¡Seamos independientes… de las ideas de otros!
Una oleada de cabreo recorre todo el mundo conocido y por conocer. Todos opinan, y la opinión de todos es la válida. No sirven los motivos, sólo vale estar en una trinchera y el que está en la contraria merece todos los males. Nosotros no vamos a entrar en discusión alguna. No hacerlo ya es motivo para que unos u otros vayan a por ti. Personalmente, me da igual. Ha llegado a tal punto el hartazgo que es hasta posible que los de fuera de Cataluña apoyen más la independecia que el resto, más que nada porque están hasta arriba de que sólo se hable de eso.
Vamos a ver las cosas con un poco de distancia, de reflexión, de crítica, de falta de dramatismo, de sentido común y sentido de humor… ¡De todo lo que ha faltado!
Justo antes de todo este embrollo de la independencia, lo que más interesaba a los españoles era que los de arriba robaran y la corrupción nublara el futuro de todos. Pues que todos sepan que se ha seguido esquilmando a tutiplén mientras se desviaba la atención y se metía a los españoles en las trincheras. El debate sobre la independencia ha cumplido también la función de mantenernos entretenidos en otras cosas.
Sólo vamos a examinar las evidencias. Y es una evidencia decir –si se permite– que en Cataluña existe un sentimiento de independencia, mayor o menor, pero existe. Y que ese sentimiento es la base para ello –y el aprovechamiento, porque algunos sólo quieren la independencia para quedarse con el 3 % de las comisiones y las esperanzas de los catalanes–, bien sea histórica, bien sea cultural, bien sea por el sentimiento de que en Madrid se trata mal a Barcelona, etc. La existencia de esa creencia –se esté a favor del referéndum o no y se esté a favor de la independencia o no– no puede negarse y se debe a algo que debe abordarse. Negar eso sería negar que 1 y 1 son 2. Si hay algo que debería analizarse son las razones de la existencia de ese sentimiento. Si se hubiera abordado a tiempo, no se estarían discutiendo cosas que son de cajón. Nunca antes ha existido tanto cabreo social por algo por lo que no debe haberlo.
La historia nos dice que Cataluña –tampoco me maten por ello– no ha existido como nación, pero también es cierto que España no es tan antigua como nos dicen y que la Constitución no es sagrada, como no lo fue al articular un texto que no fue hecho sino con la urgencia de una situación concreta y que no ha sido tan sagrado para cambiarlo de espaldas a la gente cuando se ha querido.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Eso es lo que deberíamos cuestionarnos, pero me temo que ya no se puede porque se ha dejado crecer a la criatura hasta convertirse en un monstruo. Esto sólo lo curará –que se curará– el paso del tiempo y que nos olvidemos de lo que nos separa ahora, porque unos y otros son utilizados.
También sería un error pensar que los imparciales no existen. Igual son mayoría, o son más de los que creemos. Ellos son los que deben salir de la cueva, no para desequilibrar la balanza, sino para que pesemos en ella con el sentido común que unos y otros están perdiendo.
¡Seamos felices, coño! ¡No hagamos nuestras las discusiones de otros!