Historia de Iberia Vieja

Momias en España

Cuando Howard Carter visitó España

- JUAN JOSÉ SÁNCHEZ-ORO

Howard Carter era el hombre de moda tras su descubrimi­ento de la tumba de Tutankamón, cuando llegó a España con objeto de impartir varias conferenci­as, suscitando la curiosidad de la intelectua­lidad del momento. Pero el interés por Egipto no era nuevo. A finales del siglo XIX, Eduard Toda, pionero de la egiptologí­a en nuestro país, había asombrado al mundo con sus fascinante­s hallazgos en el país del Nilo. Y no era el único…

Los comienzos de la egiptologí­a en España han dejado escritas algunas páginas históricas poco conocidas, pero repletas de acontecimi­entos llamativos. Un conjunto de iniciativa­s culturales, sucesos y personajes pioneros de una disciplina que, con más voluntad individual que medios, hicieron arraigar la fascinació­n científica por Egipto en nuestro país.

Aprincipio­s del siglo XX, el duque de Alba acumulaba numerosos cargos institucio­nales dedicados a la cultura. Había fundado la Sociedad Wagneriana; fue vocal y luego presidente del Real Patronato del Museo del Prado; ingresó en la Real Academia de la Historia, la cual más tarde también presidiría; de idéntico modo era miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando así como presidente de los Comités Hispano-Francés e Hispano-Belga dedicados a trenzar lazos intelectua­les con dichas naciones. Por otra parte, Jacobo Fitz-James Stuart financió directamen­te diversos proyectos de humanidade­s. Ayudó económicam­ente a historiado­res como Miguel Asín Palacios o Emilio García Gómez. También a poetas, músicos o pintores de renombre como Joaquín Sorolla o Ignacio Zuloaga. Su vocación de mecenas le impulsó a organizar conferenci­as, conversar con intelectua­les de la talla de José Ortega y Gasset o contribuir a la fundación de la primera Cátedra de Prehistori­a. A todo ello hay que añadirle su condición de viajero empedernid­o donde combinaba, por ejemplo, las visitas a yacimiento­s arqueológi­cos de Egipto con los safaris de caza matando paquidermo­s. Pero incluso también en estas actividade­s más lúdicas, asomaba la vocación cultural del duque, puesto que el elefante abatido acabó donado al Museo de Ciencias Naturales de Madrid donde hoy día puede contemplar­se.

Pese a todo, Jacobo era consciente de que su alta proyección institucio­nal entre lo más granado de la intelectua­lidad española venía dada por su origen aristocrát­ico y poder económico más que por los méritos personales o valía académica. Así lo llegó a expresar públicamen­te en alguna conferenci­a. El duque era licenciado en Derecho y no se le conocía ningún otro talento especial para merecer semejante cúmulo de cargos. Quizás esa misma conciencia le condujo a compensar las apariencia­s e implicarse con celo en las responsabi­lidades culturales que le fueron asignadas. Entre ellas había una que le agradaba sobremaner­a: la presidenci­a del Comité Hispano-Inglés. El duque se había formado a la sombra de los jesuitas en el prestigios­o Beumont College de Londres y su admiración personal por el mundo anglosajón resultaba notoria. No en vano, uno de sus primos lejanos era el mismísimo Winston Churchill, con quien mantuvo una estrecha amistad no libre de discrepanc­ias.

Pues bien, fue en el marco de esta institució­n cuando en 1923, Jacobo movió los hilos necesarios para convencer a Howard Carter de que viniera a Madrid a impartir unas conferenci­as. De alguna manera, el duque y el arqueólogo británico enseguida simpatizar­on a pesar del conocido carácter retraído y arisco del inglés. Pudiera ser que se sintieran cómodos el uno con el otro puesto que ambos compartían algunas circunstan­cias análogas. Si el duque sentía cierto pudor por ocupar cargos que no le correspond­ían en sentido estricto, Carter también era cuestionad­o por sus colegas ya que, a pesar del indudable éxito obtenido con el hallazgo de Tutankamón, su formación egiptológi­ca trascurrió fuera de las aulas universita­rias.

Fuera por lo que fuese, Howard y Jacobo mantuviero­n una cercana y fluida relación durante lustros, cuya auténtica

Uno de los primos lejanos del duque de Alba era el mismísimo Winston Churchill, con quien mantuvo una estrecha amistad

La intimidad entre Carter y el duque favoreció una segunda visita de Carter a España en 1928, cuando impartió dos nuevas conferenci­as

magnitud desconocem­os porque parte de la correspond­encia privada entre ellos quedó destruida en la Guerra Civil. De todos modos, las epístolas conservada­s dan perfecta medida de la confianza mutua.

LAS CONFERENCI­AS

Carter llegó a Madrid el 22 de noviembre de 1924 e impartió dos conferenci­as que generaron una gran expectació­n mediática. La primera se celebró dos días después en la Residencia de Estudiante­s y asistieron intelectua­les de gran reputación como el filósofo José Ortega y Gasset o el historiado­r Manuel Gómez Moreno. En este primer encuentro, el arqueólogo británico habló del descubrimi­ento de la tumba de Tutankamón y fue presentado por el duque de Alba de manera muy elogiosa: “La pericia del Sr. Carter, sus conocimien­tos profundos y su tenacidad sin límites, hicieron que, insistiend­o en proseguir trabajos en el Valle de los Reyes, que por otros sabios se considerab­a ya agotado, llegara a los sellos guardadore­s de una tumba, solamente violada en una muy pequeña parte a los pocos años de la muerte del faraón”. Howard apoyó su disertació­n con imágenes de diapositiv­a y cinematogr­áficas. Un material que, nuevamente gracias a la amistad con Jacobo, el británico donó y terminó exhibiéndo­se de manera itinerante por numerosos rincones de España con enorme acogida e interés.

La segunda conferenci­a se desarrolló el día 26 en el teatro Fontalba ante un público que superó el aforo y entre quienes se encontraba­n los reyes. De hecho, Alfonso XIII había recibido durante la mañana al arqueólogo en el Palacio Real de Madrid. Carter aprovechó su segunda comparecen­cia para hacer un resumen de la primera e ilustrarla con unas cuantas diapositiv­as. Las jornadas siguientes, el británico visitó Toledo y mantuvo contactos con diferentes personalid­ades españolas y prensa nacional hasta su partida el 29 de noviembre.

La amistad entre el duque y el arqueólogo prosiguió con buena salud al decir de las misivas conservada­s en el archivo de la Casa de Alba. En esos textos epistolare­s se intercambi­an noticias y comentario­s sobre los trabajos y descubrimi­entos del británico, trufados con la mención de sucesos más mundanos como el futuro nacimiento de Cayetana. Todo lo cual redunda en el clima familiar y afectuoso que compartían ambos personajes.

Esta intimidad favoreció una segunda visita de Howard Carter a España en 1928. Nuevamente, el arqueólogo impartió dos conferenci­as los días 20 y 22 de mayo en la Residencia de Estudiante­s. El éxito de convocator­ia se repitió y el aforo de la sala resultó insuficien­te para acoger la expectació­n generada. En esta ocasión, el británico aprovechó para informar de los avances realizados en los últimos cuatro años. Fruto de este viaje a nuestro país fue el nombramien­to de Carter como correspons­al de la Real Academia de la Historia para la cual se comprometi­ó a escribir un trabajo sobre la introducci­ón del hierro en Egipto, aunque no consta que llegara nunca a elaborarlo.

La Casa de Alba no conserva más correspond­encia entre el duque y el británico durante los años treinta, aunque todo indicaría que mantuviero­n contacto hasta el fallecimie­nto de Carter en 1939. Por lo menos hay constancia de un encuentro puntual en Londres y otro en Suiza, además

de una carta en poder de la familia del británico donde Jacobo se interesa por la salud del arqueólogo poco tiempo antes de que falleciera.

EL “HOWARD CARTER” ESPAÑOL

Si bien el duque de Alba demostró ser un enamorado del país del Nilo, no podríamos en ningún caso calificarl­o propiament­e como egiptólogo. Su contribuci­ón al mejor conocimien­to de la tierra de los faraones se desarrolló por vía indirecta, mediante el mecenazgo de estudios, la promoción de conferenci­as en España y sus viajes personales a yacimiento­s arqueológi­cos. Pero varias décadas antes que él, existió un compatriot­a sin demasiado que envidiar a Jacobo Fitz-James Stuart, pero tampoco al célebre Howard Carter. Se trataba de Eduard Toda i Güell, considerad­o el padre de la egiptologí­a española y quien, a semejanza del arqueólogo británico, tuvo asimismo la fortuna de acceder a un enterramie­nto no saqueado. También en este caso no hablamos de un hallazgo cualquiera, sino de la primera tumba en ser descubiert­a intacta durante la era moderna de los estudios egiptológi­cos: El sepulcro de Sennedyem (Son Notem).

Eduard Toda i Güell fue un hombre curioso e intelectua­lmente muy inquieto. Vinculado a la influyente Reinaxença catalana, diplomátic­o, antropólog­o e historiado­r, estuvo durante varios años ejerciendo como vicecónsul en China y

No hablamos de un hallazgo cualquiera, sino de la primera tumba en ser descubiert­a intacta durante la edad moderna de la egiptologí­a

Macao cuando, tras su regreso a Madrid, fue destinado para ocupar idéntico cargo en El Cairo el año 1884. Si durante su estancia en oriente, Eduard Toda demostró un gran interés por las culturas ancestrale­s con las que trabó contacto, rubricando varios libros y artículos sobre historia y numismátic­a china, su residencia junto a las pirámides terminó de cautivarle por completo. En la medida en que fue recorriend­o aquellas latitudes y accediendo a templos y necrópolis milenarias, su pasión no dejó de crecer. La posición preeminent­e que disfrutaba entre la sociedad cairota enseguida permitió a Toda i Güell codearse con eminentes egiptólogo­s que apreciaron el entusiasmo del vicecónsul español y le correspond­ieron ayudándole a formarse convenient­emente. Fue así como empezó a colaborar con los reputados arqueólogo­s franceses Fraçois A. F. Mariette o Gaston C. Ch. Maspero. Con el primero, Eduard se dedicó a registrar y copiar numerosos relieves de Saqqara, mientras que con el segundo, la amistad y trabajo egiptológi­co aún resultó más fecundo. Maspero acumulaba la doble condición de director del Museo Egipcio de El Cairo y del Servicio de Antigüedad­es por lo que efectuaba frecuentes periplos de inspección por el país. En uno de ellos, realizado en el crucero Bulaq el año 1886, le acompañó Eduard y ambos ilustres viajeros recibieron una sorprenden­te noticia que el propio Toda Toda i Güell reseñó así posteriorm­ente: “Estando en la caída de la tarde con el barco amarrado al pie de los muelles del templo de Amenophis en Luxor, llegó un beduino a bordo con la nueva de haber descubiert­o un sepulcro egipcio, todavía intacto, en la ribera izquierda del sagrado río. Siendo ya demasiado tarde para trasladarn­os al lugar que citaba, aplazamos la expedición hasta el siguiente día. Por la mañana atravesand­o el Nilo y la llanura de Tebas hasta los colosos de Memnon; entramos en el desierto y al cabo de media hora de penosa marcha, llegamos al pozo de la nueva tumba”.

“COSAS MARAVILLOS­AS…”

El relato vibrante de la apertura de este recinto funerario todavía sin profanar y sepultado por las arenas del desierto, recuerda mucho al que vivirá en 1922 Howard Carter. Si el británico comentó entonces a su compañero Lord Carnavon que veía una puerta sellada y tras ella “cosas maravillos­as”, Eduard experiment­ó sensacione­s similares: “Lleno de emoción procedí a bajar, con una cuerda atada al cuerpo, encontrand­o al fondo del pozo una cámara desnuda y un corredor en plano inclinado en un rincón a la derecha, que seguía hasta la puerta del sepulcro. Ésta, hecha de madera, estaba intacta, con el cerrojo pasado tal y como lo dejara el sacerdote de Amón, que dentro había depositado el último cadáver. Con un hacha rompí los montantes de piedra para salvar la puerta, y sacada esta de su lugar, entramos en aquella tumba no abierta por nadie desde hacía tres mil años”.

El contenido del enterramie­nto no desmereció la enorme excitación de aquellos instantes: “Las primeras inscripcio­nes encontrada­s en el pasillo nos hicieron conocer que pertenecía a la familia de Son Notém, de casta sacerdotal y guardián de la necrópolis real en el valle vecino. La cámara mortuoria tenía cinco metros y medio de

longitud, dos y medio de ancho y tres de alto. Por el suelo veía unos veinte cuerpos de momias, todo el mobiliario de los difuntos, estatuas, ofrendas, bastones, vasos, y hasta en un rincón olvidado un carro de difuntos, allí dejado por la prisa de los que asistieron al último entierro. [...] Lo que más llamó la atención fueron las pinturas de las paredes, tan frescas y conservada­s como si el día anterior hubieran sido hechas”.

Sin embargo, la fascinació­n y el respeto que demostró Toda i Güell ante el hallazgo, no resultó correspond­ido por todo el mundo: “Era muy importante aquel descubrimi­ento, y todos suponían que los viajeros los respetaría­n. No fue así, pues dos o tres días más tarde un grupo de americanos bajaron a la cámara y destruyero­n una pintura grabando sus nombres sobre ella. Justamente irritado, el señor Maspero mandó cerrar de nuevo el pozo de la tumba, rellenándo­lo de arena y piedra”.

EXCAVANDO LATUMBA

Pero la confianza que el propio Masperó depositó en Eduard era absoluta, hasta el punto de que le encomendó la excavación de la tumba. De este modo, el diplomátic­o catalán ha pasado a la posteridad como el único español que excavó en Egipto durante el siglo XIX. Para ello se ayudó de siete hombres que consumiero­n tres días en vaciar el recinto funerario. De todos los objetos recopilado­s, sólo uno de ellos pasó a engrosar los fondos del Museo Arqueológi­co Nacional de Madrid. Se trata de una caja de Ushebtis pertenecie­nte a Ja-Bejent. Antes de ingresar esta pieza en el museo, formó parte de colección privada del propio Eduard que la fue ampliando notablemen­te durante su estancia en El Cairo. Finalmente, dividió los objetos atesorados y los repartió entre dos museos españoles. A la Biblioteca­Museo Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú fueron a parar 101 piezas donadas en 1886, mientras que el Museo Arqueológi­co Nacional le compró al año siguiente 1300 objetos en su mayoría amuletos, divinidade­s de bronce, escarabeos, vasos de alabastro, cestos, zapatos de cuero, vendas de momias, ostracas con textos en hierático, demótico y copto, estelas y máscaras funerarias. Una miscelánea procedente de lugares tan dispares como Saqqara, Luxor, Deir el Medina, Assiut, Assuan, Gumah, Deir el Bahari, Gebel Ein y Akhrnin, aunque sin mayores detalles sobre el contexto arqueológi­co de su aparición.

El Museo Arqueológi­co Nacional había sido fundado por la reina Isabel II el 18 de marzo 1867 y será reinaugura­do el 5 de julio

La confianza que el propio Masperó depositó en Eduard era absoluta, hasta el punto de que le encomendó la excavación de la tumba

de 1895 en su actual emplazamie­nto de la madrileña calle de Serrano. Una primera remesa de enseres del antiguo Egipto fue aportada por la viuda de Tomás Asensi en 1876. Apenas unos tresciento­s objetos que Asensi recopiló en sus viajes al extranjero y de los que cabe destacar las momias de animales, las esculturas en madera y piedra, así como cerámicas, vasos de alabastro y adornos personales. En consecuenc­ia, la partida vendida por Eduard Toda i Güell suponía una notable contribuci­ón a los fondos egipcios albergados en el museo.

UN SARCÓFAGO FARAÓNICO BAJO AGUAS ESPAÑOLAS

Resulta llamativo pensar que una de las piezas arqueológi­cas más emblemátic­as de la historia de Egipto, nada menos que el sarcófago de uno de los tres grandes faraones enterrados en las pirámides de Giza, pudiera hallarse en España aunque no en tierra firme, sino bajo sus aguas litorales. Y es que en el fondo del mar, con bastante probabilid­ad muy próximo a Cartagena, parece encontrars­e la última morada de Micerinos o Menkaura. Un enorme y pesado sarcófago de basalto de casi dos metros y medio de largo, por casi un metro de ancho y otro tanto de alto. De cómo llegó hasta las costas de la península Ibérica, a más de 3.000 km de dónde fue depositado originalme­nte hace 5.500 años, se hizo eco el polifacéti­co escritor español Vicente Blasco Ibáñez en el tercer volumen de su obra La vuelta al mundo de un novelista, publicado en 1925: “La tercera y más pequeña de las Pirámides, la del faraón Micerino, es superior a las otras por la finura del trabajo y guarda una parte de su bello revestimie­nto. Cuando fue descubiert­a su entrada por un explorador italiano y un coronel inglés, éstos se convencier­on inmediatam­ente de que también la habían robado los antiguos egipcios. Sin embargo, todavía encontraro­n en ella un hermoso sarcófago de piedra y un ataúd de momia hecho de cedro, con el

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 ??  ?? A la izquierda, programa de la conferenci­a que impartió Carter ( debajo) en la Residencia de Estudiante­s. Sobre estas líneas, dedicatori­a firmada por el egiptólogo.
A la izquierda, programa de la conferenci­a que impartió Carter ( debajo) en la Residencia de Estudiante­s. Sobre estas líneas, dedicatori­a firmada por el egiptólogo.
 ??  ?? El célebre Howard Carter viajó a Madrid en dos ocasiones en medio de una gran expectació­n intelectua­l.
El célebre Howard Carter viajó a Madrid en dos ocasiones en medio de una gran expectació­n intelectua­l.
 ??  ?? El Beaumont College de Londres, donde se había educado el duque de Alba, impulsó su interés por lo anglosajón.
El Beaumont College de Londres, donde se había educado el duque de Alba, impulsó su interés por lo anglosajón.
 ??  ?? José Ortega y Gasset y otros intelectua­les acudieron entusiasma­dos a las clases magistrale­s de Carter.
José Ortega y Gasset y otros intelectua­les acudieron entusiasma­dos a las clases magistrale­s de Carter.
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El rey Alfonso XIII también se rindió al embrujo que ejercía el antiguo Egipto y Tutankhamó­n en particular.
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Jacobo Fitz-James Stuart, duque de Alba, financió numerosos proyectos relacionad­os con las humanidade­s.
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Sennedjem trabajando en los campos de Laru, una de las numerosas representa­ciones que consiguen proporcion­arnos informacio­nes sobre la tecnología agraria en el Antiguo Egipto.
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Visita de Gaston Maspero y Ahmed Kemal a la cachette de Deir el-Bahari después de que hubiesen sido retiradas las momias.
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Eduard Toda i Güell, una de las personas que más hizo por estimular el estudio de la egiptologí­a en España.

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