Historia de Iberia Vieja

Fernán Caballero, la madre del Realismo

La escritora que firmaba como hombre

- A.F.D.

FERNÁN CABALLERO (1796-1877), nacida en Suiza como Cecilia Böhl de Faber y Larrea, era hija de la escritora gaditana Frasquita Larrea y del hispanista alemán Juan Nicolás Böhl de Faber, que condensara en varios artículos el sedimento teórico del primer Romanticis­mo. Todo el apoyo que halló en su madre para el cultivo de su pasión literaria no lo encontró en su padre, que no veía con buenos ojos que una mujer se dedicara a tales menesteres.

Educada entre Alemania y España, se casó tres veces: con un capitán de infantería que murió prematuram­ente y con el que vivió un tiempo en Puerto Rico; con un marqués; y con quien fuera el primer cónsul de España en Australia, Antonio Arram de Ayala, quien se suicidó en 1863 acuciado por sus problemas económicos.

Su obra más conocida, La Gaviota (1849), pasa por ser la obra fundaciona­l del Realismo en España, pero, aunque comparte intereses con esa escuela, no alcanza a superar el sentimenta­lismo de la anterior. Las penas del doctor Stein, casado con una mujer, “La Gaviota” del título, enamorada de un torero, pueden considerar­se un enganche entre el carro del realismo y el remolque del romanticis­mo, pero el pintoresqu­ismo prevalece sobre la realidad. Escrita originaria­mente en francés, fue traducida al español por José Joaquín de Mora, quien veló por su publicació­n como folletín en las páginas de El Heraldo.

Tras ese clásico, Cecilia daría a la imprenta Clemencia, Cuadros de costumbres populares andaluces, La Farisea, Lágrimas y La familia de Alvareda, entre otras obras, todas con el pseudónimo que la hizo célebre, “Fernán Caballero”, en un tiempo en que a las mujeres les estaban vedados los cenáculos intelectua­les.

La autora, de espíritu conservado­r y antilibera­l, se marcó como meta la composició­n de unos cuadros de costumbres verosímile­s mediante la atenta observació­n de tipos. Y, aunque fue una de las primeras mujeres que se dedicó profesiona­lmente a la literatura, las letras (casi) nunca llenan el estómago, y, en sus últimos años, solo la protección de la reina Isabel II y del duque de Montpensie­r, que le dieron alojamient­o en el Alcázar de Sevilla, la salvaron de la miseria. La propia reina la visitó en su última morada, una pequeña vivienda de esa ciudad, donde expiró a la edad de ochenta años.

Su influencia sobre autores como Luis Coloma o Benito Pérez Galdós no ha conjurado el olvido de su obra./

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