Un sencillo funeral, tres días después de su muerte, despidió a quien debía haber sido una de las mujeres más poderosas del planeta
de origen aragonés y de carácter rudo luchó, sin necesidad de que la cortesía fuese necesaria en su empleo, para que la reina venciera unas tendencias que podían suponer su suicidio por pasividad. Para Ferrer el meollo de su cometido era mantener a Juana con vida. Por ello, la obligaba a comer pese a que se negaba día tras día. Y, en ocasiones, no dudaba en utilizar métodos bruscos para conseguirlo. Hasta tal punto llegaron a ser violentos que, tras su sustitución, algunos de sus ayudantes fueron azotados por el mal trato recibido por la reina.
La muerte de Fernando el Católico llevó al poder, como regente de Castilla a la espera de la llegada del futuro Carlos I, a Francisco Jiménez de Cisneros, quien pasara a la historia como Cardenal Cisneros. Y con él, también un cambio de trato a la reina “loca”, más compasivo en el cuidado personal, sobre todo por el temperamento de su nuevo cuidador, Don Hernán Duque. Pese a ello, durante este periodo de apenas dos años se mantuvo la idea original de su reclusión, que permaneciera aislada del mundo exterior, que no pudiera siquiera tener conocimiento de la realidad política; que la reina legítima, en cierto modo, fuera poco a poco olvidada por sus súbditos. LLEGA EL HIJO DESDE GANTE El nuevo rey, que había nacido en Gante (actual Bélgica), muy lejos de Castilla, carecía por este hecho –también por su ignorancia sobre la cultura del pueblo que ahora lo recibía– de apoyo popular. Esta situación hacía deseable un gesto hacia la legítima reina, su madre. Con apenas 17 años y poco después de desembarcar en Asturias, Carlos acudió el 4 de noviembre de 1517 a visitar a Juana. Hacía más de doce años que madre e hijo no se veían y, entre las intenciones de Carlos y de sus influyentes asesores flamencos, se escondía la de asentar un poder que había quedado en el aire. Pese a que la comunicación entre ambos no fue del todo sencilla, a raíz del delicado estado mental de la reina, Carlos consiguió de ella lo que buscaba a nivel político: el derecho a gobernar en su nombre.
A pesar de lo que pudiera esperarse, la llegada de su hijo a la Península no significó una distensión en el trato a la reina, un intento activo por tratar de curarla de su locura. La situación era especialmente crítica ( tensa contra Carlos I, y Juana podía ser presentada por sus enemigos como la verdadera legitimada a ejercer las funciones del trono de Castilla. UN CONTROL MÁS ESTRICTO Los primeros años del reinado de Carlos I no fueron estables y la presencia su madre no dejaba de ser un escollo para amarrar en el poder. De este modo, el control sobre Juana se hizo, si cabe, más estricto y el aislamiento más penetrante. Tras la muerte de Cisneros, Hernán Duque fue destituido y asumió el cargo de cuidador Bernardo Sandoval y Rojas, el marqués de Denia, leal a Carlos. Ocupó el cargo durante 18 años, hasta su muerte en 1536, y endureció todavía más sus condiciones de vida, sin que existiera en su rigidez intento alguno –más bien al contrario– de que recuperara una lucidez que pudiera llevarla a recobrar el control efectivo del reino. Tras su muerte, sustituyó a Bernardo su hijo, marqués también de Denia y que aumentó más si cabe las restricciones de Juana. Lo único que la alejaba de su rutina carcelaria eran las visitas familiares. Estaba cada vez más aislada de la realidad, cada vez más deteriorada física y mentalmente.
En el mes de abril de 1555, Juana la Loca moría en Tordesillas, donde había pasado más de la mitad de su vida, olvidada por su pueblo, a los 76 años de edad. Ninguno de sus hijos ni de sus nietos estuvieron presentes en ese instante. Un muy sencillo funeral, tres días después de su muerte, en la cercana iglesia de Santa Clara, fueron las exequias para quien debía haber sido una de las mujeres más poderosas del planeta. Habría que esperar hasta el siglo XIX para que Juana se convirtiera en uno de los personajes que más interés despertara de la monarquía española de todos los tiempos. Su desgraciada vida, su locura, las traiciones y su soledad fueron una fuente de inspiración inagotable para los escritores y artistas del Romanticismo. Lo siguen siendo ahora.