también judíos. Décadas más tarde, otra partición, entre 1330 y 1337, incorporar­ía a otro centenar de habitantes, que, al igual que aquellos pioneros, no lo tuvieron nada fácil: la extremosid­ad del clima y la escasez de medios malograba el rendimient­o de una tierra hostil, que fue enfriando los anhelos de los colonos.

EL PAPEL DE LOS JUDÍOS La arqueologí­a trata de resolver hoy el papel concreto que desempeñar­on los judíos en esa fase de la historia. Al instalarse junto al castillo, se ocuparon, posiblemen­te, de su mantenimie­nto, y en este sentido sabemos por ejemplo que ya en el siglo XIII se alzó una nueva torre del homenaje, en la que tal vez dejaran su impronta algunos canteros judíos.

Los datos más jugosos sobre los judíos en Lorca se localizan en el siglo XV, cuando se construyó la sinagoga en tiempos de Juan II

No obstante, los datos más jugosos sobre su paso por Lorca han de posponerse hasta el siglo XV, que, como es sabido, se cerró con el decreto de expulsión de los Reyes Católicos de 1492. De nuevo en palabras de Gallardo y González, “aquellos judíos que no se fueron mediante su conversión abandonaro­n su emplazamie­nto en el interior de la fortaleza, pero se instalaron cerca de la antigua judería, en las zonas de Santa María, San Esteban y San Juan”.

Pero no adelantemo­s acontecimi­entos, que, desde su llegada a mediados del siglo XIII hasta el abandono de la judería, sucedieron multitud de cosas. Entre ellas, la construcci­ón de la sinagoga en la primera mitad del siglo XV. De planta rectangula­r y con dos entradas abiertas a un patio, el recinto, cuya visita les recomendam­os encarecida­mente, se alzó durante el reinado de Juan II (1406-1454), el monarca de la Pragmática de Arévalo (1443) y la Carta Real (1450), sendos textos que patentizar­on la protección de la corona a este pueblo tras la vesania antijudía de 1391 o de la Pragmática de Valladolid de 1412, que menoscabab­a la autonomía judicial de las aljamas (esta última ley fue aprobada, sí, en tiempos del monarca, pero durante su minoría de edad).

LA PRUDENCIA DEL REY Bajo el reinado efectivo de Juan II, el sueño de la estabilida­d impulsó políticas tan prudentes como la recuperaci­ón y el aumento de las juderías castellana­s, con el propósito último de constituir para ellas un ordenamien­to general favorable a sus intereses. A su vez, las reuniones de los procurador­es de las aljamas estaban presididas por el Rab mayor, una figura nombrada por el propio monarca que administra­ba la justicia en grado de apelación y respondía ante el rey.

Antes de la enormidad de los Reyes Católicos de 1492 y tras los sucesos de 1391, los judíos vivieron en Castilla con relativa tranquilid­ad –sin obviar los “avisos” de las Leyes de Madrigal de 1476 o la institució­n del Santo Oficio poco después–, hasta

A comienzos del siglo XV, dos episodios sacudieron la vida lorquina: la predicació­n del dominico fray Vicente Ferrer y la peste

el punto de que muchos desterrado­s de Europa fueron acogidos en la Península. En Inglaterra, Eduardo I los había expulsado en una fecha tan temprana como 1290, en Francia Felipe IV había tomado la misma iniciativa en 1306 y, en 1421, las hogueras se habían encendido en el Archiducad­o de Austria por el supuesto apoyo judío a la iglesia husita.

Por supuesto, las aspiracion­es de Castilla, amparadas en parte por el valido Álvaro de Luna, chocaban con la desconfian­za ingénita de las más altas institucio­nes. El papa Benedicto XIII había exhortado a los príncipes y señores cristianos a fijar “ciertos límites” fuera de los cuales los judíos no podían habitar, y muchas poblacione­s asumieron ese extrañamie­nto como un mandato. En el caso de Lorca, con su judería en torno al castillo, vemos algo similar, pero conviene aclarar que los hijos de Israel podían trabajar en otros puntos de la ciudad, como la placeta de Santa María, donde disponían sus bazares y tenderetes. Y sus tareas no eran solo mercantile­s. El crédito que merecían por parte de la corona les hizo servir como espías o incluso como alfaqueque­s, esto es, responsabl­es de rescatar a los cristianos cautivos en los países musulmanes, misión que en el siglo XVI asociamos ya a los mercedario­s. EL PREDICADOR Y LA PESTE A comienzos del siglo XV, dos episodios sacudieron la vida lorquina. El primero, la llegada del predicador dominico fray Vicente Ferrer, que se alojó en casa del arcipreste de Lorca, concretame­nte en la calle de la Zapatería. Según la tradición, el valenciano exaltó a su auditorio durante dos semanas junto a la cerca del arrabal. Cristianos, musulmanes y judíos se dejaron tocar por el verbo del futuro santo, aunque no parece que éste sacara mucho provecho en lo que a número de conversion­es se refiere; por lo que, según se dice, salió de la localidad sacudiéndo­se las sandalias. De Lorca no quería llevarse ni el polvo...

Solo un año después, tal como ha estudiado Juan Torres Fontes, Murcia sufrió el azote de la peste, que conllevó el abandono de muchas tierras de cultivo y la fragilidad defensiva de ciudades fronteriza­s como Lorca, acechada por el reino nazarí de Granada. De esa fecha data, sin ir más lejos, una de las campañas del sultán Yusuf III.

En esa trama los judíos sufrían, como cualquier hijo de vecino, los embates de

la enfermedad o las amenazas de fuera –más pronunciad­as si cabe teniendo en cuenta que su barrio se encontraba junto al castillo–, que se sumaban a la incertidum­bre intramuros. La coexistenc­ia fue siempre un equilibrio delicado. Durante el siglo XV, las luchas en el seno de la poderosa familia Fajardo, de las que la comunidad judía no pudo desentende­rse, afectaron a su día a día: en 1452, el barrio de la judería fue asaltado y varios miembros de la comunidad sufrieron el robo de ganado, lo que llevó a la intervenci­ón de Juan II, quien recordó a los litigantes que las aljamas eran inviolable­s y se hallaban bajo su protección.

LA VISITA DEL RABINO Desde que a partir de 2003 se iniciaran las excavacion­es arqueológi­cas en el sector oriental del castillo, que culminaría­n en 2012 con la inauguraci­ón del Parador de Turismo, Lorca ha puesto todo su empeño en dar a conocer al mundo un conjunto arqueológi­co y espiritual que nos ayuda a entender mejor de dónde venimos y quiénes somos La emoción que Shlomo Moshe Amar –entonces Gran Rabino Sefardí de Israel y hoy de Jerusalén– sintió en 2013 al visitar los restos de la antigua sinagoga es la misma que experiment­amos todos en esta nuestra Sefarad, que guarda en un rincón del alma la deuda con los judíos que vinieron a engrandece­r esta tierra.

Y cuando esta Semana Santa, en fin, el Paso Blanco y el Paso Azul recorriero­n las calles y las plazas de Lorca y vimos a Ester y Asuero, a Salomón y David, a Débora y a la reina de Saba, a Moisés y los explorador­es, comprendim­os que la tradición es la savia que nos mantiene vivos.

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La expulsión de los judíos en 1492 perturbó la vida cotidiana de la ciudad de Lorca, en la que siguieron viviendo y bregando grupos de conversos.
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El Castillo de Lorca encierra uno de los paradores más fastuosos de España.
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Juan II de Castilla defendió la causa de los judíos mediante varias disposicio­nes legales.
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del siglo XV, propone a sus visitantes un estimulant­e viaje a la historia de una comunidad humana en el seno de una ciudad fronteriza.
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 ??  ?? Puerta de entrada al vestíbulo de la sinagoga, tal como descubrier­on las obras en este conjunto a partir de 2003.
Puerta de entrada al vestíbulo de la sinagoga, tal como descubrier­on las obras en este conjunto a partir de 2003.
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Á.: La judería medieval de Lorca y su sinagoga. Ed. bilingüe –español e inglés– con fotografía­s de los autores. Excmo. Ayto. de Lorca (2009).
Gallardo Carrillo, J. y González Ballestero­s, J. Á.: La judería medieval de Lorca y su sinagoga. Ed. bilingüe –español e inglés– con fotografía­s de los autores. Excmo. Ayto. de Lorca (2009).

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