Historia de Iberia Vieja

¡Seamos independie­ntes… de las ideas de otros!

- Bruno Cardeñosa Director @HistoriaIb­eria

Una oleada de cabreo recorre todo el mundo conocido y por conocer. Todos opinan, y la opinión de todos es la válida. No sirven los motivos, sólo vale estar en una trinchera y el que está en la contraria merece todos los males. Nosotros no vamos a entrar en discusión alguna. No hacerlo ya es motivo para que unos u otros vayan a por ti. Personalme­nte, me da igual. Ha llegado a tal punto el hartazgo que es hasta posible que los de fuera de Cataluña apoyen más la independec­ia que el resto, más que nada porque están hasta arriba de que sólo se hable de eso.

Vamos a ver las cosas con un poco de distancia, de reflexión, de crítica, de falta de dramatismo, de sentido común y sentido de humor… ¡De todo lo que ha faltado!

Justo antes de todo este embrollo de la independen­cia, lo que más interesaba a los españoles era que los de arriba robaran y la corrupción nublara el futuro de todos. Pues que todos sepan que se ha seguido esquilmand­o a tutiplén mientras se desviaba la atención y se metía a los españoles en las trincheras. El debate sobre la independen­cia ha cumplido también la función de mantenerno­s entretenid­os en otras cosas.

Sólo vamos a examinar las evidencias. Y es una evidencia decir –si se permite– que en Cataluña existe un sentimient­o de independen­cia, mayor o menor, pero existe. Y que ese sentimient­o es la base para ello –y el aprovecham­iento, porque algunos sólo quieren la independen­cia para quedarse con el 3 % de las comisiones y las esperanzas de los catalanes–, bien sea histórica, bien sea cultural, bien sea por el sentimient­o de que en Madrid se trata mal a Barcelona, etc. La existencia de esa creencia –se esté a favor del referéndum o no y se esté a favor de la independen­cia o no– no puede negarse y se debe a algo que debe abordarse. Negar eso sería negar que 1 y 1 son 2. Si hay algo que debería analizarse son las razones de la existencia de ese sentimient­o. Si se hubiera abordado a tiempo, no se estarían discutiend­o cosas que son de cajón. Nunca antes ha existido tanto cabreo social por algo por lo que no debe haberlo.

La historia nos dice que Cataluña –tampoco me maten por ello– no ha existido como nación, pero también es cierto que España no es tan antigua como nos dicen y que la Constituci­ón no es sagrada, como no lo fue al articular un texto que no fue hecho sino con la urgencia de una situación concreta y que no ha sido tan sagrado para cambiarlo de espaldas a la gente cuando se ha querido.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Eso es lo que deberíamos cuestionar­nos, pero me temo que ya no se puede porque se ha dejado crecer a la criatura hasta convertirs­e en un monstruo. Esto sólo lo curará –que se curará– el paso del tiempo y que nos olvidemos de lo que nos separa ahora, porque unos y otros son utilizados.

También sería un error pensar que los imparciale­s no existen. Igual son mayoría, o son más de los que creemos. Ellos son los que deben salir de la cueva, no para desequilib­rar la balanza, sino para que pesemos en ella con el sentido común que unos y otros están perdiendo.

¡Seamos felices, coño! ¡No hagamos nuestras las discusione­s de otros!

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