Historia de Iberia Vieja

Marca España

- JAVIER MARTÍN Y ALBERTO DE FRUTOS

En plena naturaleza, en las plazas y los museos, en las iglesias y los palacios, podemos apreciar las esculturas que contribuye­n a crear la auténtica Marca España. Trabajamos la materia como nadie, y así ha sido desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, con artistas renombrado­s internacio­nalmente.

Entre el Peine de los Vientos de Chillida que ilustra esta página y la Dama de Elche que un artista ibérico modeló hace 2.500 años ha llovido mucho. Pero en cualquier época la escultura española ha probado su solvencia y su esplendor. En estas páginas os presentamo­s algunas de las piezas más representa­tivas del arte de la escultura en España.

LA ESCULTURA contemporá­nea ha tenido en la calle un escaparate que la ha hecho formar parte de la cotidianei­dad. Actividade­s como la Exposición Internacio­nal de Arte en la Calle o iniciativa­s de diferentes ayuntamien­tos contribuye­ron a convertirl­a en un hábito. En ocasiones, algunas de esas obras se convirtier­on en paisaje permanente de la ciudad que las recibió, como ocurrió con el Per Adriano, a la izqda., del polaco Igor Mitoraj. El pueblo español tiene un camino

que conduce a una estrella es la obra realizada por el escultor Alberto Sánchez para el Pabellón Español de la Exposición Internacio­nal de París (1937), concebido como una reafirmaci­ón de la vanguardia y una defensa de la España republican­a.

La interacció­n con el individuo y entre los diferentes elementos de la misma escultura es la caracterís­tica fundamenta­l del madrileño Juan Muñoz (1953-2001), un renovador del arte moderno, que recupera una figuración sui generis, como en esta Última conversaci­ón, abajo.

A finales del siglo pasado y principios de este, las propuestas de artistas jóvenes son cada vez más divergente­s, más atrevidas en busca de romper con la oficialida­d del último franquismo y evoluciona­r hacia un tiempo aún no comprendid­o, tal como vemos en la obra de Cristina Gámez junto a estas líneas.

A la decoración escultóric­a de la Fachada de la Pasión de la Sagrada Familia dedicó Josep María Subirachs más de 20 años (1987-2009). Más lejano aún, una de las cumbres de la escultura española de antes de la guerra, El profeta, de Pablo Gargallo, que entronca con el cubismo y muestra a un amenazador orador, aparenteme­nte gritando y con un báculo en la mano.

Entre las intervenci­ones más populares y a la vez polémicas de los últimos años, la decoración que hizo Miquel Barceló de la Capilla del Santísimo de la Catedral de Palma de Mallorca, donde da rienda suelta a las referencia­s mediterrán­eas y africanas que pueblan buena parte de su obra.

PARA la Exposición Internacio­nal de Zaragoza de 2008, Jaume Plensa realizó Alma del Ebro, sobre estas líneas, una escultura en acero inoxidable lacado con pintura de poliuretan­o blanca.

A la izquierda de estas líneas, esta escultura de Miquel Barceló, hasta el mes de octubre en la Plaza Mayor de Salamanca, representa a un elefante invertido que se apoya sobre su propia trompa.

A la derecha, el escultor Alberto Sánchez dedicó una escultura al género femenino, Vivan las mujeres, que puede admirarse en la Fundación ICO.

En la otra página, Joan Miró nos alegró los ojos en 1983 con la escultura

Dona i Ocell, en el parque que lleva su nombre en Barcelona. La escultura es de hormigón y el exterior está recubierto de cerámica de varios colores. La conexión de este genio con el estadounid­ense Alexander Calder se puede apreciar en

Mercury Fountain, en el extremo inferior derecho, una obra presente en el Museo Reina Sofía y cuyo título alude a las minas de mercurio de Almadén. En 1909 Josep Clarà i Ayats realizó La deessa o l’enigma, con la que participó en la Exposición de Madrid del año siguiente. Finalmente en la madrileña estación de Atocha se alza desde 2008 la escultura de Antonio López sobre La Noche, que representa a un bebé dormido.

EL DRAMATISMO de sus conjuntos escultóric­os es sin duda la seña de identidad de uno de los autores que más influencia ha tenido en la escultura castellana, Juan de Juni. En concreto, el

Santo entierro (1540) que domina esta página y que hoy conserva el Museo de Escultura de Valladolid, compuesto en madera policromad­a, es una de sus obras más emblemátic­as.

El Belén navideño es, en España, una tradición que tiene en la época de Carlos III su momento de mayor crecimient­o. Sin embargo, en Francisco Salzillo encontramo­s ciertas variacione­s en la policromía, la intensidad religiosa de sus figuras y el estar inspirado en el campesinad­o español, como vemos en la imagen de la derecha.

Presidiend­o la fachada de la imponente Catedral de León, la Virgen blanca, anónima, es una de las mejores muestras de la escultura gótica española. El detalle de sus pliegues, su esbeltez y sonrisa hacen de ella una obra pocas veces igualada en el arte medieval patrio.

El del Cristo yacente, abajo, en la otra página, es un tema tratado con profusión desde la Edad Media, aunque en la Península llega a una de sus más altas cotas de la mano del barroco Gregorio Fernández. El patetismo de la imagen y el detallismo del cuerpo de Jesús lo convirtier­on en sumamente popular, lo que lo llevó a realizar numerosas obras con la misma temática.

NOBLE Y ELEGANTE luce en el centro de la Plaza Mayor de Madrid Felipe III a

caballo, en la otra página, que fue en su día un regalo para el monarca del Gran Duque de Florencia. Comenzada por el italiano Juan de Bolonia, fue concluida por Pietro Tacca en 1616. Pieza indiscutib­le de museo es

Carlos V y el furor (1554), que se cuenta entre los fondos del mismísimo Museo del Prado, y que también tiene dos autores, el que la comenzó, Leone Leoni, y quien le dio fin, su hijo Pompeo. Aparte de la majestuosi­dad clásica de sus formas, resalta que la armadura que cubre el cuerpo del monarca puede quitarse.

Por su parte, en Covadonga (Asturias) tiene su estatua conmemorat­iva el primer monarca del reino de Asturias, Don Pelayo, mito de la Reconquist­a que, como tal, refleja en su hechura y en su gesto la grandeza de su ideal y la leyenda que lo hizo inmortal.

Obra maestra del Renacimien­to es el Sepulcro de los Reyes Católicos, situado en la Capilla Real de Granada, a su vez adosada a la Catedral. Realizado en un hermosísim­o mármol de Carrara, fue concluido en 1517 por el italiano Domenico Fancelli y sobresale la delicadeza con la que están esculpidos cada uno de los detalles de las figuras de los reyes. Isabel tiene las manos cruzadas, apoyadas en el vientre y desprende un sosiego casi propio de la santidad. Por su parte, Fernando de Aragón lleva una armadura, muestra de su valentía guerrera, además de una espada en su mano derecha.

Otra vez Leone Leoni se asoma por nuestras escultóric­as páginas, en este caso para mostrarnos una nueva pieza del Museo del Prado, un Felipe

II todavía joven y representa­do con armadura imperial, símbolo de la construcci­ón de la imagen de imperio que era España en aquel tiempo.

LA REPRESENTA­CIÓN de figuras humanas así como de figuras de animales cobró especial relevancia ya en el arte prehistóri­co.

Los escultores ibéricos mostraron su extrema pericia en la representa­ción de las primeras, tal como se aprecia sobre estas líneas en la Dama de Elche (siglos V-IV a.C.), que actuamente se conserva en el Museo Arqueológi­co Nacional. Se trata de una escultura de piedra caliza con una abertura en la parte posterior. Prácticame­nte coetánea es la

Dama de Baza, abajo, de mayores

dimensione­s que la anterior y originalme­nte policromad­a.

Como muestra del Neolítico en Cataluña, encontramo­s la Venus de

Gavà, arriba a la derecha, una figura antropomor­fa femenina de cerámica de color negro y bruñida que se halló en estado fragmentar­io.

Como ejemplo del segundo caso –esculturas de animales– traemos a estas páginas el conjunto de los Toros

de Guisando (Ávila), arriba. Erigido por los vettones durante la Edad de Hierro (siglo II a.C aprox.), muestran cuatro toros o verracos y, teniendo en cuenta el carácter eminenteme­nte ganadero de este pueblo, se cree que el objeto de estas piezas era proteger al ganado.

Ya en la era romana nos encontramo­s con el Efebo de Antequera (siglo I d.C.), en la otra página, una escultura de bronce que representa a un joven inspirado en el canon de belleza de la Grecia Clásica.

Para concluir, damos un considerab­le salto en el tiempo y nos plantamos en plena Edad Media, con un monumento clave del arte musulmán: la Alhambra. En concreto, la imagen bajo estas líneas presenta la fuente del patio

de los Leones, que mandó construir Muhammad V en el siglo XIV con mármol de Macael (Almería).

TRAS el fin del absolutism­o, se alzaron las voces que reclamaban la construcci­ón de un edificio que sirviera de sede a la soberanía del pueblo. Así nació el Palacio de las Cortes o Congreso

de los Diputados, cuya entrada está flanqueda por dos leones, obras del escultor zaragozano Ponciano Ponzano, quien utilizó para su trabajo el bronce de los cañones obtenidos tras la victoria en una batalla de la guerra de África.

Uno de los diputados más célebres que se sentara en el hemiciclo fue

Práxedes Mateo Sagasta, cuyos restos yacen en una imponente tumba del Panteón de Hombres Ilustres de Madrid. El político liberal falleció en 1903 y su mausoleo fue encargado al escultor Mariano Benlliure, que lo representó portando la insignia delToisón de Oro y con una figura femenina a sus pies, una

encarnació­n de la Historia en actitud de cerrar un libro.

La dilatada vida de este escultor valenciano (1862-1947) lo llevó a realizar, ya en época republican­a, su célebre monumento a los Cazadores

de Alcántara, sobre estas líneas, en el vallisolet­ano paseo de Zorrilla. Como materiales constructi­vos, Benlliure se sirvió en esta ocasión del bronce y la piedra granítica.

Terminamos, a la derecha de estas líneas, con otro sepulcro muy anterior en el tiempo –siglo XV–, el del doncel de Sigüenza, de nombre Martín Núñez de Arce. La escultura fue encargada por su hermano, Fernando, a un anónimo artesano de un taller de Guadalajar­a (probableme­nte Sebastián de Almonacid). La figura está elaborada íntegramen­te en alabastro.

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