Les atrajeron también algunos de los lugares de poder de la isla, entre ellos la Sierra de Tramontana
y luego, tras la desaparición del Temple, para encerrar a los últimos caballeros de la isla, en tiempos del monarca mallorquín Sancho. A finales del siglo XIX, al llevarse a cabo unas obras de urbanismo en las calles de Llull y San Buenaventura, se descubrió una galería –de unos trece palmos de altura, y por la cual podían pasar juntos tres hombres– que enlazaba el convento templario con el palacio de la Almudaina. EL NORTE Pero los templarios no sólo se fijaron en la Ciutat, desde la cual controlar el resto de Mallorca, también les atrajeron muy especialmente algunos de los lugares de poder de la isla; entre ellos, y de forma muy particular, la Serra de Tramontana, que, en sentido SO-N, recorre todo el contorno de poniente de Mallorca, y es en donde se alzan las montañas más altas y los puntos de mayor energía de la isla.
El santuario del Lluch, donde se rinde culto a una imagen coronada en 1884 como reina y patrona de Mallorca, es uno de los lugares más interesantes de la geografía templaria de la isla. Allí arriba, después de haber atravesado un territorio de viejos olivos, el viajero descubre un enclave místico y, al mismo tiempo, cargado de energía, donde los magos templarios implantaron el culto mariano en Mallorca; la imagen, conocida también como La Moreneta, de 61 cm de altura, según la tradición, fue hallada por un pastor y ermitaño en 1240 en el interior de una gruta; en su tocado se lee “nigra sed formosa sum”; el Niño reposa en el brazo izquierdo portando un libro abierto, como animando a descubrir las esencias de los saberes gnósticos; a ella están vinculadas otros cultos en esta misma iglesia (Ana, San Bernardo, María Magdalena, San Juan Bautista, etc.), que igualmente forman parte del Cosmos espiritual del Temple. Es importante recordar que toda la zona en donde se alza este santuario está preñado de montañas sagradas, grutas que sirvieron de marco de celebración de ancestrales cultos paganos, innumerables construcciones megalíticas y calzadas que, más que para enlazar poblaciones, marcarían las líneas de ley de la isla, entre enclaves cargados de energía.
Uno de estos enclaves es, sin duda, la villa de Pollensa, que se corresponde con una importante posesión templaria, recibida por el Temple, en 1230, tras la conquista cristiana; se sabe que, desde Sóller y Alcudia, que marcan los límites de la Serra de Tramontana, los templarios tuvieron veintidós alquerías. Una de estas fue la de Pollensa; pero dejemos que sea el erudito Juan García Atienza quien nos describa el lugar: “Camino de La Alcudia, una senda remonta la ladera del montecillo llamado el Puig Son Vila, hacia la masía de Sa Torre. A poca distancia nos encontramos con los restos, bastante bien conservados, de un talayot que todo el mundo conoce como El Fort dels Templers, que pudo servir de torre de vigilancia de los freires”. Lamentablemente, de aquel recinto sólo quedan algunos fragmentos de columnas; sin embargo, es la referencia para alcanzar