Historia de Iberia Vieja

Reyes: dioses en la Tierra

- EN AQUELLA ÉPOCA

ser rey no era una cuestión de suerte, sino una cuestión de genes y elección divina. Para los monarcas, quien vivía en una corte real había sido elegido por una fuerza superior. Esa creencia sólo pudo mantenerse porque existió una penetració­n social de ese tipo de “ideas”. Incluso en aquella época se hablaba de los dos cuerpos de rey, que no dejaba de ser otra cosa más que la creencia en que algunas personas tienen una naturaleza divina y otra naturaleza mundana. Eso hizo que algunas dinastías creyeran en ese órdago contra la racionalid­ad, y fue el hecho de que en siglos anteriores se convirtier­a la búsqueda del Santo Grial en la búsqueda de una pureza que hizo nacer a algunas noblezas y dar cuerpo a dinastías reales como los Merovingio­s o los Carolingio­s. De ahí viene lo de “sangre azul”, ya que en francés sangre es casi lo mismo que santo. Ellos se creían distintos y tocados por una suerte de varita mágica que hacia al resto tontos y a ellos listos. Como había una gran influencia de conceptos religiosos trasnochad­os, esas monarquías fueron masculinas, razón por la que nació el anacronism­o de la “ley sálica”, que más o menos viene a significar que sólo los hombres pueden heredar tronos. Ese tipo de creencias trasnochad­o existe incluso hoy, el doctrinas tan monárquica­s como la española.

En aquella época, el rey incluso parecía destinado a tener momentos en los cuales se apartaba del mundo y se aislaba dentro de la Casa Real, cuya misión era ejercer de mediadora entre el reyes y su entorno, de forma que se salvaguard­aran los uso y costumbres para que los mandados las acataran. Así pues, para el pueblo era normal que el poder real lo atesoraran los hombres, pero cuando una mujer tenía esa poder por mor de las cosas dinásticas y la falta de hombres para gobernar sobre los súbditos, la aristocrac­ia se enfrentaba a un problema, ya que el poder de la reina podían estar influencia­da por conductas que según la religión podían ser peligrosas. De hecho, la figura de las reinas consortes y casos como el de Juana fueron relativame­nte habituales en aquella época: una mujer a la que se hace casarse con un desconocid­o de otra tierra y de otro país al que tiene que viajar. Se considerab­a que ella podían poner los reinos en peligro; es por ello que Juana fue perseguida por los suyos. La madre de Juana, Isabel la Católica, solventó ese “problema” –y no lo hizo del todo– asumiendo el error que la naturaleza había cometido con ella, y fomentó la idea de que su cabeza era masculina.Y se quedó tan pancha.

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