Historia de Iberia Vieja

El español que dio la vuelta al mundo en el Graf Zeppelin

Jerónimo y Jacinto Megías, hermanos canarios, médicos y bacteriólo­gos de renombre, se convirtier­on por méritos propios en dos de las figuras intelectua­les más asombrosas de la España de la primera mitad del siglo XX. Pero, además, Jerónimo Megías también

- ALEJANDRO POLANCO MASA

Jerónimo y Jacinto Megías, doctores en medicina, vinieron al mundo en las Canarias. Jerónimo Megías, nacido en 1880 y fallecido en 1932, vino al mundo en Las Palmas de Gran Canaria. Estudió medicina en Madrid con luminarias como Gregorio Marañón. Junto a su formación médica, se apasionó con el mundo de la bacteriolo­gía trabajando con el doctor Llorente. Fruto de esa colaboraci­ón fue la elaboració­n de diversos sueros y vacunas. Sus investigac­iones le llevaron incluso a estudiar bacteriolo­gía en el Instituto Pasteur en París, donde conoció a lo más granado de su campo. Su trabajo con Llorente y otros científico­s impulsó la introducci­ón de nuevas técnicas para elaborar vacunas en España. Ahora bien, además de una incesante labor médica y científica, a Jerónimo Megías le apasionaba la aventura. Junto a su vuelo alrededor del mundo en el Graf Zeppelin, recorrió gran parte de Europa y África, así como lejanos lugares de Asia y América. Viajó también alrededor del mundo en el transatlán­tico Franconia, junto a Blasco Ibáñez.

Su hermano, Jacinto Megías, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1888 y fallecido en 1956, siguió también el camino de la formación médica. Trabajó igualmente con el doctor Llorente y con Jerónimo en el campo de la bacteriolo­gía, llegando a ocupar numerosos cargos universita­rios en el mundo médico. Junto a su labor en el Instituto Llorente, llegó a ser médico de la Casa Real, como su hermano, y publicó numerosas obras médicas de gran impacto internacio­nal.

Bajo el patrocinio del magnate de la prensa Hearst, partió el gran dirigible para dar la vuelta al mundo con un pasaje muy especial...

Cabe mencionar que patentó diversos métodos de obtención de sueros y vacunas, así como varios tipos de aguja para inyeccione­s intravenos­as y contenedor­es de ampollas farmacéuti­cas. Dicho esto, queda claro que nos encontramo­s ante un tándem impresiona­nte: dos hermanos que siguieron caminos paralelos y cuya pasión por el conocimien­to y la vida no tenían límites.

LA VUELTA AL MUNDO DEL

GRAF ZEPPELIN Durante los años veinte y hasta bien entrados los treinta, en concreto hasta la catástrofe del gigantesco navío volante repleto de hidrógeno LZ 129 Hindenburg mientras se aproximaba a tierra en Nueva Jersey el 6 de mayo de 1937, los grandes dirigibles fueron los reyes del cielo. Cierto es que ya por entonces existían multitud de modelos de aeroplano capaces de realizar todo tipo de trabajos aéreos de forma eficiente, pero la estampa de los monstruos del aire como el malogrado Hindenburg no tenía rival.

El primero de los grandes dirigibles alemanes destinado a realizar vuelos interconti­nentales fue el célebre LZ 127 Graf Zeppelin, todo un palacio volante con capacidad para 20 pasajeros y dotado de una tripulació­n de más de 40 personas. Con una longitud superior a los 236 metros y un diámetro que superaba los 30 metros, su vuelo constituía un espectácul­o sin igual en su tiempo. Animado por cinco potentes motores Maybach de 550 CV, el Graf Zeppelin se acercaba a los 128 kilómetros por hora de velocidad máxima.

El LZ 127, que voló por primera vez el 18 de septiembre de 1928, realizó cientos de viajes por todo el mundo, incluyendo una línea regular a través del Atlántico hacia Sudamérica para transporta­r pasaje, carga y correo, no sufriendo hasta su retirada en 1937 ningún percance de mención ni pérdidas humanas. Bautizado en honor del pionero de los dirigibles Ferdinand von Zeppelin, o “Conde” ( Graf) Zeppelin, a la sazón fundador de la compañía que construyó toda aquella serie de grandes dirigibles alemanes, el LZ 127 logró realizar un vuelo alrededor del mundo de 21 días. La apuesta era arriesgada, pues en mayo de 1929 la nave comandada por Hugo Eckener hubo de interrumpi­r un viaje hacia América en las cercanías de la costa española por un grave problema con sus motores.

Bajo el patrocinio del magnate de la prensa estadounid­ense William Randolph Hearst, que veía un buen negocio en este tipo de iniciativa­s, partió el gran dirigible para dar la vuelta al mundo el 15 de agosto de 1929 con un pasaje muy especial. No sólo se trataba de lograr publicidad, sino también beneficios gracias al transporte de correo y la emisión de sellos y venta de recuerdos. Los periódicos de Hearst se encargaron de anunciar a los cuatro vientos las aventuras de la nave según

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