Historia de Iberia Vieja

Un cementerio en Luxemburgo

- Por Alberto de Frutos

A UN PASEO DEL CENTRO de Luxemburgo se encuentra el cementerio americano, que nos recuerda que nuestra libertad ha costado el sacrificio de miles –de millones– de vidas. Quienes entonces defendiero­n los valores amenazados por el totalitari­smo son mucho más que unos nombres escritos en la piedra. Su memoria nos mantiene alerta y simboliza una causa que no debería sernos ajena. La sangre de aquellos héroes fue la que construyó Europa, pero no estoy seguro de que esa savia baste para sostener hoy al Viejo Continente. Hay que regar los campos día a día si no queremos arder nosotros en el fuego.

El cementerio americano de Luxemburgo se estableció con carácter temporal a fines de 1944 tras la batalla de las Ardenas. Tres años después, a las familias se les preguntó si deseaban que los restos de sus seres queridos permanecie­ran en Europa o volvieran a su tierra, y muchas eligieron la primera opción: no solo nos entregaron su vida, sino la sólida persuasión de las razones de su muerte. Hoy, este cementerio alberga los restos de más de 5.000 militares. Entre ellos, los del general George S. Patton, comandante del Tercer Ejército, que falleció en un accidente de automóvil en Alemania y cuyo último deseo, expresado a su esposa Beatrice, fue yacer junto a sus hombres. También los de la enfermera Nancy Leo, única mujer del recinto y víctima de otro fatal accidente de carretera (cuando hablamos de los “hijos” de América que sirvieron en la guerra, pasamos por alto que 400.000 “hijas” también lo hicieron). O los de los sargentos Day Turner y el soldado raso William McGee, que recibieron sendas Meda- llas de Honor por su intrepidez. El primero se enfrentó a un número muy superior de enemigos y capturó a 25 de ellos, mientras que el segundo se adentró en un campo minado para rescatar a dos compañeros y cayó herido de muerte en el lance. ¿Y qué decir de los cinco soldados del 506.º Regimiento de Infantería de Paracaidis­tas, los Band of Brothers de la serie? Se llamaban Patrick Neill, Warren Muck, John Julian, Kenneth Webb y Alex Penkala, y están enterrados aquí.

LA BATALLA DE LAS ARDENAS

Pero ojo, también hay un centenar de héroes anónimos, representa­dos por una cruz que honra a quienes solo Dios conoce; y, en un muro conmemorat­ivo, recitamos los nombres de 371 soldados y aviadores desapareci­dos en combate. La diversidad de razas y credos se aprecia en las estrellas de David diseminada­s aquí y allá, y la humanidad trasciende a las nacionalid­ades y fronteras cuando descubrimo­s que un escultor alemán, que había perdido el brazo en el frente del Este, grabó algunas de las inscripcio­nes.

El respeto nos impone acercarnos luego al cementerio alemán de Sandweiler, a poco más de un kilómetro de este, que alberga los cuerpos de miles de soldados muertos en aquella batalla, gélida y terminal, de las Ardenas.

Los cementerio­s militares de Luxemburgo –y de tantos lugares de Europa– son el espejo de un horror todavía próximo en el tiempo, un cuento cruel cuya portada podría ilustrarse con la foto de abajo, la de un ejército de muertos en posición de firmes, que ya solo presentan almas.

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© Alberto de Frutos
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