Se apuntó a dos agrupaciones socialistas y se convirtió en una activista en defensa de una democracia que no existía
años y años–, primero trabajó en un colegio con niños deficientes y después en una oficina. Los días en España pasaron lentamente para Marina, que no tardaría en ver morir a su padre.
La soledad se hizo patente en su vida. No había tenido una juventud dichosa, de hecho no había tenido una juventud. Nunca pudo preocuparse de si un chico le gustaba o no, de si la iba a coger la mano. Había empezado a ser adulta a los 12 años, cuando se fue a Francia con la familia amiga de sus padres. A los 15, cogía las joyas de su madre y se iba a venderlas para poder tener algo de dinero para comer.
La primera vez que salió con un chico había cumplido los 30 años, un hombre que acudió raudo y veloz a la comisaría la primera vez que la detuvieron y también la segunda. La quería tal y como era, y Marina no había regresado a España para sentarse y esperar a ver como envejecía el dictador. Se apuntó a dos agrupaciones socialistas y se convirtió en una activista de a pie en defensa de la democracia que no existía y los derechos humanos. Montaba huelgas y asambleas, que siempre acababan con la presencia de la Policía.
Una de las veces que fue detenida, su novio acudió a pedir clemencia al director general de la Policía, al que conocía bastante bien. El mando le inquirió si sabía quién era esa chica y le respondió: “Si tú supieras…”.